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26 de septiembre de 2012

Mirarse uno mismo



Es un cuerpo grande y fofo, parece mentira que en algún momento alguna mujer quisiera estar con “eso” a su lado.
Hace apenas un segundo que ha muerto y el cadáver conserva su color y su temperatura, incluso el  tono muscular debido a la tremenda tensión de una muerte por fallo respiratorio, una apnea no superada.
Algo que sabía que ocurriría tarde o temprano, no por producto de un arte adivinatorio, sino por simple experiencia. Llevaba mucho tiempo despertando en plena noche por falta de aire. Boqueando, con el corazón acelerado.
Los cadáveres jamás se confunden con una persona durmiendo, pesan demasiado aunque haga unos milisegundos que están muertos, se comprimen a si mismos por su propio peso. Los abdominales ceden, se quedan átonos y  aflora una infecta barriga en los torsos más atléticos. Hay curvas de la felicidad y hay curvas de la muerte.
La muerte es un embarazo no deseado o alguna broma de mal gusto.
Los muertos ponen los pelos de punta. No sé si debe a un olor o a al silencio del pensamiento, es algo escandaloso cuando una cabeza no piensa.
El cadáver es como el reflejo de uno mismo en el espejo, cuanto más lo miras, más lo desconoces, más feo es.
Es extraño. Pensé que morir sería menos humillante y más aburrido. Es una puta mierda en bote morir. Es una cochinada quedarse aquí flotando ante tu cadáver sin que nadie te lleve a algún lado. Tantos años de experiencia y cuando llega el momento decisivo, no sabes qué coño hacer más que sentir cierta vergüenza de los kilos de carne que han quedado ahí tirados.
Ella duerme, no se ha dado cuenta de que el cuerpo está muerto.
Ojalá pudiera avisarla antes de que despierte por el frío que desprenderá dentro de poco mi cadáver.
No me siento muerto, solo me siento inútil, inválido. Soy una niebla que no se mueve, ni tiene visión periférica.
De mi esposa solo veo el hombro izquierdo y un poco de su cabello. Cuando se mueve, alcanzo a ver la oreja.
Hay quien se merece despertar con un muerto al lado; pero ella no, no es una buena forma de empezar el día o interrumpir la noche. Es una cabronada.
Si lo hubiera imaginado, me habría salido a dormir al jardín. Odio que sufra, la amo aún muerto. Cosa que sabía que ocurriría; cuando digo que amo, ni la muerte me puede detener.
Ver el propio cadáver no tiene gracia alguna. Es ver carne decadente, músculos sin lustre por muy joven que mueras, carne por peso... Si tuviera estómago vomitaría.
Y te preguntas como ha sido posible vivir todo ese tiempo (minutos o años) encerrado en esos kilos de carne.
Hace un parpadeo he creído que me estallaban los ojos y me he encontrado aquí flotando, escupido como una flema. El segundero aún no se ha movido, está a medio camino entre el minuto doce y trece. Hace horas que son las tres y dieciocho de la madrugada.
Ahora sí que estoy jodido, porque no sé como coño me voy a suicidar, soy cortina, soy cama, soy aire y soy los dígitos del reloj. No puedo dañarme con nada. O eso creo.
¿Y cuándo podré quitar la mirada de mi cuerpo muerto? Me da vergüenza ver lo que era. Ojalá no hubiera tenido esa costumbre de dormir desnudo. Que alguien me vea en ese estado no me molesta, me molesta ser yo quien lo contemple.
Cuando el corazón bombea hay un mejor color de la piel y la carne se mantiene firme, eso está claro. Son detalles en los que uno no piensa cuando sopesa la muerte.
Y los detalles son importantes para tener cierta dignidad.
Me doy cuenta de que la carne es demasiado débil. El cadáver, lo único palpable que queda de mí jamás sobrevivirá al paso del tiempo. Y por lo que ahora veo, ser un alma es lo mismo que un espectador en un cine. Nada más. Cuando eres energía, dejas de causar modificaciones en el entorno. Lo noto, soy todo y no soy nada, solo soy un pensamiento transparente.
