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5 de agosto de 2019

El Supremo Biólogo


La maldad y la enfermedad anidan en el tuétano.
La médula de los huesos irradia hacia el exterior la maldad y los dolores cancerígenos que se extienden a los órganos.
El Supremo Biólogo usó materiales defectuosos para el chasis humano.
Demasiados seres fueron creados para exterminarlos a todos y fabricar nuevos; la pérdida de tiempo, huesos y prestigio sería inmensa. Y El Supremo Biólogo no puede equivocarse, es algo básico en el concepto divino.
Añadió carne, grasa y piel a los huesos como contención a la ponzoña de los corruptos cimientos humanos.
Sin embargo, había casos en los que no era suficiente y añadió más grasa, carne y piel en grandes cantidades; pensando que de una vez por todas la enfermedad y la paranoia quedarían enterradas en la génesis ósea.
Cosas ocultas, ojos que no ven…
Se crearon seres humanos indecentemente pesados y torpes, tanto que no sabían de donde salía el pensamiento: si de los huesos o del cerebro.
Solo les bastaba con matar, comer y follar.
Carne, grasa y piel resultaron también defectuosas, porque los errores que un dios no puede cometer, no se pueden reparar.
El Supremo Biólogo se cansó de parches, programó una muerte temprana y una estupidez eterna entre los tejidos que mal contenían la ponzoña.
Si morían pronto, nadie sabría de su torpeza y si eran suficientemente idiotas no podrían pensar con claridad sobre el origen de sus miserias.

Inicio de la humanidad.

Yo no sé de donde sale mi pensamiento, solo sé que algo no va bien. Cada día duele más la vida y combato el dolor mordiéndome los labios y apaleando a otros machos y hembras.
Odiando sin ninguna razón, simplemente porque soy imbécil en esencia.
Cuando nació mi primer hijo, lo partí en dos con un cuchillo de sílex para buscar entre sus huesos el dolor que yo padecía y hallar la fuente de mi pensamiento imbécil. Solo vi un huesecito ennegrecido en un brazo que radiaba hacia el hombro como los tentáculos venenosos de una medusa.
Tiré lo que quedaba de mi hijo a la hoguera y me follé a dos hembras hasta que les sangró el coño y las seguí follando con odio y golpes hasta asegurarme que quedaran preñadas.
Porque lo único que comprende mi escaso pensamiento, es que me he de reproducir.
Reproducir la ponzoña y la insania.
Lo pide toda esta carne, grasa y piel.
Al Supremo Biólogo me debo, aunque no sepa porqué, ni que gracia puede tener; él dice que más adelante alguien dirá que seremos “sapiens”, no sé que putas es eso.
Solo sé que cuando piso fuerte, me duele y cruje un hueso de la pierna de tal forma que me aterroriza.
He matado hembras, crías y viejos; tantos que a veces me duele un hueso de la cabeza.
Pronto me matarán a mí.
Espero impaciente el momento de que mis huesos se hagan de piedra indolora por fin.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.




3 de julio de 2017

Solo una sombra


No pido mucho, incluso demando no vivir del todo.
Solo quiero ser una fría sombra, incorpórea.
Un suspiro de deseo feroz, oscuro y frío.
Un fantasma, un anti héroe del amor.
Sería la forma perfecta de deslizarme por tus piernas. Arriba, a lo profundo.
Cubrir de mí tus muslos calientes para que cedas calor a mi oscura frialdad.
Es una ley termodinámica y el principio fundamental del amor: el intercambio de temperatura. Lo frío roba el calor que necesita.
El tuyo...
Ese calor que radia de esos mudos y secretos labios que tus muslos esconden.
Me basta con ser incorpóreo, un frescor en tu coño caliente; sin que nada ni nadie pueda evitarlo.
Ni tan siquiera tú al ver la sombra que te cubre.
Un soplo que separe tus piernas. Un frío penetrante que cierre tus puños con fuerza y lujuria. Desesperada...
Seré la oscura blasfemia lactante en tus pezones y los erizaré hasta que te muerdas los labios y te sangren de placer.
No... No quiero ser carne, sería imperfecto, no bastaría para cometer todas las inmoralidades que deseo hacer en tu piel.
Dentro, más adentro...
Penetrar en tu mente por la boca, como un hálito frío. Y poseer tu pensamiento.
Esclavizarte de amor.
Follarte impunemente, salvajemente.
No quiero el cuerpo, la carne no permite que te joda tan profundamente.
Quiero tus dedos en tu propio coño, acariciándome, excitándome. Porque estaré ahí.
Eyacular mi suspiro y que se derrame en torrente salpicando tu vientre. Un oscuro soplo en tu coño palpitante.
Tal vez ambiciono demasiado.
Tal vez te amo desesperadamente.
Ser la sombra, la oscuridad que te adora...

