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29 de abril de 2017

Realidades y virtualidad


Conversaba con una amiga y lanzó una cuestión: ¿Imaginas cómo sería si confundiéramos entre la realidad verdadera o una virtual? ¿Cómo podríamos diferenciarlas?
Lo hermoso de esta cuestión es el lado romántico; donde ausencias y secretos contados a grandes distancias, imprimen un sello onírico donde el pensamiento acepta posibilidades imaginarias que la realidad impide con saña y crueldad. Es una necesidad para desarrollar el amor. Siempre ha sido narcótico amar.
Sin embargo, profundicé y pensé: ¿Quién puede tener problemas con ello?
(Me es inconcebible: yo escribo y creo pesadillas, amores, obscenidades... No quedo atrapado en ellas, ni en mis introspecciones destructivas).
La realidad virtual no existe, no como sueño, no como imaginación, no como posibilidad.
Y razono que se trata de la eterna lucha entre lo objetivo y subjetivo. Dos realidades que se confunden a menudo.
Lo "virtual" es una cuestión semántica adaptada a la tecnología.
La realidad virtual consiste en identificarse en un mundo artificial, desarrollar las propias emociones y sentimientos en un lugar que otros han fabricado. Y vivir ese mundo consciente y voluntariamente por un tiempo prefijado por el fabricante.
La realidad subjetiva es involuntaria y se forma con los deseos, miedos y carencias propias durante la vigilia, la vida cotidiana.
No es virtualidad, es idealización, conveniencia inconsciente.
Hay colores de cabellos y ojos que cambian según quien y en que momento los observe.
La realidad objetiva, hace de un ladrillo, lo que es: un ladrillo.
Algo mensurable y táctil, sin errores de concepción ideológica.
Y la imaginación podría hacer del ladrillo una obra de arte. ¿Sería posible creerse la propia mentira y usar el ladrillo como elemento decorativo en la mesita de noche? No, se quedaría en puro esnobismo. Algo insostenible para una mente bien formada.
La realidad virtual es un juego fácil y limitado. Un pasatiempo en el que no existe el quebranto emocional e irreal de un sueño.
Lo preocupante sería creer que nuestro sueño fuera la realidad, si eso es posible. Porque cuando agonizamos de angustia en un sueño, o cuando estamos en un éxtasis paradisíaco; despertamos. Y unas veces nos encontramos tirados en el fango de la realidad y otras, nos alegramos de encontrarnos en ella.
El despertar y adquirir conciencia es un paro de emergencia que evita la locura, el colapso del cerebro.
Lo que sí es cierto, es que un sueño puede condicionar nuestro pensamiento consciente durante un tiempo, la duración de esa perturbación depende de la intensidad de lo soñado.
Y vuelvo a pensar: ¿Quién puede tener problemas con ello? ¿Quién puede confundir objetividad, subjetividad, virtualidad o sueño?
Son preguntas retóricas, porque conozco las respuestas:
La inteligencia, la imaginación y la capacidad intelectual de analizar lo que ocurre en nuestra mente o en la periferia, solo está presente en una ínfima parte de individuos.
La humanidad en general, se nutre emocionalmente de una corriente empática como la que se transmite por las antenas de las hormigas u otros insectos.
Hay una importante inmadurez en la razón humana, de tal magnitud que es posible que necesiten que alguien les diga lo que es real o irreal.
Y comprendo el verdadero alcance y profundidad de la cuestión que lanzó mi amiga: la estulticia humana.
Es como si por algún defecto debido a una evolución inacabada o errónea, el ser humano tuviera un cerebro demasiado grande que hace de su vida una sucesión de confusiones e imágenes injustificadas. No puede gestionar todos los datos sensoriales que recibe.
El problema, no es la realidad; el problema es la imbecilidad.
El problema es que morir les da miedo.
Sí. Deberían hacerse muchos videos para enseñar a la humanidad lo que es real, que aprendan a reconocer sus propias mentiras y alucinaciones que ellos mismos crean desde el instante mismo en que se miran al espejo para lavarse los dientes y ven, incomprensiblemente, un ser superior.
Y subir a yutup y otras redes sociales todos esos videos. Divino...
No me engaño, sería una obra ineficaz para combatir la inmadura ingenuidad humana, no lo entenderían, les causaría más confusión.
Y por otra parte, vivo en un mundo de idiotas, no necesito ni quiero que la raza humana mejore. Me importa poco el altruismo o la esperanza de un mundo mejor. Esto es solo un ensayo, un ejercicio filosófico.
Puedo seguir viviendo entre idiotas lo que me queda de vida.
Estoy acostumbrado.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.