No jodas que ahora me espera una eternidad así…
¿Tendré que esperar mucho tiempo aquí ingrávido e inmóvil? No quiero ver como mi esposa se despierta, no quiero ver todo ese drama.
Me disgusta la nariz, la forma en la que se ha deformado al hincharse.
¿Yo no era de perfil rectilíneo?
Yo no tenía ningún valor como carne, no era atractivo, no decoraba.
No tenía apenas importancia.
Ahora se hace tremendamente obvio. Sin alma, no existe ningún tipo de atractivo.
No entiendo porque me empeñé en luchar y vivir.
Desde esta perspectiva solo sé que me he equivocado, no debería haber vivido tanto tiempo, el suicidio fue la mejor opción a los veinte años.
Qué mierda… Estuve a punto de tragarme aquel montón de anfetas...
Lo más hermoso es que no estoy sujeto a las respuestas orgánicas de ese cuerpo gordo que habitaba. Cuando pienso en todas las malas cosas ocurridas no siento vacío en el estómago, no hay una reacción de angustia
Soy un superhombre.
Hay una cosa que me resulta obscena: yo tenía una polla más gorda y mis testículos no parecían hernias.
El pene casi ha desaparecido.
Me veo como un cerdo antes del despiece.
Qué asco.
—No te preocupes, hay cosas que hacer. Ahora has de adaptarte. Puedes mirar donde quieras, tarde o temprano te darás cuenta de que no hay ojos, de que eres todo. Puedes moverte, imagina que mueves el aire, imagina un camino, imagina que tienes piernas para empezar. Y te moverás.
Tal vez tenga razón el aire que habla, así que imagino que tengo cuello y lo giro.
Espectacular.
Ahora puedo observar el armario y el cinturón que tantas veces buscaba caído entre unas bolsas de colchas.
Imagino que tengo boca y hablo.
— ¿Y ahora simplemente flotamos?
—Bueno, tampoco es tan malo. Después de una vida soportando, no está mal ser espectador.
— ¿Así va a ser siempre?
—Hay tiempos y lugares donde ir, es entretenido.
Me quedo pensativo, como un niño deficiente que intenta asimilar una lección sencilla.
Interrumpe mi profunda idiotez de nuevo:
— Fíjate en el cuerpo de tu esposa, su alma está a flor de piel, siempre intentando desprenderse. Ahora somos libres. Cuando el cuerpo muere esa fina capa de energía que con los años gana en espesor se desprende, queda libre.
El cuerpo de mi esposa está perfilado por una especie de fosforescencia blanca, muy sutil, apenas medio milímetro sobresale por encima de la piel. Hay que estar muerto para ver estas cosas. Queda un pequeño rastro del alma durante un tiempo en las cosas. Ha movido el brazo que tenía a lo largo de su costado para llevarlo bajo su mejilla, en la sábana queda una estela que se desvanece lentamente, un remanente de luz.
— ¿Quién eres?
—Imagina que soy otra luz que se desprendió de su cuerpo hace muchos años y escucha.
—No quiero estar aquí cuando ella despierte, no quiero más dolor.
—No tienes nervios, no tienes cerebro. No puedes sentir dolor, solo puedes observar y emocionarte si lo deseas. El premio de morir es no sentir dolor, ni miedo, ni dudas. Solo nos asombramos, solo saciamos curiosidad. Somos tiempo y luz. Tú eliges cómo y cuándo. Los hay que observan el dolor, es una opción, no hace daño. Lo que quieras, cuando quieras.
— ¿Podré volver a un cuerpo un día?
— Nadie quiere volver a tener cuerpo, hay mundos que disfrutar. El amor es una de esas frecuencias de lo que somos junto con el odio y la alegría y el rencor. No hay necesidad de nada disfrutamos las cosas.
— ¿Entonces por qué siento asco de mí y pena por mi esposa?
— Estás en el umbral de la vida y la muerte, deja que pase un segundo más y la pena desaparecerá. A ellos les espera un final como el tuyo, la libertad. No hay que sentir pena por nadie.
