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8 de enero de 2024

lp--Un elogio a la ternura--ic

 


El viento ululaba poderoso y tenebroso entre las ramas desnudas y las frondosas perennes. Entre los retorcidos arbustos y las alegrías del viajero que, como arañas de algodón se ofrecen como alimento a la esperanza en los márgenes del camino.

De repente, una ráfaga de aire hacía del ulular un bramido de algo que cae y aplasta; tan fuerte que me hacía perder el equilibrio. El aire colisionaba tan rápido contra mi rostro, que no podía respirarlo, se me escapaba...

El caos me disolvía como una escultura de arena, creía diluirme arrastrado en partículas infinitesimales.

Y miré al sol, pidiéndole el calor que el viento me robaba: ¡Vamos hombre, no puede hacer daño un rayo de calor!

De repente la epifanía... Era ella y sus labios cálidos confortando los míos quebrados en un acto de indisimulada urgencia.

Apartó el viento de mis oídos para susurrarme cosas incomprensibles, secretos que me hacían vibrar el alma. Yo inclinaba el oído hacia su boca con un placer de ojos entrecerrados al hacerme cosquillas, tiernos escalofríos con sus labios percutiendo pegados a mi piel.

Siempre habla graciosa y rápida transmitiendo poderosamente la certeza y la paz de que todo está bien. Sus ojos esplenden rayos de amor como dos estrellas.

Algunas ramas descendían hacia mí porque el viento, absurdamente, soplaba demente del cielo a la tierra. Y me quité un guante para sentir sus dedos entre los míos.

Mi pierna-árbol de resquebrajada corteza rompió las raíces que la anclaban angustiosa y vergonzosamente a la tierra cuando ella alegremente tiró de mí.

No recuerdo cómo volé y por dónde de su mano, cuánto tiempo pasó hasta que me encontré frente al portal de casa.

Todo era ella en el mundo.

Recuerdo un último beso veloz como sus palabras de amor.

Mantengo el sabor y la calidez de sus labios aún en los míos como una prueba forense de su existencia.

Me sonreía con el cabello deliciosamente revuelto, montando una ola de viento hacia su mundo. Yo sólo acerté a decir: ¡Adiós, amor!

Como un apóstol, escribí lentamente su epifanía.

Para que la demencia no la olvidara.

Un testamento a nadie.

Un evangelio apócrifo en el que me refugio cuando tanto la extraño perdido entre el viento rugiente.

Releyendo o reviviendo lo imposible que ocurrió, mis dedos se mueven inquietos entrelazándose en los suyos.

Y durante un instante inconmensurable, la realidad se fractura y un viejo niño vuelve a sonreír con la mágica tristeza de un viento cálido escapándose entre sus dedos con el rostro aún iluminado por tres soles.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

6 de enero de 2023

lp--Con los pies en el suelo--ic

Nació para ser amada, con la carne y la piel que cubre y protege su pensamiento perfectas. Cálida y sedosa su mirada y sus urgentes labios.

No puedo creer estar amando a una diosa. Solo ocurre en las películas.

Sin embargo, me rebosa agua ácida de los ojos. Se me irritan y el mundo se hace difuso.

Una costura se ha rasgado en el tejido de mi mediocre existencia y ha hecho mierda mis defensas.

Es lógico que plante los pies en el suelo. Podría elevarme hacia ella, por ella.

No puedo permitirme soñar despierto, debo afianzarme a la tierra.

No soy pájaro, cometa o meteorito. Sino una piedra tallada por las presiones telúricas y los volcanes.

A menos que te quede un respiro para la muerte, no importa fracasar y caer.

Y aún no siento ese olor a moho en mis pulmones que deja la muerte cuando está demasiado cerca. Huele como las hojas que se pudren con la escarcha invernal. Las que piso con la firmeza de mi peso y la ingravidez del amor.

Se me desprende la carne de los huesos por su poder de atracción gravitacional.

Amar duele.

Quiero ir, llegar a mi estrella.

Pase lo que pase, cueste lo que cueste.

Soy un asteroide al rojo camino a la desintegración. Mi diosa no lo quiera…

Y antes de seguir con mi letanía de amor y deseo, me aseguro de nuevo que los pies sigan ahí, pegados en la tierra.

Caer duele millones de lamentos luz.

Y el dolor no aporta misericordia ni dignidad a la mística tragedia de amar.

No puedes curarte con aceite hirviendo una quemadura.

Desea a gritos, pero no dejes la tierra, no te separes de ella. Toda una vida llena de grisentería no puede tener un final feliz.

Ni lo sueñes.

Me digo que es un espejismo; pero no resulta y es más doloroso. La vida sin ella duele más.

Solo sé que soy un pensamiento perdido en la muerte gélida y árida del cosmos, un astronauta desecado y congelado sin posibilidad de putrefacción desintegradora.

Soy un trozo de plástico espacial.

Y un viaje incierto a un destino ineludible.

Porque si no amas ¿cómo vives?

Siendo un mierda.

Me fascina cuando se estira desnuda y felina entre las sábanas, ronroneando universos extraños e intensos, hambrienta de ser tomada. Imaginando su piel cubierta por el deseo y el coño palpitando en una ascensión a la cima del placer violento y animal.

Aquí en la tierra fría, mis pies parecen hundirse; fundirse con el calor que produce su tormenta de amor solar.