24 de abril de 2017

Piernas en la penumbra



Te susurro en la penumbra donde yacen tus piernas,
que las gotas de semen se mueren-enfrían
derramadas entre mis pies
con la tristeza profunda de una muerte inocente.

Del orgasmo desesperanzador, 
de una corrida solitaria
como un cometa en el espacio gélido y oscuro.

De un pene que late colapsado de sangre,
empapado de amor y obscenidad.

De tu respiración que eleva y oscila tus pechos
y me la pone dolorosamente dura.

De mi mente desesperada cuando deseo penetrarte
desde malditamente lejos.

Soy un charco blanco y resbaladizo
que la arena de un desierto absorbe
 y deja un cráter vacío.

Te susurran el deseo las manos crispadas
estrangulando ante ti esta puta erección
que canibaliza la alegría.

Y te susurro que a pesar de todo.
A pesar de la tristeza
del semen que muere
sin el consuelo de tu piel,
que soy capaz de sonreírte.





Iconoclasta

21 de abril de 2017

La responsabilidad de un gran poder


Entiendo a los super héroes como Spiderman, su depresión por ostentar poderes que los hace especiales e invencibles, pobrecitos.
Pobres megalómanos melifluos, apocados y sin carácter. Existencialistas por puro esnobismo.
Yo me tengo que levantar todos los días y soportar mi super hombría. Eso sí que es un trauma.
Y no lloro como una nenaza menstruando, o cuando el test le dice que está embarazada y no tiene suficiente memoria RAM para identificar quién coño es el padre.
Enciendo el primer cigarro del amanecer en la cama, que parece una tienda de campaña canadiense de cinco plazas. Y pienso en la indignidad de la ausencia de elegancia y de un exceso de animalidad.
En el momento de agacharme para buscar las zapatillas que el gatito ha desparramado por debajo de la cama, he de ser muy cuidadoso con mis ojos, podría tener un accidente y convertirme en una erección cíclope.
Aún embriagado por el sueño, rascándome el culo, he de calcular perfectamente la correcta, uniforme y firme dirección frontal de mi caminar. Porque si viro apenas unos grados a derecha o izquierda al pasar por un marco de puerta, lo puedo astillar.
Hay pelos y piel incrustados en los marcos que demuestran que no soy lo suficientemente preciso y rectilíneo al caminar con apenas consciencia.
Y para colmo, la ceniza nunca cae al suelo, mi paquete genital parece un daliniano cenicero por su extraña deformación.
A las mujeres bien dotadas el café les gotea en los pechos, en el escote; como una ley física inamovible. Y de la misma forma mi paquete recibe el 90 % de la ceniza matutina cada día. Son constantes contra las que no se puede luchar.
Dejo rastros de ceniza por doquier que paso.
La lírica puede ser tan sórdida...
Dan ganas de llorar ante tanta dura enormidad; pero en realidad, es el primer pedo del día lo que sale de dentro de mí. De lo más profundo de mis entrañas.
Tenerla dura no significa siempre ser bruto, a veces es un importante ejercicio metafísico.
Una gran erección, conlleva una gran responsabilidad.
No jodas con las leyes de la moral y ética cinematográfica, he visto garabatos de niños de dos años con más trascendencia.
Lo peor no es tener que preparar el café de costado, porque de frente la distancia hacia el mármol de la cocina es tan angustiosa como el monótono horizonte de un desierto.
Lo peor es mear.
Mear y acertar.
No tengo miedo de que me salpique los pies, porque estoy casi angustiosamente lejos del chorro dorado.
Pero lo que cae al suelo he de limpiarlo para que el lavabo no parezca un corral de patos.
Y mi misión es mear sin daños colaterales.
No es fácil, hay que calcular muy bien la distancia hasta el inodoro, hasta el centro del inodoro. A veces la pared marca el límite y he de proceder a elevar el pene con una puntería más intuitiva que precisa.
A esas horas del día es muy difícil calcular la parábola perfecta que ha de realizar el chorro de orina. A veces me sale bien y toso el humo del cigarro intentando sonreír.
Luego, la sangre que está agolpada en la polla, consigue volver al cerebro y recupero la conciencia de mi propia existencia.
Y todo esto en apenas cinco minutos.
Todos esos cálculos, tristeza y preocupación... Toda esa ceniza en el pijama limpio hasta hacía apenas unos minutos.
No, los super héroes sufren depresiones porque quieren. No deberían tener super poderes que no saben super llevar con hombría y valentía.
Spiderman y sus asépticas y asexuadas telarañas...
Me gustaría verlo con mi super polla.
Se iba a dar unos hartazones a llorar...
Gilipollas.



