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18 de octubre de 2023

lp--Una mantis en el camino--ic

Es un día de sol otoñal, de los que hacen sudar al caminar largo rato y al detenerse, la piel se enfría más rápidamente de lo que se consume el hálito del moribundo atiborrado de morfina.

Si te detienes estás muerto, desconfía de dios si existiera.

Pienso en las infecciones pulmonares y la penicilina.

Y extrañamente, en el soleado camino, se encuentra orando al sol una mantis en lugar de estar fundida con la hierba.

Cuando me he acercado a fotografiarla no se ha movido de su lugar, simplemente ha girado su predadora e impía cabeza y me ha observado con su mirada gélida a pesar del sol que la baña.

¡Qué valiente!

Me emociona ese ingenuo coraje de los animales pequeños. No temen, no huyen y protegen su tiempo y lugar que ocupan.

–No eres más que yo –dice con su mirada mecánica y las mandíbulas mordiendo las palabras apenas han salido.

Lo mata todo… Qué envidia.

Y no lo soy, no soy más que nadie. No necesito que una mocosa mantis me lo diga. Sólo nos parecemos en el verde de los ojos, si se le puede llamar “parecido” a su verde intenso y vital contra mi verde irritado por el sudor, el acumulado exceso de luz y desgastado por un hartazgo vital.

Todas sus patas son perfectas, yo tengo sólo 1,2.

Ella es perfecta, eficaz, una cazadora nata. Yo un cerdo que se alimenta plácida y cómodamente.

Ella es estilizada, la cima de una evolución perfecta. Yo un gorila a medio hacer, torpe y asqueado de mi especie.

– ¿Por qué estás en el camino y no oculta en la fronda?

–Porque soy alérgica al diente de león y hay mucho por aquí.

– ¿Cómo va la caza?

–No tengo hambre, sólo quiero secar la humedad de mi coraza.

–Como se dice que eres tan voraz…

–Yo no viviré tanto como tú, me he de apresurar en cazar y matar cuanto pueda, no es una cuestión de hambre, si no de trabajo. Disciplina, disciplina… –divaga ella olvidando mi presencia.

–Pues ahora mismo estás muy tranquila, relajada.

–Estoy pensando en cómo sería devorarte, no seas frívolo.

–Te podría haber pisado.

–Claro… Lo que no ocurre, no importa. No soy humana y mi tiempo es breve.

Ninguna parte de su cuerpo se ha movido en todo este tiempo, y su mirada ha adquirido la frialdad de la luna muerta. Parece haber eclipsado el sol. Tan pequeña…

Pienso que está neurótica, nada es perfecto.

Le digo adiós, como se saludan los caminantes en alta voz, sin que sea necesario, antes de alejarme cojeando de su camino. Me responde con un adiós rascado, triturado.

Las comparaciones entre ella y yo no son odiosas, son tristes. Aunque muerdo con fuerza el cigarro por una rabia que arde en mi cerebro, la tristeza me arrastra siempre a la ira, tal vez por hacerme sentir avergonzado.

No puedo entender cómo, en algún momento, mis padres llegaron a sentirse orgullosos de su hijo. Madre me quería tanto que me hace sentir ser un fraude, aún que está muerta. Incluso en la adultez vi en sus ojos el brillo del cariño. A veces pillaba a mi padre mirándome con orgullo. Agradezco a sus amados cadáveres aquellos halagos. 

No sé… Los padres se equivocan tanto como los hijos, incluso más porque abusan de su tamaño y fuerza.

La mantis mira al sol pensando en cómo devorarlo. Sus espinosas garras se agitan en un tic constante intentando desplegarse y cazar.

Y agradezco al día el encuentro con la señorita mantis, agradeciendo también no ser el señor mantis atraído por esos ojazos suyos.

Aunque morir no es bueno ni malo, simplemente sucede.

Así que le deseo sin dramatismo o teatralidad alguna, larga vida (más que la mía) a miss mantis, ella sabe disfrutar del planeta con su orgullosa mirada y estilizada perfección letal.