Labitur umbra corpus.
(Una sombra que se desliza por tu cuerpo)





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta


2 de diciembre de 2015

Los brazos rotos


Hay algo que parte los huesos, los troncha como madera seca.
Es el vacío.
Cuando se abraza la nada en la que se forma el espejismo de un deseo, los huesos se astillan y sientes el lacerante dolor de lo que no hay.
Los sueños incumplidos tienen el terrorífico poder de la ruptura impía.
La ausencia parte el ánimo como una paja seca y el ánimo siempre está alojado en el tuétano, en la médula tan profunda como el amor que me destruye.
Es normal que se partan los brazos. Los levantadores de pesos no tienen que elevar el vacío, por eso no sangran cuando elevan los 200 kg. por encima de sus cabezas.
No es extraño despertar con los brazos colgando, como si fueran las alas podridas que el cuervo arrastra por el suelo. 
Oyes el crujido y piensas que no es posible, que no pueden partirse tantas veces los huesos, que eres un Sísifo que apenas se recompone, se parte de nuevo.
Y lloras brevemente todo ese dolor antes de que el sol te ilumine el rostro. Con cierta vergüenza, porque ¿cómo explicas que el vacío te ha roto los brazos? Que no es cáncer.
"Es que ella está horriblemente lejos, médico de brazos rotos,  y deja su vacío allá donde miras".
¿Es que nadie me va a entender?
Si mi pene tuviera huesos, se partirían. Eyacularía sangre que correría por mis muslos espesa, pornográficamente dolorosa...
Es como si el vacío pidiera  mi médula para llenarse. No sé...
Duele madre, duele la vida que me diste.
Hiciste mis brazos de cristal...
El mundo me está destrozando en vida, coño.
Piensas que si usaras los pulmones para aspirar el olor de su cabello y su coño, las costillas se partirían y rasgarían los pulmones.
No existe nada tan letal como aspirar vacío.
Lo sé por las alas marchitas de los cuervos y las mías. Tan rotas que me hacen amorfo, me roban la humanidad y crean un gusano de mí.
 Mierda...
El dolor no es espejismo, no es un vacío. Es la obscena y única materia que llena la nada con cúbitos y radios estampados con lunares rojos.
Habito un vertedero de huesos ensangrentados.
¿Cuántas veces podrán destrozarse mis brazos para llenar el vacío? Debe haber un final, una conclusión. No puede ser tan largo.
No hay mal que un millón de asquerosos años dure.
Lloras para liberar la presión osmótica que se crea entre la membrana del sueño y la de la fatalidad. Observando el cúbito y el radio asomar obscenamente, rasgando la piel que debería ocultarlos. Y piensas en el calcio y su deficiencia.
Y en que la única fe es la del absoluto e insaciable poder del  vacío.
Duelen los oídos porque la baja frecuencia del sonido de un hueso al partirse, afecta al tímpano y a un puto corazón que está al borde del colapso.
Es lo mismo que decir que eres impetuoso muriendo...
En tu piel, en tu rostro y en tu coño deseado está mi protección. En tus labios entreabiertos que mi lengua invade.
Cualquiera de los dos pares.
Sin ti el mundo enmudece con un escalofriante chasquido y se parten los brazos allá donde abrazaban tu torso brillante.
Suave, suave...
Y se cierran los ojos lentamente con la más triste aflicción y las manos crispadas aún, intentando contener tanta locura.
Toda la locura.
Toda tú.


Iconoclasta

11 de octubre de 2015

Un estigma de amor



No sé como ha ocurrido, escribía de ti y he visto el corte en la piel y he chupado la sangre.

Escribía las ganas que tengo de confesarte al oído lo que te amo, que el tiempo es un tren arrollador y mi pie se ha quedado aprisionado  en el raíl por donde circulas con total y absoluta belleza a mil millones de latidos por hora.

Y se ha abierto la piel...

La pluma no corta y no usaba instrumentos cortantes.

Solo puedo concluir que amarte abre mis carnes, literalmente.

Te llamaré para contarte esta confidencia y me sonrías, quiero sangrar si es necesario para oír como ríes, mi bella.

Me desangraría feliz oyéndote sonreír.

Los estigmas del amor son inescrutables e incontrolables.

Dime otra vez que me quieres, que sonríes todo el día cuando me oyes, hazme hombre.

Hazme sangrar, no te preocupe eso, tengo abundancia de sangre, mi amor.




Iconoclasta