No puedo dejar de evocar mi semen deslizándose entre lo más prohibido y secreto de sus muslos, un goteo viscoso que se bebe la sábana cálida que la sostiene.

Mis pies en el suelo…

Y me duele el corazón de luchar contra su tirón orbital.

Durante unos minutos permanecemos en silencio. Recuperando el aliento y retornando suave e inevitablemente a la realidad con el corazón pleno y el coño agotado, ahíto de placer. Mi pene decreciendo, escupiendo algún semen residual, humillado silenciosamente ante la diosa.

Con leves jadeos se desvanece la violenta lujuria que nos abandona a un amor relajado y caníbal.

Observo sus pezones aún duros mojados de mis labios.

Es mía, mi diosa…

Y un pie se alza traidoramente. Me apresuro en contraer los dedos en la bota haciendo un puño para dar potencia a la pisada, si eso es posible.

Peso lo que peso…

Es mi desesperación y tortura, un castigo a mi impío amor que detesta y ofende a la humanidad y sus interferencias constantes entre ella y yo.

Soy una triste mitología.

Somos de la misma especie: el amor nos hace feroces, desinhibidamente irracionales.

Pero tengo mis limitaciones, no soy un dios y si dejo la tierra que me mantiene vivo también perderé lo poco que tengo de ella.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

17 de febrero de 2022

Una vida difusa


Soy el sueño muerto de un padre con el corazón roto.

La sonrisa de amor de una madre horizontal de carne fría.

Y la ternura de una abuela podrida.

Soy un rimero, un estercolero de sueños incumplidos, un conjunto de imágenes latentes y difusas en las pupilas lechosas de mis amados muertos.

Tengo arcadas de vómito ante el vértigo de ser un nebuloso recuerdo que a veces sangra. Que sufre la condena de ser real, de estar vivo. Como si no hubieran hecho bien el trabajo los muertos, se olvidaron de borrarme o de llevarme con ellos una vez acabadas sus vidas y sueños.

¿Y si respiro solo muerte en mi último segundo de consciencia, delirando que sangro y tiño mis propias pupilas de rojo sanguíneo un tanto coagulado, como legañas espantosas...?

Y una tormenta-o de arena me deshace, me erosiona, me diluye…

No sé… Pero siento extrañas náuseas de una vida que no acaba de serlo.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


2 de febrero de 2021

Qué bello es morir


Sentía la almohada en mi rostro, suave y dulce; una mortaja de paz.

Y soñando en ella, avanzar por un camino de vapor de seda y calidez.

Algunas cosas, algunos  seres, muchos; iban delante de mí, detrás y a los lados, rodeándome. A todos los sentía, los reconocía, avanzaban felices, festivos. Y ninguno era lejano.

Era todo lo que me ilusionó e ilusiona, todo lo que amé y amo. Todo estaba a reventar de vida, los podía tocar, abrazar, besar, les podía sonreír sin tristeza.

Estaban tan vivos que me contagiaban alegría y fiesta.

Vi Su bondad, la belleza de la inmensa ternura y alegría que la Muerte trae.

Y lloré con los ojos cerrados cálidas lágrimas de descanso.

Y la serenidad impregnar una sangre que ya no tenía.

No puede ser un sueño… Me decía.

Las lágrimas que se escapaban por mis ojos cerrados, daban una humedad de realidad al sueño mojando la almohada y de mi rostro hacía un difuso recuerdo.

No puede ser un sueño. Me repetía…

Por favor, que no lo sea, que no lo sea, que no lo sea…

Me aferré a la almohada, al sueño, para no perderlo en ningún momento. Para no volver de aquel camino, de aquel mundo de dicha absoluta. Y Cantares de Serrat era un himno de una belleza que me arrebataba cualquier valor que un día pudiera o pude haber tenido para dibujarme la sonrisa más feliz que nunca haya esbozado.


“yo amo los mundos sutiles,

ingrávidos y gentiles,

como pompas de jabón”.


Nunca me había sentido tan bien llorando.

Qué bello es morir…

Caminaba entre recuerdos traviesos, tan diminutos como miniaturas. Y eran miles.

Y Super Mario tan pequeñito, corría y saltaba y me hacía reír… Pinche Mario…

Todo aquel desfile de mis recuerdos y yo, que también lo era; formábamos una silenciosa dicha presurosa.

Y una sonrisa cubría mi alma.

Todos éramos táctiles, los recuerdos se hicieron sólidos…

La muerte es Dios resucitándolo todo.

No teníamos prisa por llegar no sabíamos adónde; pero casi corríamos solo por gozar de aquel camino sin fin. No sé, pero era tan extraño…

¿O era la simple alegría de una hermosa muerte?

Qué bello es morir…

Un estruendoso y silencioso rumor de alegría; lo llenaba todo, toda mi vida, toda mi bella muerte.

Y mis lágrimas tibias, de aceite… Por favor, se parecían a los labios de mi madre y mi padre cuando de pequeño me besaban, antes de ser la bestia.

Padre y madre estaban allí… Ya no eran una tristeza.

Quiero llorar, no quiero dejar de hacerlo.

Qué bello es morir…

¿Quién puede querer una resurrección y volver?

Qué bello es morir….

Cuando las lágrimas se deslizan por los párpados cerrados, crees que pequeños ángeles te besan los ojos.


“Me gusta verlos pintarse

de sol y grana, volar

bajo el cielo azul, temblar

súbitamente y quebrarse...

Nunca perseguí la gloria…”.