—Quiero decirle que la amo, que no tema.
—Rózala, acaríciala.
— ¿Puedo hacer eso?
— La puedes envolver contigo, con tu ser. Puedes hacer lo que quieras, no hay límites porque por fin has escapado de la piel que a veces duele. Los hay que envuelven orgasmos porque hay una satisfacción a nivel emocional.  Cada alma es distinta, tiene sus gustos. Somos distintos códigos de luz, de fotones. Infinitos como el universo. Nos hacemos inocentes y las cosas nos asombran, las disfrutamos sea cual sea el resultado para los vivos. Te sentirás bien con cada cosa que hagas. Los enclaustrados nunca serán conscientes de nosotros, sentirán emociones, vagos recuerdos, algún escalofrío. Es todo el contacto, posible. Interactuamos con emociones, porque somos emociones; pero no podemos fumar.
— ¿Y dónde está lo malo?
—Lo malo se pudrirá, en un ataúd, o lo quemarán. Tu cuerpo era la incubadora, su función ha sido alimentar el alma, darle el espesor suficiente y morir para liberarla cuando ya se tiene una potente energía.
— No me jodas que todo es tan perfecto.
— Sí te jodo. Somos los inspiradores del amor, del asesinato, de la guerra, la paz y las artes. Nuestro roce continuo entre los vivos provoca esas cosas. Las guerras son fascinantes… En dos segundos más, a lo sumo tres, ya no recordarás lo que es el dolor físico, como si nunca lo hubieras padecido. Y eso te desinhibirá a la hora de elegir nuestra forma de interactuar con los vivos. No hay dolor, somos puros. No hay aburrimiento, puedes viajar por el universo, es infinito. Tan infinito que todas las almas, los trillones de almas, no se encuentran en el cosmos más que cada tres mil años. Puedes meterte en los poros de la piel de quien elijas y navegar por su organismo. Puedes crear un cáncer o curarlo.
— ¿Y si la cosa no va bien y quiero morir?
— No lo entiendes. Harás exactamente lo que tú quieras, no tendrá consecuencias para ti, simplemente satisfará curiosidad y harás sentir una leve corriente eléctrica en alguien si se diera el caso. Es bueno, cuanto más excitas las almas enganchadas al cuerpo, más espesor adquieren. Nada sale mal en esta dimensión.
— ¿Y tú eres el Gran Maestro de las Almas?
— Yo soy tú. Soy una explicación lógica. Soy el instinto que te dice lo que eres, y que será. No hay amigos, las almas no necesitan compañía. No hay agrupaciones. y sin embargo serás con quieras, con quien elijas. Cuando el segundero cambie, lo sabrás todo y tú y yo seremos la misma voz. Adiós.
—No jodas que ahora algo se autodestruirá en diez segundos.
No hay respuesta, me he quedado solo, el segundero digital a cambiado a trece por fin.
Me muevo, observo, no hay pena, no hay dolor.
Mi esposa da la vuelta en la cama y lleva la mano al pecho muerto acariciándolo como siempre. Mi cuerpo no le da respuesta e insiste. Algo raro nota, enciende la luz de la mesita. Estoy demasiado blanco. Se lleva las manos a la boca para ahogar un gemido sin lograrlo.
La envuelvo, y ahora su gemido se convierte en un llanto más sereno. Sus lágrimas me bañan suavemente y el dolor tiene una frecuencia que me gusta.
Es un bello momento el del dolor. Yo mismo tenía razón.
Su alma se enreda con la mía, y el amor puro parece envolverme, o soy yo. Su piel se ha erizado con un escalofrío.
Besa los labios del cadáver y toma el teléfono, habla con un hospital y pide una ambulancia. Cree que estoy muerto.
Su alma parece querer escapar de su cuerpo, se tensa y en algunos puntos de las articulaciones parece desprenderse. Está pensando en el suicidio.
Soy calma y le doy serenidad, me fundo en ella por una eternidad.