Dios es un mierda, es imposible que la creara.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


29 de septiembre de 2019

La secta de los pacíficos


La gente pacífica es muy peligrosa, desea dominar e imponerse a los demás con grandes movimientos ganaderos de cientos de miles de cabezas de ganado. Algo así como las voraces marabuntas o las plagas de langosta.
No, la gente pacífica no mata, aplasta ciegamente, sin entender bien el porqué. Y le comunica sus deseos a los sicarios de su dictador para que maten por ellos (mucho dueño de campos, aun hoy día lo es gracias a esta costumbre de conseguir algo lamiéndole el culo al dictador de turno o sus representantes, entregando las vidas envidiadas con mentiras o simplemente delatando para que los maten). De esta forma, con una hipocresía digna de caricatura, seguirán alardeando de su pacifismo (los ciudadanos ejemplares e integrados del nazismo, franquismo, falangismo, hinduismo o comunismo por ejemplo).
Tras la máscara pacífica se esconde la cobardía.
Hace falta gente decidida y auténticamente violenta que provoque una gran guerra identificando a los buenos y a los malos. Y sobre todo, que de una vez por todas, quede claro quien son los vencidos, si quedase alguno.
Además, es necesario renovar sangre, genética. Por ejemplo: los habitantes de los lugares más fríos suelen caer en profundas depresiones por una decadencia acomodaticia.
Los niños se manifiestan por banales razones, evitando así trabajar y sus lerdos padres los educan en el borreguismo.
La sociedad se ha colapsado y la ética, la dignidad y el esfuerzo, son temas oscuros que dan miedo en la población. Se han acostumbrado a las incruentas luchas de tuits y likes, banalizándose a sí mismos. O a los festivales musicales o congregaciones festivas para celebrar catástrofes, muertes y asesinatos.
Hay que mover el culo.
Y lo malo, solo se puede erradicar con violencia y muerte.
Yo apuesto a que ganarán los pacíficos, los hipócritas o malos siempre ganan.
Tras el periodo de guerra, los vencedores deberán luchar contra la pobreza, el hambre y la enfermedad; las guerras esquilman los recursos económicos.
Tranquilamente, alcanzar un nivel de bienestar parecido como el anterior a la guerra puede llevar treinta años y la pérdida de una cuantas generaciones. La guerra es la parte más escandalosa, lo bueno viene después. Como ocurre con las catástrofes nucleares.
Y entonces sí deberán trabajar con un par de cojones y llorar menos con su teléfono en la mano.
La debilidad y la cobardía no es algo de lo que nadie deba sentirse orgulloso.
Si algo pesa, uno se esfuerza por levantarlo, no se llora, no se publica un estado de mierda en una red social.
En la pacífica y mística India, comen mierda y se bañan en ella; llevan décadas haciéndolo. Es el precio a pagar por la cobardía del pacifismo, por el borreguismo de las castas inferiores.
Al ataque y que muera quien deba, que viva quien pueda…





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

9 de abril de 2017

Adentro de todo


Más adentro del planeta no puedo estar, más adentro de mí mismo, por encima y dentro de la humanidad.
Y no ha sido fácil llegar.
La libertad se paga con sangre y años. Has de dar cosas a cambio.
Has de negociar con bastardos e innombrables usureros.
Sin embargo, hay quien paga lo mismo para pudrirse ante un televisor, entre la suciedad urbana, cemento y asfalto.
Bien, eso es porque yo he sido más fuerte e inteligente.
Tengo más cojones.
No es vanidad, es praxis.
Soy absolutamente despiadado conmigo mismo. Toda la vida.
No me importa serlo con otros, con casi toda la humanidad.
Con toda.
Porque a quienes amo, no son humanas/os. Se escapan de esa taxonomía de grupo. Están en una clasificación superior no definida por envidia.
Hay bohemios y cínicos que dirán: "¡Bah! Cualquier sitio es bueno para morir".
Y una mierda.
Tú mueres en cualquier sitio, yo vivo y me consumo a velocidades eléctricas donde quiero.
No me habré dado cuenta y seré cadáver.
Tú no.
Son cosas que sé, soy sabio.
No es alarde, es simple verdad.
El diablo es como yo, no sabe por viejo. Nacimos hijos de puta, los años solo nos han hecho más eficaces en nuestras tareas, nos han enseñado a optimizar recursos. A hacer preciso y quirúrgico el pensamiento. Desinhibidamente cruel y obsceno.
Saberlo todo es deprimente, duele.
Y me enorgullece. Soplo mis uñas vanidosamente en la soledad, solo para mis ojos.
Adentro de todo.
Cuando beso el coño que he de follar, otros han soltado su semen como si orinaran, como si escupieran una flema.
Yo se la meto a la diosa, otros solo follan putas low cost, outlet, baratas...
Me tomo mi tiempo. El mío, solo mío...
Adentro de todo...
Hay un concierto de trinos y hojas en movimiento, que vuelan como mariposas tontas, sin método, sin rumbo. Con alegría.
Y los ojos se me cierran en un lánguido desmayo de un mediodía templado y luminoso de piernas cansadas.
Tal vez muera ahora; pero no le tengo miedo a nada ni a nadie.
No voy a llamar a un médico.
Médicos y chamanes gestionan como pueden su ineficacia.
Es un momento hermoso para la valentía.
Aquí, adentro de todo.
Memento mori.
Sí... No lo olvido.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