Iconoclasta

13 de abril de 2017

Lecturas rupestres


Será por la euforia que debe producir el aire clorofilado de las montañas en los urbanitas, lo que despierta apetencias intelectuales absolutamente incomprensibles como leer los letreros informativos de los accidentes geográficos visibles para el excursionista.

Quería decir la apetencia de leer en voz ALTA.

Aburridamente alta y sin pudor alguno en exhibir un notable retardo neuronal en la pronunciación de lo que se lee.

La puntuación del texto, ni que decir tiene, que es algo completamente ajeno, inservible e incomprensible para el excursionista eufórico.

Lo triste es que cuando acaba de recitar ese texto maratoniano de unas pocas líneas, se puede ver claramente en sus ojos que no ha comprendido nada.

No ha pescado ni una.

Además, en lugar de observar la catarata en la dirección indicada por el letrero, gira la cabeza en una dirección diametralmente opuesta, y su boca tiembla un poco con tristeza al no encontrar la cascada de agua.

El ruido del agua le podría haber dado a la recitadora mujer, una pista sobre la dirección a observar.

Pero ni por esas.

Pienso que el aire, en lugar de clorofila, debe arrastrar algo de la farlopa (cocaína) que unos excursionistas con bicis repugnantemente baratas, han esnifado en el banco de madera unos metros dirección noroeste.

Esto explica la idiocia de la recitadora, aunque me temo que es algo mucho más primitivo. Genético más concretamente.

Vale, se lee divertido; pero solo los primeros quince segundos de ordinaria declamación.

Una lagartija me observa aburrida.

Es lógico.



Iconoclasta
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10 de abril de 2017

Ser y no estar


¿Dónde estás?
No estoy, solo soy.
Y si solo eres ¿no estás?
No, fluyo por encima y entre las cosas y los seres.
Soy gas.
Estar es "vivir con", "vivir en".
No puede ser, no es posible no interactuar.
Yo también lo creía; pero no estoy porque no me encuentro.
No es lógico.
La lógica es para los que están. El que "soy" se escapa de todo cálculo. Es incuantificable. Es vapor en expansión.
Por eso me sedan, para que esté y poder medirme, clasificarme.
Es extraño reconocer la propia locura. Es muy raro ser y no estar.
A veces lloro sin tristeza. O sin alegría.
Se me caen las lágrimas.
Se caen y siento que no son mías.
El doctor está a punto de llegar con la inyección.
Se preocupan demasiado, se equivocan. Si no estoy no me puedo suicidar. Deberían no sedarme.
Me inyectan porque no comprenden.
Cuando estás bebes lejía.
Porque estar duele más que la garganta abrasada.
Porque estar me deja indefenso.
A veces, siento que río cuando soy. Es bueno, no puede hacer daño.
Les gusta que estés, les tranquiliza.
Creen que ser es morir. Es absurdo.
No están locos, es que no saben.
Te buscan la vena, es hora de estar.
De no ser.