He despertado sin recodar durante unos instantes, que una parte de mí está muerta y al plantar el pie en el suelo, no ha dolido.

Hoy no ha dolido.

Y la almohada estaba mojada.

Y mis ojos también.

Y sentía la tristeza de un sueño que tan solo era eso, mientras que aún resonaba en mi cabeza el eco de las silenciosas alegrías de mis amigos los recuerdos.

Super Mario que no estaba quieto…

Qué bello es morir…

Qué pena, que puta pena volver.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

Versos de la canción Cantares, de Joan Manuel Serrat.


26 de enero de 2021

Ratas, bofia y basura



Otro nuevo día.

Amanece en la república bananera del fascismo español tras una noche de ratas, bofia y basura. Las únicas cosas que pululan en las tiranas calles frías y malolientes

Las tres cosas se llevan fenomenal en la nocturnidad franquista.

El toque de queda no frena el coronavirus, ni los bozales; cosa que no le importa al Caudillo, ni a sus caciques. No es por eso la cárcel nocturna, es algo más mezquino, más criminal.

Y mientras la cosas ocurrían o no, soñaba con un follar cremoso. Su vagina voraz pulsaba exprimiéndome de la polla hasta la última gota de mi humanidad retornándome a la animalidad más salvaje. Era táctil, era húmeda la onírica realidad fascinante.

Después he despertado de nuevo en la pesadilla de siempre con la polla aún dura y el glande agotado y empapado.

Y está bien.

He jugueteado con una navaja sin precisar ideas, solo tabaco y café.

Ha sido una buena noche, definitivamente.

Mi lascivia es solo comparable a mi absoluta indiferencia a quien vive o muere.

Me pregunto si padre y madre podrían imaginar en lo que me convertiría, en una nocturna obscenidad insaciable ajena a todo, cruel con precisión y un vocabulario perfectamente escogido, ni una palabra o idea al azar.

El amanecer hace foco en la mezquindad: en los que se colocan el bozal en el hocico y sonríen invisiblemente a un nuevo día de mierda, a la madre puta cobarde que, tiene miedo a que su hija entre en casa y la contagie de coronavirus. A las embarazadas desarrollando fetos de rata que nacerán vestidas de humanos y roerán libertad y dignidad hasta pudrirse en vida.

Y yo cierro la ventana a la mezquindad. Rezo cosas innombrables cagando y jugando con un videojuego.

Bofia, ratas y basura… Estoy a salvo de toda esa mierda.

Y ahora ya tengo hambre.

Que los jodan a todos a plena luz del día. Que los tigres  y los leones los devoren. O las bombas hagan su trabajo, hasta que la cobardía desaparezca de toda estirpe humana; o que desparezca toda estirpe humana, me da igual. No importa, ya he vivido suficiente y no quiero más mierda.

Bon apetit.



 


Iconoclasta


27 de diciembre de 2020

El reparador sueño


¿Y si dormimos con y por la esperanza de que al despertar la realidad sea otra?

Necesitamos escapar.

No es solo por descanso.

Tal vez pretendemos que el mundo duerma y mañana amanezca raro.

Sea como sea, cuando dormimos somos incorpóreos y escapamos a las leyes de la física. Viajamos a la absurda e incuantificable velocidad del pensamiento.

Todo es posible.

Y la posibilidad es la dimensión de la esperanza.

El sueño es la libertad infinita. La suprema libertad.

Y dormir la cuántica esperanza de que todo sea diferente al despertar, no mejor o peor; sino otra cosa.

Tal vez al despertar, tu sueño me haya convertido en algo no mediocre. En algo que se diferencie de los otros que duermen solo para descansar, o por narcosis. Esos… los de los sueños vacíos que no reparan nada.

¿Tienes el poder de cambiar la vida, cielo? 

Di que sí mientras duermes, porque en los sueños todo es sinceramente extraño, son absurdas realidades, extrañas certezas que duelen o ensalzan las almas.

Eres mi esperanza.

¿Sabes? Muchos de mis despertares son tristes; porque cuando irrumpe la consciencia, tengo la certeza de que no ha cambiado nada, el aire tiene el mismo tacto que ayer.

Y duermo desesperanzado de que pueda cambiar la vida. Escribo lo que me hubiera gustado ser y sentir. Escribo que quiero volver allá donde el sueño es tan absurdo y sus luces tan extrañas, donde el amor se siente en la corriente sanguínea y los miedos son tan grandes, que me hacen héroe.

Te deseo hermosos sueños porque te amo y además son mi esperanza.

Un día despertarás y seré digno. Y quedará una palabra a medio escribir en el papel nocturno. Una palabra que en algún momento de tu sueño, se interrumpió en mi mano porque no era ya necesaria.

Algo cambiaste…

Querré llorar.

Todos los seres tristes quieren dormir.

Lo fascinante del absurdo, es que no precisa ni tiene explicación; es imprevisible y debes abandonarte a lo que ocurre con la serenidad que da lo expectante e ignoto.

Duerme, cielo, eres mi esperanza a la desesperanza.

Tal vez, cuando despiertes mi vida y el mundo merezcan la pena o una sonrisa.

Y entonces no sabremos que ocurrirá y todo estará bien, sin tristezas al despertar.

Pero hoy la vida ha vuelto a despertar triste, que desolación.