—Quédate o llévame contigo —me dice su alma.
—No es tu tiempo amor, todo irá bien. Morir es lo que buscamos, es lo que necesitamos. Lo entenderás, cielo.
Me desprendo de ella, y me voy al pasado, siguiendo  la luz que desprendí y que ahora viaja por el espacio. Me mezclo con el dolor y la alegría, con la compañía y la soledad. Con el amor y el odio.
Disfrutando, asombrándome ante el espectáculo de la vida. Provoco el cáncer en en hombres y mujeres al alterar su organismo, es solo curiosidad. A veces un niño muere en el vientre de su madre. Es hermoso morir…
Otros se curan.
He visto nacer la vida en un planeta por el estallido de una estrella cercana. Y he sido explosión y dios. Soy parte de la vida creada. La célula se ha multiplicado. En poco tiempo habrán seres matándose y amándose. Almas inseguras enganchadas a las pieles con el único fin de hacerse fuertes y por fin ser libres.
El tiempo ha pasado, sin tener conciencia de ello. Mi esposa es vieja, está mayor y a punto de morir. Su alma apenas roza ya la piel. Le dije que no la dejaría nunca, que estaría con ella. Tal vez ella no quiera estar conmigo, tal vez quiera asombrarse sola del universo. Me gustará cualquier cosa que ella decida.
Su alma se ha despegado suavemente, el sedante ha relajado su cuerpo ya anciano. Sin embargo su alma está hermosa, exultante de energía.
—Estoy contigo, mi amor, ven —le digo desde los pies de su cama en el hospital.
Su alma se despega cuando abre la boca para intentar tomar aire con unos pulmones sin fuerza y sus pupilas se dilatan desmesuradamente buscando luz.
Avanzamos veloces por el aire el uno en busca del otro.
Hay tanta luz en el universo, viajamos veloces sentados en su lomo.
Donde un día vivimos ha desaparecido. Ha estallado la Tierra escupiendo su magma incandescente al espacio, carbonizando los cuerpos.
Flotamos en el borde del precipicio abismal de un trozo de nuestro viejo planeta. Asistimos con asombro al espectáculo de la muerte y la destrucción. Más hermoso que la vida misma. Nos maravillamos ante la potencia del dolor y el miedo de los vivos. Tanta energía…
Ya no nos amamos, nos tenemos. Somos el uno y el otro, una pareja de almas que sonríen ante la vida y la muerte.
Todo era tan sencillo y tan claro. Solo era necesario vivir. Siempre hay felicidad hagas lo que hagas en vida. Siempre hay libertad.
Los cuerpos son los que dictan el dolor, los organismos envidian la libertad y la eternidad del alma que incuban. Es solo una reacción natural. No hay consuelo para los cuerpos. Nacen condenados a vivir-morir por nosotros, las almas.
Un día leerás esto y serás repentinamente alma.
Y no habrá soledad, miedo, amor, simplemente estarás y serás.
Somos, seremos, éramos, fuimos…
Pero si quieres evitarte un disgusto, procura dormir vestido o cubierto por una sábana, no es agradable lo que somos al morir; no es agradable lo que menguan los tan importantes genitales.
Mi esposa alma ríe, yo también. Le digo que tenía la polla gorda y un perfil rectilíneo.
Nos convertimos en estela alcanzando la luz del pasado, queremos ver y disfrutar si mi nariz era tan recta como pensaba. Si mi pene era tan lustroso.
Se me olvidaba: si optas por el suicidio para empezar a disfrutar cuanto antes, piensa que tu alma puede que no esté suficientemente desarrollada, podrías acabar siendo un simple fotón que apenas viajará para iluminar la lectura de este pensamiento. De este ser.
— ¿Ves como tenía razón, mi amor? Casi dieciocho. ¿Qué cojones pasó con todos esos centímetros cuando morí?
Y ríe arrastrándome al planeta Irmak habitado por penes andantes, con la única razón de humillarme. De reír juntos eternamente.
Lo elegimos así.









Iconoclasta


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