Iconoclasta

9 de abril de 2017

Adentro de todo


Más adentro del planeta no puedo estar, más adentro de mí mismo, por encima y dentro de la humanidad.
Y no ha sido fácil llegar.
La libertad se paga con sangre y años. Has de dar cosas a cambio.
Has de negociar con bastardos e innombrables usureros.
Sin embargo, hay quien paga lo mismo para pudrirse ante un televisor, entre la suciedad urbana, cemento y asfalto.
Bien, eso es porque yo he sido más fuerte e inteligente.
Tengo más cojones.
No es vanidad, es praxis.
Soy absolutamente despiadado conmigo mismo. Toda la vida.
No me importa serlo con otros, con casi toda la humanidad.
Con toda.
Porque a quienes amo, no son humanas/os. Se escapan de esa taxonomía de grupo. Están en una clasificación superior no definida por envidia.
Hay bohemios y cínicos que dirán: "¡Bah! Cualquier sitio es bueno para morir".
Y una mierda.
Tú mueres en cualquier sitio, yo vivo y me consumo a velocidades eléctricas donde quiero.
No me habré dado cuenta y seré cadáver.
Tú no.
Son cosas que sé, soy sabio.
No es alarde, es simple verdad.
El diablo es como yo, no sabe por viejo. Nacimos hijos de puta, los años solo nos han hecho más eficaces en nuestras tareas, nos han enseñado a optimizar recursos. A hacer preciso y quirúrgico el pensamiento. Desinhibidamente cruel y obsceno.
Saberlo todo es deprimente, duele.
Y me enorgullece. Soplo mis uñas vanidosamente en la soledad, solo para mis ojos.
Adentro de todo.
Cuando beso el coño que he de follar, otros han soltado su semen como si orinaran, como si escupieran una flema.
Yo se la meto a la diosa, otros solo follan putas low cost, outlet, baratas...
Me tomo mi tiempo. El mío, solo mío...
Adentro de todo...
Hay un concierto de trinos y hojas en movimiento, que vuelan como mariposas tontas, sin método, sin rumbo. Con alegría.
Y los ojos se me cierran en un lánguido desmayo de un mediodía templado y luminoso de piernas cansadas.
Tal vez muera ahora; pero no le tengo miedo a nada ni a nadie.
No voy a llamar a un médico.
Médicos y chamanes gestionan como pueden su ineficacia.
Es un momento hermoso para la valentía.
Aquí, adentro de todo.
Memento mori.
Sí... No lo olvido.



Iconoclasta
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8 de abril de 2017

Voluntad versus destino



El destino...
Es una forma amable de nombrar a todo ese conjunto de errores que hacen mierda las esperanzas.
No existe nada predeterminado, somos consecuencia y azar.
Tal vez ni siquiera exista el azar. Si piensas, aunque duela; al final todo encaja. O ves lo que falta en un espacio vacío.
Angustiosamente vacío...
Voluntad o abulia hacen del azar una consecuencia ambigua.
Cómo entender que te ame a años y kilómetros indecentes de distancia.
Cómo entender que irrumpieras en mi trabajada y deseada soledad y la tornaras un poco triste sin ti.
Cómo asimilar que nos encontráramos en un espacio eléctrico lleno de banalidades y mentiras y creáramos un espacio de intimidades y sueños.
No hay destino. Te necesitaba y te grité sin saberlo. Te llamaba con alaridos desgarrados porque este mundo es feo, cielo. Te gritaba que si existías, te hicieras visible, táctil, sonora.
Que sabiendo que en algún lugar o momento debías existir, era crueldad no mostrarte.
No hay destino; yo te pedía, tú me oíste.
Tú también gritabas tu hastío, lo sentía en mis viejos huesos.
Ergo, nos amamos.
No hay azar, somos la consecuencia lógica de una mala ubicación espacio temporal, de una necesidad de trascender el uno con el otro.
Somos las piezas sueltas y perdidas de un puzle.
Piezas que intentan encajar tristes y con dolor en un juego al que no pertenecen.
Por favor...
Dime sí, que somos la consecuencia perfecta, la consecuencia imparable de nuestra desesperación, de nuestra soledad acosada por una multitud de extraños seres mudos.
No existe el destino, existe nuestra voluntad de encontrarnos, quien quiera que fuéramos.
Ahora solo quiero descansar en ti. Soy una consecuencia cansada y dolorida.
Que no me jodan, que no nos jodan destinos y misticismos. El mérito es nuestro, toda esa angustia vivida no es un azar.
Yo soy la cruz y tú la cara de una moneda girando en el aire.
Y eso no es azar, es la perfecta, cercana y deseada ubicación.
Lo inevitable, lo que nos propusimos sin saberlo.
Con los pies sucios de desesperanza.
Alea jacta est...
Ahora sí, elijamos cara o cruz, ganamos.




Iconoclasta
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2 de abril de 2017

Musicalidad de agua, sangre y café



Si fuera pintor, no sabría como plasmar la musicalidad del rumor de un río, el pequeño matiz del agua que rompe contra una pequeña piedra. Contra cientos de piedras.

El invierno es un solo de agua. Los árboles casi muertos, no tienen hojas con las que acompañar con su rumor la cadencia de la melodía cristalina.

Y la música es fría e íntima.

Quisiera ser pintor y encontrar la forma de dar sonido a mi obra.

Quisiera ser escritor y saber describir pequeños y bellos micro mundos en mi sórdido asteroide muerto.