24 de diciembre de 2016

Caballeros andantes



Si pienso con profundidad, por importante o banal que sea la cuestión, desmonto ilusiones, leyendas y cuentos con una facilidad que raya el sadismo. Y no es sadismo, es algo connatural en mí arquear una ceja y pensar: "no me jodas".
Por ejemplo:
Los caballeros andantes, siempre adelante, los primeros en avanzar hacia el enemigo, generosos y justos como la madre que los parió.
Si fuera mujer, me chorrearía el coño al pensar en ellos.
Y una mierda. A esos "caballeros" les pasaba como a los burros con orejeras. No tenían más cojones que avanzar porque sus yelmos no les daban más visión que la frontal, no había periférica.
Por otro lado, toda la coraza que llevaban, no era precisamente signo de arrojo y valentía.
Eso sí, eran generosos con los soldados-campesinos y otros muertos de hambre que sacrificaban. Cuantos más morían en la batalla, mayor era la gloria del caballero andante.
Tras sus "hazañas" les esperaba como recompensa un título nobiliario y con ello la licencia para explotar y robar a los pobres de la comarca o región que gobernarían.
Y una niña (una hija del rey o de cualquier otro noble) con la que follar (si no eran maricones), infectarse de sífilis o gonorrea, de ladillas y al final dejar preñada a la putilla y tener un bebé tan hijoputa como ellos.
Hoy día estos "caballeros andantes ya no existen (los hijoputas ni siquiera daban un paso, se cagaban y meaban en el caballo); pero sus descendientes son aristócratas, ministros, jueces, presidentes y grandes empresarios.
La misma mierda con otros diseños de moda.
De todas aquellas mentiras que me contaban de pequeño para integrarme y creer en esta marrana sociedad, no ha quedado ni una en mi cabeza.
Nací con el don de purgarme rápidamente de cualquier tipo de excremento por viejo, histórico, tradicional, folclórico y religioso que fuera.



Iconoclasta

2 de noviembre de 2016

Morir con las botas puestas


Dicen que se debe morir con las botas puestas; pero no estoy de humor para metáforas hormonales.
Que me quiten las botas, que me duelen los pies.
Y tendrás que ser tú, mi amor, quien me las quite para morir cómodamente.
Es que no existe nadie más quien me las quite. Ni quiero.
Porque no solo me quitarás las botas.
Y es que tu boca es la más extrema cueva del placer.
Obviemos que muero y quítame las botas, desabróchame el pantalón que ya no necesito, que me molesta también.
¡Qué boca tan grande tienes, abuelita!
Morir no siempre es trágico, mi amor. Nos reímos de todo...
Tu mano en mi pubis me hace sentir que deliro, me sitúa en esa frontera difusa entre la agonía y la paranoia.
Por favor... Solo tu aliento ahí, basta para que se me derrame el blanco con espasmos descontrolados.
No tienes piedad ni con el agonizante. Te adoro por tu fiereza, por tu sensualidad que me desquicia, que me saca de madre.
No soy valiente, ni cobarde, no soy nada. 
No quiero las botas al morir.
Solo estoy loco, enfermo de ti.
Si muriera con las botas puestas, rozaría tan peligrosamente la mediocridad, que vomitaría con mi último aliento.
Que sea eyaculando en tu boca...
Tú eres María Magdalena y yo Jesucristo.
Es un buen momento para evocar mitos, fantasías.
De haber existido ambos, Jesús hubiera querido morir en la boca de Magdalena.
Como yo en la tuya.
No quiero morir como un hombre bueno y valiente. Quiero ser sacrílego contigo.
Vivir-morir una pornográfica agonía con mi amada.
No quiero botas ni bondades.
Solo el fascinante y cruento amor que nos come.
No me dejes morir en paz, hazme estallar, mi amor.
Y luego, desnuda, tira las botas a la basura.
Tú serás mi epitafio.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