Me quiero morir, cielo…




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


3 de septiembre de 2020

Hemorragia de tristeza


He soñado con mi madre que, tras hacerme una de sus bromas de niñez, me daba el beso más tierno que desde mi infancia no he sentido jamás.
Hasta anoche que la soñé.
Pobre madre muerta…
Duelen tanto los seres que amas, vivos o muertos.
Pobre de mí, un patético viejo soñando a su madre.
He pedido morir para no salir de ese momento de absoluta y desesperante belleza.
No quiero vivir más estas tristezas.
Me niego a despertar a las cuatro de la madrugada y fumar para que el ardiente humo evapore todas esas lágrimas que inundan el corazón, los pulmones, el vientre…
Una hemorragia imparable de tristeza.
Y sin embargo, deja los ojos secos como tierra al sol.
Su rostro sonriente se acerca a mi mejilla para besarme con esa poderosa dulzura. Y adquiero la certeza de que no la quería tanto como ella me quería a mí. Y así, a la tristeza se suma la vergüenza de ser un miserable.
Debería haberla besado con esa dulzura arrasadora.
Nunca pude imaginarla muerta.
Estoy cansado de soñar tristezas, es hora de morir de una vez por todas. Aunque deje de existir, sin posibilidad alguna de encuentros con mis amados seres en el más allá o en otras dimensiones.
Solo basta con que cese esta hemorragia que me ahoga por dentro.
He despertado repentinamente, rompiendo esa perturbadora y bella fantasía, una mentira más de mi mente tarada.
Madre… Solo gente especial que besa con tanto cariño, puede aparecer viva en los sueños.
Yo no podría, mama. Tu hijo es un mediocre.
Tu hijo es un mierda que te quiere y recuerda con toda su podrida y miserable alma.
¿Qué se rompió mientras me dabas vida en tu vientre para que tu ternura no entrara en mi sangre en suficiente cantidad?
Si supieras de la dolorosa tristeza de un beso que ya no sentiré, de un niño que hace décadas murió absorbido por mí. Yo me asesiné a mí mismo y luego moriste.
Y ahora solo me quedan tus oníricas ternuras, como si estuviera maldito con semejante bendición.
No debería estar vivo.
Debería estar muerto como ellos.
Mis muertos, mis pobres muertos…





Iconoclasta

21 de agosto de 2020

Un sueño fallido


He soñado contigo; pero no te besaba, no te follaba. Permanecía silencioso acostado en la cama, a tu lado mientras dormías. Miraba los minutos luminosos avanzar en el reloj con mi mano entre tu cabello.
Solo así.
No quería dormir porque temía despertar solo. Y tomar solo el primer café del día. Y fumar solo el primer cigarrillo tras el amanecer.
Quería romper la maldición de los días sin ti.
Y el mundo se resquebrajó como un espejo roto, con un estruendo de angustia.
No sé si el estruendo fue de los cristales o fueron mis blasfemias desesperadas. No sé si le grité al universo mi odio y mi frustración.
Desperté solo y triste.
Todo salió mal, amor.
Tomé el primer café en soledad.
Y fumé solo el cáncer de la ausencia.
Otra vez…
No tengo suerte ni con los sueños.
La próxima vez te abrazaré, te besaré, te lameré el coño hasta que arañes mi cuero cabelludo oprimiendo mi cabeza entre tus piernas, desesperada por correrte. Y te follaré con violencia animal.
No puedo arriesgarme a que pase lo mismo otra vez, te despertaré, cielo.
No podría volver a sufrir la insoportable desolación de soñarte, de estar a tu lado y no tener ni siquiera entre mis dedos la calidez de tu piel al despertar.
En mi despertar de mierda…
En este mundo de mierda.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

10 de abril de 2020

El veneno y su bondad


Nacen los bebés muertos que caen al suelo rompiéndose todos los huesos, con todos sus dientes amarillentos apretados de tanto sufrimiento.
Oyeron, sintieron donde iban a nacer y se ahorcaron con el cordón umbilical para evitar vivir entre ratas, mierda y mezquindad.
No sé si es un mandato divino, porque no existe dios.
Tal vez fuera Madre Naturaleza quien les habló de la enorme frustración de vivir.
No sé… Pero hicieron bien.
Yo debería haber sido de la generación muerta. Nací a deshora.
Los gobiernos procesaron los millones de bebés cadáveres e hicieron comida envenenada para viejos.
Ya no nacieron más bebés, los viejos morían sin que nada renovase el espacio que quedaba en blanco.
Y estuvo bien.
Como todo estaba perdido, hombres, mujeres y adolescentes se mataban entre sí y se devoraban.
Y la última mujer casi anciana que se alimentaba de su hijo de cuarenta y cinco años, gestaba con obscenidad en una hernia de su barriga, a falta de seres humanos, una rata que la devoraba por dentro mientras crecía.
Yo tenía hambre…
A la rata le arranqué la cabeza con los dientes, aún chillaba.
Su cráneo crujía incómodo y sórdido entre mis muelas.
Escupí sus grandes incisivos con asco.
Y desperté triste porque había voces.
Todo fue onírico.
Un bebé lloraba vivo en algún lugar de la colmena, mierda…
Todo fue mentira.
Maldije el nuevo día y le corté la cabeza a mi gato con las tijeras de la carne en la cocina.
En mi restaurante preparé arroz cocinado con aguas fecales y albóndigas con carne agusanada que comieron vorazmente seiscientos comensales a lo largo de la jornada.
Baratos menús venenosos de infames enfermedades…
La enfermedad y la muerte los miércoles ¿o es el jueves de mierda? están rebajadas en todos los establecimientos y las bestias humanas comen con más voracidad.
Pinchaban la comida con tenedores y cuchillos que había hundido en el cuerpo de un yonqui hepático que conservo en las cámaras.
Pensé en el veneno y su bondad.
En la enfermedad y la reparación y el orden de las cosas.
Tras cerrar por la noche el restaurante, dejé que escapara el gas por los fogones y tomé de nuevo un vuelo al azar con pasaporte falso.
Y soñé que el avión caía y los descompuestos gritaban en sus asientos con horror incomprensible, porque lo muerto no puede morir.
Desperté confuso y de nuevo triste.
Pensé en aquellas cosas cargadas de maletas que caminaban presurosos hacia la salida y añoré la posibilidad del no nacimiento de los bebés muertos.
Pensé en nuevos menús con ternera rellena de excremento de paloma y vidrio molido, con patatas hervidas al curare y pez globo sin limpiar, con café y orina añeja…