Quisiera que mi sangre cantara la melodía del invierno. No necesitaría pintar ni escribir.

Mi sangre rompiendo contra las piedras, fluir...

Quisiera ser pintor y hundir el pincel en mis venas para dar una apocalíptica musicalidad a mi obra.

Un pintor de sangre gorda, de palabras trazadas en bellezas efímeras como bocanadas de amor y humor que deshilachan solas, como un morir dulce.

Un morir pronto...

Un morir caliente como un café de inusitada belleza.

Pintar el sonido del café que vierten unos sensuales labios en mi boca.

Y que no sea café, que sea su vida caliente y doliente.

Doliente... Quien ama la vida, le duele. Irremediablemente.

Por ser imperfecta y a veces, maravillosamente imprevisible.

Quisiera ser el pintor de la música de la imperfecta vida.






Iconoclasta


27 de marzo de 2017

Una feliz coincidencia


Tomo asiento en la terraza del bar, es una tarde templada y tranquila, la gente pasa la tarde del domingo con esa deliciosa depresión que los mantiene moderadamente apagados.
Y de repente, frente a la mesa vecina ocupada por un matrimonio y su hija, se planta una gorda que pasea con su perro y los saluda.
Están tan cerca, que me infecta los oídos su cháchara.
Le preguntan si ha comprado por fin la casa.
Y es lo peor que podía ocurrir.
Me molesta tanto esa mujer asquerosa... Ya lleva media hora rajando sin cesar del precio de los apartamentos y notarios.
¿Es que nunca se va a morir?
Que se muera la puta gorda que no calla.
Me destroza la vida en este instante, la hace fea e inviable.
No cesa de hablar.
Que se muera, que se muera, que se muera.
Y su hijo que vive en Barcelona y que cobra una muy buena nómina, también. Que les reviente a los dos alguna arteria del cerebro o se les parta el corazón en dos. Me da igual, que mueran.
Por favor...
Me ofende su voz y su presencia.
Es como si invadiera mi espacio vital.
Invasora de mierda...
De repente cae un gorrión decapitado en la mesa donde sus conversadores toman sus bebidas.
La niña y su madre gritan por el susto. Y luego se asombran.
- Pobret! -dicen en catalán.
El padre dice que se le ha debido de caer a un águila o un cuervo de las garras. La gorda ha dejado de hablar durante ese instante. El padre toma una servilleta del dispensador, coge al pájaro, lo envuelve y se acerca a una papelera donde lo tira.
Yo pienso en aquel chiste de un hombre que pasea por el campo, ve un pájaro volar y eleva los brazos imitando a un cazador apuntando con la escopeta y grita: ¡Bang! El pájaro cae al suelo y el hombre asombrado se acerca al animal. "Tengo poderes" dice en voz alta. El pájaro se levanta y dice: "¿Poderes? Y una mierda. El susto que me has dado, cabrón."
Mientras tanto la gorda vuelve a hablar de su tema.
Su frecuencia de cerda degollada por el matarife me está volviendo loco. Es como si me frotaran con papel de lija el cerebro.
Mi cabeza va a estallar y meto la mano en el bolsillo del pantalón y cierro el puño en la navaja.
Que se muera, que se muera, que reviente la cerda.
Y de repente, todo pasa, me siento bien.
La gorda se ha desplomado en el suelo como un saco de mierda. Casi aplasta a su propio perro.
Ha quedado panza arriba, con su asquerosa papada ladeada como la bolsa de un pelícano. Sus ojos miran abiertos al cielo, luciendo en las escleróticas grandes derrames que invaden el iris.
De su nariz mana una sangre perezosa.
Como un río tranquilo y sereno.
Por fin...
Se me escapa una risa repentina que intento disimular con una sonora tos. Y para mayor inri, cuando doy un trago de cocacola, se me sale por la nariz.
Soy feliz con ella muerta. No puedo parar de reír...
El mismo que ha tirado el gorrión descabezado a la papelera se arrodilla junto a la gorda.
- ¡Mercé, Mercé! -le dice en voz alta al oído levantando su puta cabeza del suelo. La caída le ha debido hacer un corte por el que sangra, ha ensuciado el suelo.
- Truqueu a una ambulància, si us plau! - el hombre que la auxilia, pide en catalán que alguien avise a una ambulancia.
Yo pienso que está más seca que la mojama, mejor que traigan directamente un coche fúnebre.
A mí no me molesta ese ajetreo, incluso me divierte y distrae. Me enciendo un cigarro y saco mi cuaderno para escribir alguna reflexión jocosa ajeno ya a todo ese jaleo.
Aún así, de vez en cuando, me coloco el teléfono móvil frente a la cara, como si leyera algo, para ocultar otro acceso de risa.
No me planteo la posibilidad de disfrutar de poderes paranormales capaces de hacer mierda cerebros humanos, porque muchísimas veces he deseado la muerte de muchos seres y no ha pasado nada; no han muerto. No me hago ilusiones, ya soy mayor.
Sin embargo me basta para ser feliz con esta grata coincidencia. Me gustaría saber que el hijo de la gorda, el de la buena nómina, también ha muerto con el cerebro hecho mierda en este mismo instante; pero nada es perfecto. Un poco de alegría es mejor que ninguna alegría.
Me apresuro a beberme el refresco y largarme de aquí porque está visto que no voy a poder parar de reír.
Si fuera Supermán, incineraría a la gorda ahora mismo con mi súper visión.
No me imagino con los calzoncillos por fuera del pantalón.
Coño... Otra risa...
Ya de camino a casa, me detengo en el estanco para comprar una caja de puros y celebrar un final de domingo que prometía ser tan igual como todos los pasados.
Le deseo la muerte al estanquero a ver si me sale gratis el tabaco; pero no tengo suerte y tecleo el número secreto de la tarjeta en el terminal.
Da igual, soy feliz y me duelen las mandíbulas de tanto dominar mis ganas de reír a carcajadas.
Qué bueno...
Me enciendo un puro en el salón de casa con una buena y cómoda sonrisa.



