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18 de octubre de 2023

lp--Una mantis en el camino--ic

Es un día de sol otoñal, de los que hacen sudar al caminar largo rato y al detenerse, la piel se enfría más rápidamente de lo que se consume el hálito del moribundo atiborrado de morfina.

Si te detienes estás muerto, desconfía de dios si existiera.

Pienso en las infecciones pulmonares y la penicilina.

Y extrañamente, en el soleado camino, se encuentra orando al sol una mantis en lugar de estar fundida con la hierba.

Cuando me he acercado a fotografiarla no se ha movido de su lugar, simplemente ha girado su predadora e impía cabeza y me ha observado con su mirada gélida a pesar del sol que la baña.

¡Qué valiente!

Me emociona ese ingenuo coraje de los animales pequeños. No temen, no huyen y protegen su tiempo y lugar que ocupan.

–No eres más que yo –dice con su mirada mecánica y las mandíbulas mordiendo las palabras apenas han salido.

Lo mata todo… Qué envidia.

Y no lo soy, no soy más que nadie. No necesito que una mocosa mantis me lo diga. Sólo nos parecemos en el verde de los ojos, si se le puede llamar “parecido” a su verde intenso y vital contra mi verde irritado por el sudor, el acumulado exceso de luz y desgastado por un hartazgo vital.

Todas sus patas son perfectas, yo tengo sólo 1,2.

Ella es perfecta, eficaz, una cazadora nata. Yo un cerdo que se alimenta plácida y cómodamente.

Ella es estilizada, la cima de una evolución perfecta. Yo un gorila a medio hacer, torpe y asqueado de mi especie.

– ¿Por qué estás en el camino y no oculta en la fronda?

–Porque soy alérgica al diente de león y hay mucho por aquí.

– ¿Cómo va la caza?

–No tengo hambre, sólo quiero secar la humedad de mi coraza.

–Como se dice que eres tan voraz…

–Yo no viviré tanto como tú, me he de apresurar en cazar y matar cuanto pueda, no es una cuestión de hambre, si no de trabajo. Disciplina, disciplina… –divaga ella olvidando mi presencia.

–Pues ahora mismo estás muy tranquila, relajada.

–Estoy pensando en cómo sería devorarte, no seas frívolo.

–Te podría haber pisado.

–Claro… Lo que no ocurre, no importa. No soy humana y mi tiempo es breve.

Ninguna parte de su cuerpo se ha movido en todo este tiempo, y su mirada ha adquirido la frialdad de la luna muerta. Parece haber eclipsado el sol. Tan pequeña…

Pienso que está neurótica, nada es perfecto.

Le digo adiós, como se saludan los caminantes en alta voz, sin que sea necesario, antes de alejarme cojeando de su camino. Me responde con un adiós rascado, triturado.

Las comparaciones entre ella y yo no son odiosas, son tristes. Aunque muerdo con fuerza el cigarro por una rabia que arde en mi cerebro, la tristeza me arrastra siempre a la ira, tal vez por hacerme sentir avergonzado.

No puedo entender cómo, en algún momento, mis padres llegaron a sentirse orgullosos de su hijo. Madre me quería tanto que me hace sentir ser un fraude, aún que está muerta. Incluso en la adultez vi en sus ojos el brillo del cariño. A veces pillaba a mi padre mirándome con orgullo. Agradezco a sus amados cadáveres aquellos halagos. 

No sé… Los padres se equivocan tanto como los hijos, incluso más porque abusan de su tamaño y fuerza.

La mantis mira al sol pensando en cómo devorarlo. Sus espinosas garras se agitan en un tic constante intentando desplegarse y cazar.

Y agradezco al día el encuentro con la señorita mantis, agradeciendo también no ser el señor mantis atraído por esos ojazos suyos.

Aunque morir no es bueno ni malo, simplemente sucede.

Así que le deseo sin dramatismo o teatralidad alguna, larga vida (más que la mía) a miss mantis, ella sabe disfrutar del planeta con su orgullosa mirada y estilizada perfección letal.

Dios es un mierda, es imposible que la creara.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


29 de agosto de 2021

Un perfecto instante de ternura

 


El pequeño ternero está acostado en la hierba, ya casi paja por lo seca y arrasada por el sol durante el largo verano.

Las reses adultas se encuentran doscientos metros más allá, al otro lado de un riachuelo.

Me gustan los animales que se separan de la manada, como yo. Porque los hace parecer valientes.

Pero no es el caso, a través de los prismáticos observo que el ternero es un bebé, simplemente está agotado de haber nacido hace poco: su rostro aún no está definido del todo, el pelaje apelmazado y su dormir tranquilo, aunque no deja la orejas quietas.

A veces mira hacia mí, a través de una mata de cardos; pero sus ojos apenas pueden enfocar. Luego vuelve a meter el morro entre las patas, casi suspirando por el bendito calor con el que la tierra lo mima.

Me quiero dar el lujo de pensar (sin que sirva de precedente) que el planeta tiene la bondad de dar calidez los peques.

De cualquier forma es valiente, no muge. No se le ve nervioso.

Aunque quisiera no podría seguir a los adultos, los bebés deben descansar, porque nacer es lo más traumático, lo más difícil.

Y morir es lo más fácil del mundo.