17 de octubre de 2016

Lo complicado de amar


Como si la vida no fuera complicada, ellos, a pesar del poco tiempo que disponen, se enamoran.
Y ofrecen lo que les queda de vida a su amante.
Regalan la exclusividad de su pensamiento y su corazón con suicida generosidad.
Y no piensan, no consideran que algo pueda ir mal. No hay tiempo más que para amar.
Los sexos ávidos, húmedos, calientes... No aportan beneficio alguno a la razón. Y suma y sigue, aunque duela; aunque por una sonrisa haya que pagar con quinientas lágrimas.
El amor se hace con complicaciones insalvables.
No es inversión de riesgo, es de dolor. Un dolor de cojones.
Un dolor bello, hermoso, narcótico.
Solo autorizado para mentes formadas y libres. No es cuestión de edad, es cuestión de locura.
Y da trascendencia a la vida.
Una profundidad que la serenidad no puede ofrecer a la puta vida y su puto amor.
Los enamorados no ven que corren veloces al precipicio.
Saben que algo puede salir mal, que un día sus tripas se harán de piedra y se doblarán con un dolor insoportable en algún rincón oscuro donde gritar en silencio y  ocultos. Sorbiendo lágrimas que se vierten salinas en los labios temblorosos.
Si se ha de amar, amas sin contemplaciones, aunque sea en el último minuto de vida.
Aunque joda.
Tal vez el amor muera pronto; pero no es preocupante. No se debe perder el tiempo en lo que no se puede controlar. No se debe detener el arrebato, porque el resultado es un morir triste.
Cuando amas no eres optimista o pesimista, simplemente haces lo inevitable. Y te enfocas en ello, lo que pase se afrontará.
A los enamorados les importa poco el norte o los precios de la compra.
Deben amar y al amor es a lo único que se deben.
Y pisan vidrios con los pies descalzos anestesiados por el beso profundo y lingual que parece conectar el corazón y los sexos.
Están locos los amantes, hasta su organismo se encuentra en jaque.
Lo complicado de amar radica en la total ausencia de razón, en su irreversibilidad hasta que se agota el amor o mueren con el corazón hecho trizas.
A veces me sangran las uñas, porque no me doy cuenta que no es su piel la que acaricio, es el filo de un cuchillo, suave como el cauterizante amor.
Que mueran los amantes, que mueran uno en los brazos del otro.
La tragedia está servida.
Señoras y señores, amar es complicado. Que nadie se engañe.
Y un poco suicida.



Iconoclasta

24 de julio de 2016

Indigentes de la Vida S.L.



- ¿Hay algún momento especialmente bueno para morir?
- No. Siempre es un buen momento para morir. Porque malvivir no es una opción, no hay momentos buenos para malvivir. Morir es todo ventajas.
- ¿Morir duele?
- Por supuesto que sí: los pulmones y el cerebro piden oxígeno y el corazón detenido es un instante angustioso y eterno. Aún así, no es más doloroso que malvivir.
Y es más digna la muerte que una vida como... pongamos por caso, la nuestra. Somos... como lo diría... alérgicos a esta vida.
- ¿Qué ocurrirá luego?
- Vamos, hombre, lo tengo por alguien inteligente. No me venga con esas... Es lo mejor de todo: no ocurrirá nada, no hay consecuencias. Y si las hubiera, que se queden para los vivos. No responderá de nada.
Así que antes de morir sea malo, deje deudas.
- ¿No es triste morir solo?
- No es triste, es de una admirable valentía, libertad y elegancia. Morir debe ser un acto íntimo. Imagine que le filman en plena agonía y se cuelga el video en internet. Recuerde la única ley inviolable en el planeta: cobardía con indignidad se paga.
- ¿Y qué será de los que me quieren?
- Nadie le quiere, no quiere a nadie. No estaría aquí si así fuera.
- Es cierto, solo quería parecer importante por un momento.
- Es usted un gran tipo, pero no es importante para nadie; ni falta que le hace. La importancia está basada en el interés y es precisamente por ese interés por lo que sentimos una náusea crónica al despertar. La tristeza de un nuevo día es un cáncer que nos come. No se trata de ser importante, lo que cuenta es ser único. Y le aseguro que usted lo es. ¿Qué decide: veneno, gas, cuchillo, disparo o lanzamiento desde gran altura? Todo está al mismo precio, al menos esta semana. Porque está a punto de subir el precio de los venenos y no sé si podré mantener la tarifa.
- Me quedo con el disparo.
- Quinientos euros y firma del documento de consentimiento.
- Me parece bien... Aquí tiene.
¡¡¡BANG!!!