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

7 de abril de 2020

Soy yo, padre


Padre…
Mírame: la tengo dura por los muertos y los enfermos, por los pobres y los hambrientos.
¿Es legal?
El televisor habla de coronavirus y parece de carne, orgánico… En la pantalla bajan lefas escurriéndose como cera caliente que humea un poco antes de enfriarse.
Padre: cuando camino el movimiento masajea mi glande y me desespero; el semen hirviendo presiona y no sé como gestionar lo caliente que estoy. Solo acierto a meter la mano en la bragueta. Estoy tan encelado…
Encelado de tanta miseria y cobardía que veo y escucho, padre.
No sabía de mi mórbida obscenidad. ¿Tuviste algo que ver con esto que está tan dolorosamente duro entre mis piernas y mi degeneración? Mis huevos están contraídos, parecen de cuero, padre.
Es también una clara cuestión de mortificación.
No me importa el dolor, la muerte y el miedo; solo pienso en correrme.
Dime que no estoy enfermo, padre.
Padre: ¿Qué hago? Los policías me dicen que tengo la obligación de mostrarles mi erecto y palpitante pene para que me hagan un test con sus bocas ávidas.
Agentes de la indecencia…
Les digo que tengo prisa, pero me acarician los huevos y una agente fea, se acaricia retorcidamente entre las piernas con la porra.
Como yo hago sin poder evitarlo apretando mis cojones con el puño.
¿Qué hago, padre? ¿Les dejo beber de mí?
¿Sabes, padre? Me hubiera gustado que no hubieras muerto y supieras de la excepcionalidad del cerebro podrido de tu hijo.
Moriste sin conocerme...
Me parece injusto.
Padre, hay una epidemia y no consigo enfermar, no mis pulmones. Es mi pene que se expande y llena todas las bocas y todos los coños de los que viven y los que se pudren. ¿Soy yo la infección? ¿O son ellos los que me infectan con su cobardía y mediocridad?
Estoy sucio.
¿Estás orgulloso de mí, padre?
¿Los muertos sentís orgullo?
Padre, tengo el cerebro podrido y mi pensamiento supura un blanco lácteo y cremoso.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

17 de junio de 2019

No la sueño


Jamás he soñado con ella, nunca la he besado mientras duermo.
Cuando duermo, no existe el mundo ni ella. Ni siquiera yo.
Todo es irreconocible.
Todas mis ilusiones, deseos, carencias y tristezas de amarla las vivo despierto, las sueño con los ojos abiertos desdoblando en dos hemisferios la realidad.
No puedo dejar de pensarla cuando soy consciente. Incluso temo irritarla a pesar de que mis divagaciones son mudas.
Así adquiere sentido que dormir sea un descanso tan necesario para la mente como para el cuerpo.
Debe ser por esto que mi cerebro rechaza el mundo al dormir; pero sobre todo a ella que consume tanta energía durante el día que lo deja exhausto. Y se protege negándola durante el sueño.
O se repone o se rompe de tanto amarte, cielo.
A veces consigo despertar del profundo coma de la noche para pensarla, preguntarme dónde estará, qué pensará. Y si al día siguiente habrá un momento de intimidad para susurrarle algunas palabras de amor.
Luego duermo profundamente un poco más tranquilo. Otras veces me es imposible cerrar los ojos a su presencia y fumo para cauterizar heridas internas de tristezas y ansias, hasta que los ojos se cierran solos y el cigarrillo hace crepitar dolorosamente la piel de mis dedos.
Nunca has sido parte de mis sueños, siempre has sido mi realidad.
No es alarde ¿sabes, cielo? Simplemente es algo que no puedo evitar, es algo que me ocurre, como una bendita enfermedad.
No sé si es más romántico soñarla; pero no puedo elegir.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