Iconoclasta

26 de marzo de 2017

La última hoja


Observo con los prismáticos las lejanas montañas nevadas, nubes y ríos entre el bosque. Observo las pequeñas cosas cercanas y pequeños cadáveres que no importan a nadie.

Observo las águilas, los cuervos y las lagartijas.

Observo con fascinación malsana la obscena y enfermiza textura de un liquen en el tronco de un árbol...

Pero observar todo eso es accidental.

Es un trámite obligatorio en tu búsqueda.

Quisiera estar enfermo y delirar creyendo que te he encontrado, localizado a pocos kilómetros y que con prisa y torpeza, guardo los prismáticos en la mochila y monto en la bicicleta sin pensar más que en besarte, en abrazarte toda.

Es triste sacar la vista de los prismáticos y observar a ojos húmedos la gran improbabilidad de encontrarte.

Enciendo el enésimo cigarro de la mañana; pero... Si no  te busco ¿qué hago?

Buscarte me lleva a descubrir cosas nuevas, matices cromáticos que no sabía que existieran allá tan lejos. A veces el verde del bosque tiñe una porción de nube y pierdo un latido al descubrir el secreto.

Buscarte me obliga a ponerme en movimiento aunque duela, aunque me canse.

Evocándote lleno un cuaderno ya con pocas hojas.

Los cuadernos y yo nos aproximamos en perfecta sincronización a la última página que es posible escribir.

Y no me preocupa. Extinguirse no es bueno ni malo. Es algo que ocurre.

Lo triste es no atisbar en la distancia el reflejo de tus cabellos, tus manos de largos dedos finos, el movimiento de tus nalgas que se adivina en la oscilación erótica de tu vestido cuando caminas felina. Tu mirada intensa que hace arder algún órgano de mi cuerpo.

Lo triste es guardar los prismáticos con un: "¡Mierda! No está...".

Otra vez...

Lo triste es que la última hoja de mi cuaderno y mi vida, no dirá que te encontré.




Iconoclasta
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25 de marzo de 2017

Enemigos y perdedores



Es el último frío, el invierno ha lanzado un breve puñetazo de nieve contra el rostro de la primavera.

No tiene un buen perder el frío.

Ni yo.

Los que perdemos luchando, no tenemos humildad alguna. Y perder una batalla, no se debe a que el enemigo sea más fuerte o más inteligente.

La culpa es nuestra, porque hemos tenido un momento de estupidez frente a un idiota, nuestro enemigo. Hemos sido tontos por algún fallo eléctrico o químico en el cerebro. 

Hay enemigos y están los simples conocidos.

Porque la amistad es solo una estación más, algo que caduca en la vida.

La amistad es variable, voluble e interesada. Lo dice la experiencia, la mía, la única que importa, la genuina, inequívoca y verdadera realidad.