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


17 de julio de 2016

La Sierra del Silencio


Tienen miedo, se sienten vergonzosamente inseguros.
Por eso gritan y demuestran euforia entre risas.
Son cabezas de ganado de sus poblaciones limitadas por hormigón, ladrillo y asfalto, por falsas arboledas debidamente urbanizadas.
Están tan adaptados a su entorno, tan necesitados del roce de sus congéneres, que gritan y jalean continuamente en sus bicis o marchando en grupo para alejar el temor que les inspira un lugar que no es habitual.
Ellos mismos marcan su libertad a unas horas, unos días. Sobrepasado los límites, necesitan volver a su redil, a sus ruidos, a sus fétidos olores.
Tengo una maravillosa carencia: no siento afecto por el lugar en el que nací. El lugar en el que nací se convirtió con  la edad en una celda de muros enmohecidos.
Porque yo no pedí nacer allí.
Quiero lo que busco, no lo que me dan.
No quiero patria, con el tiempo me aburren todos los lugares, todas las gentes.
Necesito amplios espacios para mi animalidad.
Para orinar en libertad o regar con semen el pie de un árbol cuando estoy en celo.
Caminar en silencio me da paz, me llena, reafirma mi libertad. Me molesta la cháchara humana, la que hace mierda el silencio, la magia de la soledad.
Están cagados de miedo porque no es su lugar, donde nacieron. Donde viven sus papás y mamás. Pobres hijitos que en su madurez aún necesitan los mimos maternos.
Caminantes parlanchines en multitud...
Siento vergüenza por los humanos y su necesidad de consuelo mutuo.
Quieren vivir y morir en grupo.
"Voy a morir (o a mear). ¿Me acompañas?", dicen, piden, ruegan...
Mierda, yo no quiero eso, me da cólicos el trabajo en equipo.
Doy gracias al azar por haberme hecho valiente. Por haberme hecho solitario. Cuando ellos lloran, yo fumo tranquilo paso a paso cerrando los ojos de placer por el aire frío que da consuelo a mi hostilidad.
Adoro la luna que saca lo mejor de mí en noches solitarias de silencios letales.
Doy gracias al azar por mi vagar tranquilo, por mis certeras palabras que toman forma en la intimidad de una montaña.
Doy gracias a la suerte por no ser un cobarde en crisis de euforia. Por mi capacidad de hacer de las personas vidrios completamente transparentes, trozos de carne alimenticios.
Tal vez, estoy viviendo una edad, unos años que no me pertenecen. Debería haber muerto hace tiempo, cuando sentí la aséptica mordida del hastío.
No soy un Bukowski o un Kafka, no soy alcohólico, no estoy loco.
No tengo excusa ni perdón por mi pensamiento gélido hacia la especie humana, soy cien por cien un descontento nato, sin aditivos, sin llantos narcóticos.
Poco a poco diluyo el mundo que me dieron y le doy forma al mío. Cada vez más solo, cada vez más sólido.
Y sin darme cuenta, he medido los tiempos por la aparición de animales, por la floración, por el calor y el frío.
Olvidé que una vez los tiempos los marcaban los colegios, las vacaciones, las festividades. Todo eso está tan lejano, es tan borroso. Como si no hubiera existido.
Lo hermoso tiene un contundente poder y barre las miserias con una facilidad pasmosa.
Encuentro rincones donde escribir sobre cobardes y ganado humano, y el tiempo se pierde sin que me pese.
El rumor de hojas y agua, el trinar de mil pájaros, el lejano pitido de un tren...
Todo ello me hace saber que estoy muy lejos de todo, al fin.
Estoy en la Sierra del Silencio, donde las reses humanas gritan su inseguridad de vez en cuando.
Soy un hombre lobo, un error: solo debería ser lobo.
Bien, nada es perfecto, soy tolerante.
Pronto se irán a sus queridos lugares de mierda.
Y los pocos que queden, serán mi alimento.
Me tranquiliza.