12 de agosto de 2017

Un momento para soñar


Me permití soñar.
A veces lo cometo (soñar despierto), aunque despertar luego duela.
Escapar del dolor y el cansancio no es malo si no es caballo en vena.
Que tampoco se puede decir que sea doloroso despertar, yo diría que es simplemente incómodo al caer en la cuenta de que la realidad no es el momento y lugar que me gusta.
Lo que duele de verdad es caminar y la realidad diaria sin pizca de imaginación.
A veces pierdo el control y lo sórdido y el miedo pretenden imponerse.
Y soñé que estaba solo en el planeta, bajo un cielo apocalíptico que pretendía aterrorizarme. No cedí, sonreí.
Y estaba bien.
Soñé que no dolía caminar-vivir. Dos veces bien.
Soñé que no tenía cojones. ¡Ah! Primero me asusté, observé mi flamante pene y pensé: "No es malo, no existe mujer con la que aparearse para dejar preñada. No hay nadie."
Soñé que habían cantidades pornográficas de cigarrillos, para todo lo que me quedaba de vida y casi cinco años más. Cuatro veces bien.
Me senté en una playa al atardecer y cerré los ojos al sonido y el olor del mar. Cinco veces bien.
Cuando abrí los ojos, la playa estaba llena de delfines muertos, con sus eternas sonrisas, mecidos los miles de cadáveres por olas perezosas. Sus ojos velados mirando a ninguna parte...
Y fumé perturbado.
Hasta para morir ríen los delfines. No entiendo porque dicen que son inteligentes, no comprendo su faz de sonrisa eterna y estúpida. No hay nada por lo que valga la pena sonreír. A lo mejor no ríen y la puta naturaleza los hizo así para joderlos.
No sé porque se empeñan a veces en ayudar a los humanos. Aunque no creo en lo que cuentan las películas y la chusma sensiblera.
A lo mejor han muerto por serviles, por tener tan poco orgullo como especie.
Seis veces bien.
Todo lo que podía morir ha muerto y el silencio me causa cierta angustia; pero es agradable, es algo que nunca había escuchado. Algo que nunca había sentido.
Es tan fuerte, tan denso el silencio, que pesa como una columna de agua en mi pecho y me impide respirar bien y relajadamente.
Me hace especial sentir la asfixia de la soledad absoluta.
Siete veces bien.
Soñé que por primera vez era feliz, que era un hombre en un planeta muerto, rodeado de silencio. Un héroe, un protagonista de mis propios relatos.
Ocho veces bien.
Y soñé que era de noche, que en el cielo no había luna ni estrellas y la oscuridad acariciaba mi corazón. Y sentí ser amado por la nada y por nadie.
Nueve veces bien.
Soñé llorar porque nadie podía verme ni sentirme. Y un rayo me partió la cabeza y mientras mis sesos resbalaban, no comprendí como podía ser tan cruel de soñar algo así.
No estuvo bien. Mi pensamiento, lo que soy era absorbido por la tierra aún templada por la luz del día.
Y desperté y el sol me oprimía, me ahogaba de calor y sudor.
Y por enésima vez, no me gustó estar vivo, no aquí, no ahora.
Una vez soñé con un cielo azul ektachrome y en el flotaban como cristos crucificados hombres y mujeres que conocía de la vida diaria y de la televisión. Mi padre, mi madre, un presentador de las noticias...
Estaban todos.
Tenía ocho años y no sabía que pensar observando todas aquellas personas que lloraban clavados en las cruces.
Ahora lo sé, la muerte es un arte, una performance inquietante y fascinante.
La muerte hace del último pensamiento un sueño eterno y depende del sueño que sea infierno o paraíso.
O más de lo mismo.
Es hora de cojear de nuevo, se acabó lo fascinante.
He de ser cuidadoso.
Controlar mientras pueda.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