El amor es poderoso y no conoce ambigüedades. O lo es todo, o es nada.

El amor se rompe, no se torna decadente o mediocre como la amistad.

Cosas que pasan...

Cosas que pienso ante la agonía de un invierno que de nuevo muere.

Pisando el hielo y el barro que cubre.

El invierno ataca a la primavera y yo aplasto la nieve y orino en ella porque me apetece.

Pobre invierno... Un perdedor como yo.

Al final solo queda un barro que el calor secará. Y hasta mi huella perdurará más tiempo que el frío.

Es patético ver como lo que fue fuerte, no trasciende. Se hace nada.

Y el barro...

Ese barro que dicen que es con lo que se construyeron ídolos y dioses.

Mentira... Los ídolos y dioses no son de barro, los fabricaron con excrementos unos homínidos que en lugar de comerlos, decidieron ser artistas de mierda.

La humanidad ha basado su fe en la divina forma excrementicia.


Escatologías de un perdedor.

No tengo un buen perder, lo juro. Soy como el invierno, que con la cabeza cortada, aún da golpes a ciegas.




Iconoclasta
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20 de marzo de 2017

El silencio de los lunes


Hoy celebran la primavera, señalada en el calendario de la humana esclavitud.
Los seres humanos van muy retrasados respecto a las condiciones del planeta.
Porque la primavera comenzó días atrás, con las primeras orugas procesionarias que aplastaba por los caminos, con los reptiles corriendo en zig-zag de una forma suicida cruzándose en mi camino. Con la camisa empapada de sudar. 
De mil putas moscas zumbando como la enfermedad en el cerebro de un loco.
El bosque, como un ser bostezante, explotó de más vida hace días.
Ajeno a calendarios y tradiciones de tristes consuelos.
Hoy no es primavera, es un lunes con el silencio sereno de una naturaleza cansada de la humana injerencia dominical.
Es lunes con el silencio mínimo de una naturaleza acechante.
Una vaca duerme en la sombra de un prado bañado de luz y un malhumorado cuervo grazna alto.
Hace unas horas, hordas de ciudadanos invadieron la montaña y usurparon el sonido de los seres que no hablan. Como cada domingo, cada día en el que libran los serviles.
Y ahora el silencio se hace más ostentoso. Más solitario.
A veces pensamos todos los animales, que somos únicos, que solo existimos nosotros. Y callamos para constatar que es cierto. Que el rumor que se escucha cercano, es el de nuestra respiración.
Los animales todos, pensamos que el lugar que habitamos es nuestro y que las injerencias de otros seres son accidentes climatológicos que hay que soportar con cierta paciencia.
Hay cierta hostilidad en el aire silencioso, no es paciencia.
Que nadie se fie de la primavera.
También dicen que la primavera, la sangre altera.
Es mentira, no la mía.
Tus cuatro labios, sobre todo el par de tu coño, son los que alteran mi sangre en el crudo invierno y en los silenciosos lunes de primavera.
¿Ves? Tú eres más poderosa que cualquier estación.
Hoy no es primavera, la primavera ya es vieja.
Hoy es un lunes silencioso y hermoso como nunca han sido jamás los lunes.



Iconoclasta
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14 de marzo de 2017