Iconoclasta

12 de enero de 2015

Envidia y cobardía


Lo malo de estos tiempos no  se limita a la hipocresía y a la moralina que está en el cerebro de la chusma (la moral es la degeneración de la ética). Y todos sabemos que la chusma, lo despreciable de la humanidad es el 99 % de la población del planeta. Dada la cantidad de millones de reses que hay, el 1  % que vale la pena conservar, suma una buena cantidad, tampoco hay que ser derrotista.
Cada día hay más fanáticos acosadores de los deportes de lucha como el boxeo o las artes marciales, los hay que sufren como si les pusieran cosas punzantes en los genitales con la tauromaquia; con las corridas de toros, quiero decir, porque muchos no saben qué coño es tauromaquia.
Alegan civilización, paz, compasión y dignidad para prohibir que se emitan partidos de boxeo en horas diurnas y a ser posible, siempre. Y cada día hay más ciudades anti-taurinas.
Visten sus iras del ropaje de la tolerancia y la convivencia.
Y una mierda.
Que existan hombres y mujeres con la valentía suficiente para ponerse ante un toro, o luchar libremente y por afán de superación con otro ser humano, pone de manifiesto la cobardía del resto de la humanidad. Los "tolerantes" se sienten cobardes, y en estos tiempos que se proclama la cobardía intelectual (y no hay intelecto suficiente) como moralina de convivencia, la envidia es el único argumento que hay detrás de todas esas retóricas baratas que esgrimen contra la valentía de otros hombres y mujeres.
Quieren que se prohíban esas demostraciones de valor, para que no quede patente su cobardía.
Porque un toro pesa cinco o seis veces más que un ser humano, y los boxeadores compiten golpeándose y sangrando. El dolor da miedo.
Cualquiera que haya aprendido a leer (si tiene suficientes inquietudes) sabe que la envidia es el motor del ser humano.
Los políticos se ponen de parte de la chusma, porque son los que tienen la mayoría de los votos. Así que políticos y gobernantes no tienen ninguna autoridad ética, son solo oportunistas y arribistas que escalan por encima de la humana cobardía.
Por ello, una Barcelona por ejemplo, ha prohibido espectáculos taurinos.
El boxeo, cualquier lucha y la tauromaquia, son ejercicios de libertad como lo es la pornografía. Y aunque los toros no tienen capacidad de elegir, son criados con ese fin; tienen más honor, libertad y dignidad en la arena que cualquier animal que es transportado y sacrificado en un matadero de la forma más cruel e indiferente. Hay toros que han matado toreros, no es una broma la tauromaquia.
Lo más importante es que a nadie le obligan a ver toros o lucha entre seres humanos.
Buscan joder las libertades para sentirse bien, para que nada les haga pensar que son unos cobardes que son transportados cada día en un coche, camión o tren que los conduce a la esclavitud con breves destellos de libertad el fin de semana para emborracharse y follar con alguna puta barata para olvidar la mierda de vida cobarde que tienen.
Un acto de valentía de un individuo hace cobardes a cientos de miles.
Si tan intelectuales son algunos, deberían saber y reconocer sin hipocresías que el hombre es un depredador, que marca su territorio de forma instintiva y que los niños pelean entre sí de pequeños para intentar superar a otros. Somos animales, y la prueba está en que la chusma, apenas sabe escribir correctamente un par de palabras seguidas a pesar de haber ido al colegio durante más de diez años.
No tienen autoridad ética ni intelectual para prohibir nada, solo les mueve la envidia de ser inferiores a otros.
Menos discursos de moralina emotiva y argumentos civilizados, que acepten sus limitaciones y su naturaleza cobarde, que se sigan masturbando con un condón para no mancharse las manos.
La envidia es asquerosa, ergo los envidiosos son repugnantes.

"El hombre de hoy no es heroico, le basta con sentirse poderoso". (Mercé Rodoreda)
"No hay caza como la cacería del hombre. Aquellos que han cazado hombres armados durante bastante tiempo y les ha gustado, nunca se interesan por otra". (Ernest Hemingway)

(Dedicado a Juan Manuel Aguilar, una amigo que está hasta los cojones de tanta hipocresía.)