29 de abril de 2017

Realidades y virtualidad


Conversaba con una amiga y lanzó una cuestión: ¿Imaginas cómo sería si confundiéramos entre la realidad verdadera o una virtual? ¿Cómo podríamos diferenciarlas?
Lo hermoso de esta cuestión es el lado romántico; donde ausencias y secretos contados a grandes distancias, imprimen un sello onírico donde el pensamiento acepta posibilidades imaginarias que la realidad impide con saña y crueldad. Es una necesidad para desarrollar el amor. Siempre ha sido narcótico amar.
Sin embargo, profundicé y pensé: ¿Quién puede tener problemas con ello?
(Me es inconcebible: yo escribo y creo pesadillas, amores, obscenidades... No quedo atrapado en ellas, ni en mis introspecciones destructivas).
La realidad virtual no existe, no como sueño, no como imaginación, no como posibilidad.
Y razono que se trata de la eterna lucha entre lo objetivo y subjetivo. Dos realidades que se confunden a menudo.
Lo "virtual" es una cuestión semántica adaptada a la tecnología.
La realidad virtual consiste en identificarse en un mundo artificial, desarrollar las propias emociones y sentimientos en un lugar que otros han fabricado. Y vivir ese mundo consciente y voluntariamente por un tiempo prefijado por el fabricante.
La realidad subjetiva es involuntaria y se forma con los deseos, miedos y carencias propias durante la vigilia, la vida cotidiana.
No es virtualidad, es idealización, conveniencia inconsciente.
Hay colores de cabellos y ojos que cambian según quien y en que momento los observe.
La realidad objetiva, hace de un ladrillo, lo que es: un ladrillo.
Algo mensurable y táctil, sin errores de concepción ideológica.
Y la imaginación podría hacer del ladrillo una obra de arte. ¿Sería posible creerse la propia mentira y usar el ladrillo como elemento decorativo en la mesita de noche? No, se quedaría en puro esnobismo. Algo insostenible para una mente bien formada.
La realidad virtual es un juego fácil y limitado. Un pasatiempo en el que no existe el quebranto emocional e irreal de un sueño.
Lo preocupante sería creer que nuestro sueño fuera la realidad, si eso es posible. Porque cuando agonizamos de angustia en un sueño, o cuando estamos en un éxtasis paradisíaco; despertamos. Y unas veces nos encontramos tirados en el fango de la realidad y otras, nos alegramos de encontrarnos en ella.
El despertar y adquirir conciencia es un paro de emergencia que evita la locura, el colapso del cerebro.
Lo que sí es cierto, es que un sueño puede condicionar nuestro pensamiento consciente durante un tiempo, la duración de esa perturbación depende de la intensidad de lo soñado.
Y vuelvo a pensar: ¿Quién puede tener problemas con ello? ¿Quién puede confundir objetividad, subjetividad, virtualidad o sueño?
Son preguntas retóricas, porque conozco las respuestas:
La inteligencia, la imaginación y la capacidad intelectual de analizar lo que ocurre en nuestra mente o en la periferia, solo está presente en una ínfima parte de individuos.
La humanidad en general, se nutre emocionalmente de una corriente empática como la que se transmite por las antenas de las hormigas u otros insectos.
Hay una importante inmadurez en la razón humana, de tal magnitud que es posible que necesiten que alguien les diga lo que es real o irreal.
Y comprendo el verdadero alcance y profundidad de la cuestión que lanzó mi amiga: la estulticia humana.
Es como si por algún defecto debido a una evolución inacabada o errónea, el ser humano tuviera un cerebro demasiado grande que hace de su vida una sucesión de confusiones e imágenes injustificadas. No puede gestionar todos los datos sensoriales que recibe.
El problema, no es la realidad; el problema es la imbecilidad.
El problema es que morir les da miedo.
Sí. Deberían hacerse muchos videos para enseñar a la humanidad lo que es real, que aprendan a reconocer sus propias mentiras y alucinaciones que ellos mismos crean desde el instante mismo en que se miran al espejo para lavarse los dientes y ven, incomprensiblemente, un ser superior.
Y subir a yutup y otras redes sociales todos esos videos. Divino...
No me engaño, sería una obra ineficaz para combatir la inmadura ingenuidad humana, no lo entenderían, les causaría más confusión.
Y por otra parte, vivo en un mundo de idiotas, no necesito ni quiero que la raza humana mejore. Me importa poco el altruismo o la esperanza de un mundo mejor. Esto es solo un ensayo, un ejercicio filosófico.
Puedo seguir viviendo entre idiotas lo que me queda de vida.
Estoy acostumbrado.




Iconoclasta
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28 de abril de 2016

Movimiento


"No camines, quédate en casa y descansa. Ahora no duele, cuando el mundo se detiene, el dolor también".
"Haz caso de la quietud, disfruta la ausencia de dolor".
El dolor me la pela, así que en contra de lo que mi cuerpo dice, me calzo. Es penoso, porque hay que forzar los músculos para que se muevan.
Ellos saben cuando es bueno salir a caminar, a respirar aire frío.
No me rijo por la sabiduría, ni la mía misma.
Me rijo por mis cojones.
Pienso en los seres que consumen oxígeno para absolutamente nada. Sin que se muevan y cuya única ventana es un televisor apagado o encendido.
Dicen estar cansados del trabajo, de lo que trabajaron, de que siempre es lo mismo: la misma calle, la misma luz, el mismo coño...
Cuando mueren, simplemente escupo como si fuera un moco molesto: siempre es lo mismo.
Tienen razón, pero no saben hasta que punto son ellos mismos de quien están asqueados.
Los huesos no saben de esas cosas, no pueden entenderlo. Así que la rodilla duele un millón y hago como que no me doy cuenta. La contera del bastón está tan desgastada que secretamente le doy la razón a mis extremidades.
Es más fuerte el miedo a ser un mierda que babea o que sueña mediocridades frente al televisor o su cerveza, que el miedo al dolor.
Camino sin que el dolor mengüe un ápice. No hago caso al miedo que me atenaza los testículos cuando pienso en la posibilidad de que andando, me rompa. Más que nada porque tengo la imagen de ella desnuda y húmeda. La erección es el mejor analgésico.
Y la vejez de las calles que piso, el recuento de muertos anónimos que las casas han visto con indiferencia intemporal.
Suficiente, razonable y vanidosamente cansado me siento a tomar un café y poner a prueba la discreción de las miradas de algunas mujeres. Porque aparte de moverme, me gusta follar o la caza. Y crear cierto halo de trascendencia y rebeldía que a muchos humanos les lleva a mirarme con extrañeza.
Suele ocurrir porque mi rostro muestra cierto rictus de dolor y mis ojos, sin embargo, reflejan mundos que no son de este universo. Ideas que están formando constelaciones de locura.
Los vulgares detectan esas cosas, aunque no sepan identificarlas.
Cuando frente al café saco la pluma y el cuaderno del bolsillo, es como si el mundo desapareciera y me quedo solo, como un invisible entre la humanidad.
Y escribo cosas peores y mejores que ésta. Ignorándolo todo, hasta la presencia de mi padre si aún viviera.
Soy tremendo.
No quisiera no tener dolor y hablar del tiempo, o de un programa de televisión, o de la crisis.
Ni siquiera tengo deseos de hablar.
Tengo  secretos...
Secretos de un pensamiento que bordea peligrosa y suicidamente la locura y el sexo voraz.
No podría hablar porque son pensamientos que se hacen sonido cuando el semen eyaculado se enfría en la piel ajena. En los pezones ajenos, en el monte de Venus, en sus muslos que tiemblan...
Son pensamientos que se expresan, precisamente, cuando más difícil es hablar. Porque los ecos del orgasmo colapsan la voluntad y la respiración.
Así que no me interesa hablar banalidades pudiendo tener silencios de belleza extraterrestre.
Me llevo el café a la boca y pienso a que sabrá su monte de Venus rasurado cuando lo bese, cuando deslice la lengua hacia su raja hambrienta...
Y el dolor ha dejado de importar, ha dejado de importar todo.
Porque mi lengua tiene el dulce saber de su coño-café.
Lo he visto escrito en el papel, aunque no recuerdo cuándo lo escribí.
Ni el dolor ni el mundo pueden impedir que yo me mueva, que enloquezca, que joda a esa preciosa.
No es vanidad, me importa poco ser tosco, ser brutal. Solo quiero ser fuerte, un forzudo de los sueños, de la risa, del llanto, del dolor, del sexo y de la tristeza.
Que duela o que goce, siempre con el exceso.
Pago el café y me permito una broma que jode a muchos: "¿Por qué es tan barato el café? Me siento mal pagando tan poco, no es elegante".
La camarera ríe un poco aliviada cuando demuestro humanidad y doy muestras de humor y simpatía.
 Y mañana más, aunque me sangren los ojos.
Si me sangraran, saldría un texto magnífico. Lo mío no es el miedo, le temo al asco.
El movimiento es vida y sueño.
La inmovilidad es muerte de mierda.