Cumplo doce añitos

Ya no pienso en los cincuenta y cinco años que hoy cumplo. Pienso que cumplo doce años de una vida que cambió radicalmente por un accidente que hizo de mi pierna algo que cuelga con la funcionalidad de una pata de palo.
Solo que con dolor.
Porque ese día de San Valentín a las seis y poco de la madrugada, inicié un descenso doloroso y lleno de miedo a la muerte.
He de reconocer con cierta vergüenza que era más miedo que dolor.
Y no morí.
De alguna forma, era demasiado fuerte o aún tenía cosas que decir. La vida continuó a pesar de una oscuridad tenebrosa y enloquecedora que envolvía el pensamiento todo.
Cumplo doce años, por supuesto.
Doce años hace que la muerte, como el loro de un pirata de libro para niños, se posó en mi hombro y cotorreaba diariamente: "Vente conmigo, vente conmigo". Y cada graznido era un dolor.
Un año entero con  la muerte susurrando a mi oído. Y como no le hice caso, la muy puta y rencorosa  me dejó una pierna convertida en un generador de dolor diario. Infatigable. Nunca se ha detenido un solo momento.
Tengo un Chernobyl alojado en las entrañas de mi tibia derecha que se extiende hacia la rodilla como una telaraña de dolor de mierda.
Infalible...
Aunque no me importaba morir, me preocupaba la cuestión del dolor.
La muerte llegó a convertirse en algo que "ojalá me muera".
Hace doce años, esa parte de mi cuerpo se transformó en algo ajeno a mí. En una pulsación diaria de dolor y desánimo. De fealdad y cojera.
También imagino con una sonrisa ilusa, que hice un pacto con el diablo y me dejó vivir a cambio de mi alma (que no tengo) y se llevó en prenda la mayor parte de vida de la pierna. La dejó negra y seca, rígida. Cada paso es vencer un tendón duro como un cable de acero. Romperlo un poco con cada paso.
A cambio me dio libertad. Como si no existiera forma alguna de ser libre si no pagas en dolor.
Una constante universal que rige el mundo.
Cumplo doce años con el dolor como forma de vida, como forma de sueño.
Y aún así, no es capaz de minar la ilusión, los deseos o una risa a veces franca, a veces sarcástica.
No olvido el dolor, ni el miedo a que la pierna vuelva a troncharse ya cansada, ya desgastada cuando camino. Simplemente he alcanzado un alto umbral de dolor, una alta tolerancia.
Y está bien, vale la pena que los días duelan si hay libertad y tiempo para conocer seres y cosas especiales y hermosos.
Vale la pena haber pactado con Mefistófeles y cumplir doce años de vida con un cuerpo demasiado usado para esa edad.
O tal vez, toda esta reflexión, es solo el producto de la esquizofrenia del dolor y un consuelo estúpido por doce años duros como la lápida que debería cubrirme.
Doce años libres, en los que el dolor ha sido la motivación perfecta para deshacerse de toda clase de escrúpulos y falsedades que hacen de la vida una mediocridad frente a un televisor, o frente al volante de los seres que se mueven en la colmena sin más opción que seguir repitiendo siempre el mismo día y morir sin darse cuenta.
Bien, cada cual se consuela como puede.
Un brindis excepcional con maravillosa morfina (solo para momentos muy especiales), para celebrar doce años de vida.



Iconoclasta
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2 de marzo de 2017

Idiotas, cigarrillos y paciencia


Febrero 2017, Ripoll. En algún lugar de la Ruta del Hierro.
Dejo caer la bici contra el respaldo de uno de los bancos de madera que hay en el recorrido del camino que atraviesa las montañas.
De la mochila saco un cigarrillo que fumo con placer. Me gusta fumar, sea bueno o malo. Me la pela.
Un habitual del camino se aproxima caminando a buen ritmo.
Me saluda y con una sonrisa de venenosa cordialidad dice jovial:
- ¡Qué mal vicio!
- Ya -le respondo.
Y mientras se aleja inhalo una buena bocanada de humo, pienso: "Así te mueras, hijo puta. Corre más deprisa y llegarás a tiempo para ver como tu hijo se corre en la boca de tu mujer, envidioso y asqueroso entrometido".
Ya más tranquilo, enciendo otro cigarro para mejorar mi ritmo respiratorio tras la larga marcha que he hecho con la bici.
En la libreta escribo cosas sobre los límites humanos y la necesidad de morir cuando el cuerpo y la mente están agotados. O cuando se conoce todo.
Fumo un tercer cigarro pensando en que morir no es un drama, toso y me levanto del banco para seguir mi camino de vuelta a casa.
No recojo las colillas que he dejado entre mis pies, tal y como aconsejan algunos ciudadanos ejemplares de mierda.
"Así tendrán algo que comer por el camino los idiotas". Pienso con una sonrisa orgullosa por mi hostilidad.
Debo escribir sobre los límites más profundamente, sobre todo, los de la paciencia que temo haber sobrepasado.
Un par de kilómetros más adelante me detengo y leo detenidamente la composición química de mi paquete de cigarrillos. No dice nada del porcentaje de idiotas con el que está manufacturada la mezcla de tabaco.
Posiblemente se trate de una promoción comercial: un par de imbéciles de regalo por cada diez paquetes comprados.
Sigo pedaleando un tanto divertido y un tanto cruel deseando cosas innombrables por pura maldad. Demasiado tiempo vivo...
Dichosos límites.
Puede que aún me quede algo de paciencia; pero que nadie se fie.
Gilipollas...




Iconoclasta
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