Iconoclasta

16 de abril de 2014

Un amor claro y diáfano


En un mundo lleno de amores confusos y compartidos mil veces hasta hacerlos banalidad, el gran amor claro y diáfano es de tal rareza que se considera sueño por muchos.
Buscar algo así, es comprar un pasaje directo al manicomio. Y cualquier lugar es peor que el manicomio cuando buscas un amor claro y diáfano.
Solo hay que estar preparado para lo peor (no encontrarlo) y la soledad. En la búsqueda de lo cuasi imposible, solo se puede sobrevivir y llegar al final si no tienes miedo a estar aislado.
Debe haber un amor claro y diáfano. Un amor exclusivo donde ellos dos sean suficientes para sí mismos y puedan dar la espalda al mundo y sus horrores idiotas.
Todo mi ser lo intuye, como el ozono de una tormenta cercana que crea un aire picante y fresco en mi olfato; pero son tan escasos los amores claros y diáfanos, que es más que probable morir sin encontrarlo; aún así no se debe abandonar la búsqueda.
Existe el amor claro y diáfano, como el diamante más puro.
Para rendirse en su búsqueda, solo es excusa la muerte.
Una vez conoces o intuyes su existencia, tu única función en la vida es encontrarlo.
Sé que hay gente que lo ha encontrado, pero no hay estadísticas. Los amantes claros y diáfanos huyen y excluyen al mundo y sus estadísticas.
Son tan pocos que se consideran mitos.
Hay demasiados amores vulgares que apenas duran un segundo frente a su propio reflejo en el espejo. Cuando la luz pasa a través de esos amores, no se refracta, no se descompone por la fuerza de la exclusividad y la pasión. Se convierte en un haz de una linterna barata, un rayo de luz amarillo que ilumina el polvo del aire, como el sol mediocre de las tardes sucias y polvorientas.
El sonido de un amor vulgar es un balbuceo apenas comprensible que lleva a un silencio incómodo.
Son amores que no se sostienen a sí mismos, que se refugian a su vez en otros amores y en otros afectos para poder soportar toda esa mediocridad diaria.
Un mal arreglo, un mal menor para vidas menores.
Se enamoraron por cobardía a la soledad; pero los cobardes mueren cobardes y el amor se pudre en un jarrón sin agua.
Los amores que no son exclusivos son algo de lo que huir, son trampas, espejismos convenientes de las mentes pusilánimes y banales que insultan la inteligencia.
Los cobardes no pueden aceptar que la soledad es una amante segura y sincera. Los cobardes tienen miedo a que el aire viciado de una mina joda sus pulmones.
La soledad no te abandona ni a la hora de la muerte. Es una capa del color de la valentía que protege del bacilo de lo adocenado.
Los amigos no valen un amor claro diáfano, no son suficientemente potentes; amigos míos, perdonad por ello, el amor claro y diáfano tampoco tiene piedad conmigo.
Mejor solo que mal acompañado. No es correcto: mejor muerto que mal acompañado.
Hay que morir en soledad si no tienes un amor claro y diáfano clavado en el puto corazón. Porque quien vive mediocre, muere mediocre. Y comen croquetas y se ríen en tu entierro.
Quiero una herida mortal del amor claro y diáfano, una certera puñalada que me mate derrotado y satisfecho de una búsqueda que me ha consumido.
El honor y la dignidad son importantes en un mundo repleto de juveniles amores y banalidades, son las únicas posesiones con las que nací. Y mi voluntad, mi férrea voluntad de preferir la soledad absoluta a un amor gris.
El amor claro y diáfano descompone la luz, disgrega cuerpo y alma y amalgama a los amantes. Los hace luz. O eso creen.
Y si lo creen, basta para que sea real.
Son valientes, han sufrido demasiado para encontrarse y tener paciencia para que la verdad les diga o no lo que son. No aceptan verdades ni dogmas, solo se aceptan ellos. 
Lo exterior y la verdad son injerencias.
El amor claro y diáfano es un poliedro perfecto, y a través de sus múltiples facetas y de su profunda claridad se aprecia con todo detalle los ojos amados.
No hay una sola aberración óptica.
Pareciera que son diamantes tallados por dioses de otros mundos.
Bendita la luz que desgarra las sombras de los amores grises y plomizos.
Necesito un amor claro y diáfano que me convierta de basura en algo querido.
Puedo imaginar, sé perfectamente como son los fulgurantes destellos de puros y hermosos colores que nacen de la cristalina estructura de un amor claro y diáfano.
Buscaré en los lugares más recónditos del planeta lo que apenas existe. Ya no es posible vivir amores menores.
Moriré en lo oscuro y húmedo si no hay un amor de un millón de quilates que me ilumine.
Moriré en el fondo de una mina, con las uñas desgarradas.
Es mejor el aislamiento que un amor imperfecto y mal tallado.
No importa respirar mineral en polvo y poner en jaque los pulmones, no importan las manos que sangran por escarbar la tierra o la carne de mi pecho.
Si no lo encontrara a tiempo, la vida me sepultaría en un derrumbe de años.
Algo épico y romántico. He sido tan vulgar siempre...
Moriré con una dignidad y estilo que carece la humanidad, como no he podido vivir. Nadie me echará de menos, nadie me llorara hipócritamente.
Los mineros del amor diáfano y claro suelen morir en los túneles sin haber encontrado nada, con el pico en la mano, con la linterna de su casco apagada.
No todos... Los hay que viven a veces horas y días, que aún les da tiempo disfrutar esa piedra preciosa de amor puro.
Es una esperanza ridícula, pero también ha sido patética la vida hasta aquí, hasta ahora.
Mi única misión es seguir esa esperanza que atesoro en la búsqueda de lo importante, un santo grial del alma. Es la única razón por la que vale la pena abandonarlo todo y agotar toda mi vida en ello.
Hay un amor claro y diáfano que encontraré en alguna parte. Hay un diamante ya formado, ya perfecto que atrae mi piel y mi alma hacia la destrucción si fuera necesario.
Y es necesario.
Es digno.
Hay un amor claro y diáfano.
Tiene que haberlo, por favor...