Iconoclasta
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14 de agosto de 2015

El pabellón de los enamorados


Hay un ala especial en el manicomio: el pabellón de los enamorados.
Somos los enfermos más ridículos del mundo.
Dicen que amar no es locura, es virtud, es necesidad; pero somos la práctica demostración de que el amor tiene sus leyendas.
La enfermedad comienza al convertir el amor en sueño o fantasía, en esforzarse en otorgarle toda esa importancia que lo constituye como un elemento necesario en la atmósfera para poder respirar.
Ahí radica el problema, porque hacer sueño del amor es despertar y sufrir la paranoia de que es una pompa de jabón estallando en el aire.
El amor es demasiado volátil, voluble... 
Te despiertas aterrorizado ante la posibilidad que el amor sea el sueño que muere al despertar. Requiere convencerse de que es táctil y suplicas palabras de amor a quien amas.
Y quien amas, se asusta de toda esa paranoia.
Dime que no me faltarás nunca, mi bella diosa de la locura...
El amor requiere no despertar jamás, estar en ese limbo de romanticismo y sexo. Porque si un día faltara, faltaría el aire.
Si un día no está ocurre esto: la cordura es la que estalla en el aire.
En el pabellón de los enamorados los locos observamos inmóviles durante horas el aire a través de las ventanas enrejadas, buscando el amor en forma de amebas translúcidas, que es el ideal de espejismo para algo tan sutil y tan efímero como es el amor. 
El amor no se entiende sin lo carnal y el sexo se convierte en devoto, sagrado, puro, pornógrafo, cruel, humillante, sucio, sangriento... Según la paranoia de cada cual.
Demasiado sexo, demasiado complejo, el amor lo complica todo.
O tal vez sea que complicamos el amor. No podría asegurar nada, al fin y al cabo estoy loco.
Al sexo le basta con ser brutal en su pasión.
Ojalá lo pudiera decir siempre y no solo bajo el efecto de los medicamentos.
No debí convertir el amor en una representación teatral; pero mi vida, mi rostro es el ejemplo que figura en las enciclopedias como mediocridad tipo.
Soy aquello que nadie jamás debe ser.
Tuve la ilusión de que el amor me haría especial.
Me dosifican drogas para no soñar con el  amor. Y sueño que soy lo que veo en el espejo, algo anodino, algo banal que no importa.
Me despierto con la certeza de ser un mierda y todo está perfectamente controlado para no desangrar toda esa miseria que soy con una cuchilla, o colgarla por el cuello de un cinturón, o de una sábana en una tubería. No me dejan intimidad ni libertad para salir de aquí en una camilla con ruedas hacia la morgue.
Los sueños son efímeros, ergo el amor lo es.
Y por ende la cordura.
Todas estas consecuencias, hacen la vida desesperadamente larga.
¿Cómo no estar loco? Es una condena, un filo constante en el cuello ante la posibilidad de morir asfixiado porque faltas en el aire.
No puede ser... Fue un sueño. No te corté la cabeza, para tenerte siempre cerca de mí y besarte al despertar. Fue una pesadilla, no fue real.
Yo no follé tu cuerpo sin cabeza. ¿Cómo pueden pensarlo?
Toda aquella sangre que inundó mi boca al besar la tuya...
Aquella erección brutal...
El sueño a veces se hace pesadilla.
Es la pesadilla de ellos, los que no tienen amor.
Los enfermos del pabellón de los psicópatas asesinos son los seres más patéticos del mundo cuando no pueden bañarse en sangre.
Los celadores del pabellón de los enamorados no nos dejan suicidarnos, pero nos lastiman los genitales con cigarrillos y nos dicen que no es real, que es un sueño.
 Y ríen, y ríen, y ríen, y ríen...
Y sueño que beso tu lengua púrpura sin sangre sosteniendo tu cabeza entre mis manos, cuando la brasa del cigarrillo crepita en la piel de mi glande y ellos ríen.
Pero no duele porque te sueño, porque te amo.



Iconoclasta