Iconoclasta

12 de marzo de 2013

Envejecer y cobardía




Todos los seres mueren, la cuestión es si lo saben. No sé si un animal es consciente de que ha de morir. Si lo fuera, sería demasiado parecido a los humanos.

(He visto animales con el cuerpo destrozado lamerse sin gemir, un perro con la pierna colgando que busca comida, como si la muerte no fuera con él.)

Es un drama, hay gente con muy poco valor para enfrentarse a la muerte.

(Me siento joven, a pesar de mi edad, me siento como un niño, dicen.)

¿Cómo gestionar o combatir ese miedo?

(El miedo a la muerte no se gestiona, se padece. No se puede educar el terror. Es una cuestión genética.)

Lo cierto es que no se debería gestionar, si un cerebro funciona bien, la cosa va rodada.

(Hay quien ha tenido una suerte inaudita en su vida y el miedo le resta valor a su final. La proximidad de la muerte le quita la dignidad si algún día la tuvo.)

La propia vida, la experiencia y la progresiva degeneración del cuerpo (envejecimiento) llevan a la compresión, aceptación y asimilación de la muerte; a una tranquila espera de lo inevitable. Porque a medida que el cuerpo se debilita, la mente busca descanso también. El cuerpo es una pesada carga cuando hay enfermedad, y la mente responde de igual forma.

(Los testículos cuelgan herniados en el reflejo del espejo, los pechos son odres vacíos.)

No es dramático, llegados a cierta edad, la vida es demasiado ruidosa, veloz y luminosa.

(Los ojos se han opacado, los oídos han perdido sensibilidad y donde había sonido ahora hay un murmullo caótico. La rapidez difumina los bordes de las cosas.)

Es lo que debería ser; así es como deberían funcionar los cuerpos y los cerebros sanos.

¿Sanos? Tal vez no sea correcto, tal vez lo cierto es que llegar a la muerte con serenidad es una rara afección que padecen algunos humanos.

(Un control obsesivo del cuerpo y una ingesta masiva de fármacos roban tiempo de vida, de disfrutar de lo que queda. Es un prematuro contacto con el fin.)

Lo más habitual entre los humanos, es que sufran una lenta depresión, una necesidad de hacer todo aquello que no se pudo realizar cuando la muerte se vislumbra cercana. Y la frustración parasita el alma.

(Caminan bajo el sol, como lagartos buscando el calor. Un calor que les es molesto porque resulta excesivo; pero su cerebro no es capaz de asimilar o gestionar. La muerte es fría y la vida es calor, es su simple conclusión.)

Pierden la calma y la alegría. La vejez se convierte en una constante envidia hacia los jóvenes. Los ancianos cobardes se sienten molestos y agredidos por los gritos y la música, por las películas que no son de su tiempo… Son incapaces de seguir el ritmo de la vida por una debilidad nacida de su degeneración y depresión.

Tal vez por ello, se hacen más religiosos y llegan a la conclusión de que el mundo ha empeorado.

Recuerdan tiempos de respeto y cuasi castidad, donde no había más que mediocridad y vulgaridad. En secreto buscan el perdón a sus pecados y acceder a una resurrección.

(Muchos de ellos recuerdan con vergüenza sus coitos grises y borrachos con putas viejas y feas.)

Llegar con dignidad a la muerte no es cosa de vulgares ni cobardes. La dignidad se encuentra en asimilar el proceso sin verse víctima y concluir, que en verdad ha hecho uno lo que le ha dado la gana. Que ha vivido según su ideal, según sus intereses.

¿Y por qué será que los que más quieren vivir, son los más molestos y odiosos? Justo los que quiero que mueran pronto.

Yo estoy en camino, he de morir pronto.

He recorrido el 80 % de la vida, y lo único que siento es curiosidad de como pasará, como será dejar de ser algo.

La vida no es para tanto si te has cansado de trabajar, luchar y despreciar la mierda que crearon nuestros antepasados.

Y que me muera ahora mismo si no tengo razón.

Buen sexo y semen rancio.








Iconoclasta