Me acuerdo de cuando era pequeño y me cansaba tanto de seguir a mis padres caminando... Me dolían los pies, me acuerdo mucho de aquel dolor.

Ahora me deleito con el inmenso privilegio de compartir con él un tiempo y un lugar idénticos. Un instante perfecto de ternura y paz.

Caigo en la cuenta de que no soy más que él. No hay razón alguna que me haga sentir superior; su aún diluida mirada tiene todo el conocimiento necesario para la supervivencia, nació con algo aprendido. De ahí la paz que transmite, y esa ternura infinita que provoca la pequeña soledad que lo rodea.

No, somos iguales, mi vida no vale más que la suya. Lo sé con una absoluta seguridad.

Es la certeza total.

Quien afirme lo contrario, no conoce la naturaleza, ni siquiera la suya.

No es un drama, es una alegría estar con él, respirando ambos el mismo aire; pero dan unas ganas de llorar… Pudiera ser que él está cansado de nacer y yo ya empiezo a estar cansado de vivir y las cosas tiernas tienen el poder de aplacar mi ira y soltar lastre por los ojos.

El verano y sus alergias lacrimógenas…

Alergias es muy parecido morfológicamente a alegrías y ambas causan lágrimas.

Todo cuadra, es un momento perfecto para todo.

No me gusta que esté tan solo. Sé que no hay animales que lo ataquen, pero me da un poco de reparo marchar y dejarlo solito. Es muy pequeño y yo demasiado humano para no sentir cierta congoja.

Es un buen momento para hacer esto: escribirlo y dejar constancia de que un día casi se me desbordaron unas tiernas y repentinas lágrimas de alegría y alergia.

A mi pesar, guardo cuaderno, tabaco y prismáticos en la mochila y muevo la rodilla antes de ponerme en pie. Temo que se pueda romper con una brusquedad, no soy un ternero joven, estoy terriblemente castigado.

Mi vida vale menos; es otra certeza que ha caído por su propio peso. Y como no hay ternura en ello, sonrío ostentosamente; porque lo preocupante es vivir, no morir.

Y ya cogiendo el manillar de la bici, una de aquellas vacas enormes, se separa del grupo y cruza el pequeño arroyo.

Me detengo.

¡Qué bien!

A medida que se acerca al ternero agita la cabeza arriba y abajo con alegría y apresura el paso. Es hermoso sentir la alegría de otro ser…

Y cuando llega a su pequeño, éste se pone torpe y temblorosamente en pie. Hay restos del cordón umbilical colgando de su vientre. Su mamá le ofrece los cuartos traseros y el pequeño muge ahora, seguramente contento, y más con el olor que con la mirada, encuentra las ubres cabeceando entre ellas hasta apresar un pezón.

Es simplemente perfecto.

Ahora sí que sonrío, ahora sí que emprendo la marcha como si el día fuera completo.

La vaca me mira, me observa con orgullo de madre: ¿Has visto que hijo más hermoso tengo?

Y la felicito.

Les digo adiós con la mano. Susurrando que les vaya bien.

Y mientras avanzo por el camino, disfrutando de la brisa al rodar suavemente, la sombra de un águila se dibuja en el camino.

¿Es que no se cansa la naturaleza de exhibir su belleza?

A veces tengo tanta suerte que temo que la muerte ronde ya muy cerca.

La ternura es hermosa, pero no puede combatir mi sabiduría y cultivado cinismo.

Bueno, si hay que morir, se muere; qué cojones.

Y pedaleo con el peso de toda esa belleza pulsando en el cuaderno que guardo en la mochila como un tesoro. Tal vez con la muerte jadeando detrás de mí.

No hay riqueza más grande que un bello instante.

Ojalá hubieras estado conmigo, mi bella diosa, follarte también hubiera sido perfecto.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

18 de agosto de 2019

Las altas soledades


Lo hermoso de las águilas es su soledad, nadie vuelta tan alto y tan solo como ellas.
Nadie mantiene una distancia tan grande de otros seres vivos.
Y nadie mata con tanta habilidad, eficacia y elegancia.
Solo en la soledad las águilas y yo nos parecemos; pero yo no puedo alejarme tanto de los seres humanos como ellas hacen.
Al final soy un gusano, un roto que las observa con unos prismáticos y envidia.
Con un deseo vehemente de escapar de aquí de una vez por todas.
Siempre son desalentadoras mis conclusiones cuando me comparo con las cosas potentes, hermosas y libres.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


22 de diciembre de 2017

Yo y Mi razón


Escribir es el más fascinante acto de egoísmo.
Todo deja de importar salvo el propio pensamiento. Cuando escribo solo existo Yo y solo existe Mi razón, mis ideas precisas y perfectas.
Impúdicas y sórdidas como los sueños de un enfermo mental.
La realidad que me rodea carece de importancia, porque la verdad la creo yo dentro de mi cerebro.
Las personas se convierten en cosas inferiores y sacrificables o utilizables en mis manos.
La moralidad es una hipocresía inconcebible en mi pensamiento y la ética es absolutamente despiadada.
Hay quien usa su habilidad literaria para alentar el intelecto, educar o emocionar. Bien por ellos, pero no son ejemplos que me gustan o me sienta tentado de seguir.
Yo soy otra cosa.
De hecho, no existe nada que me sirva de ejemplo.
Es fácil ser dios sabiendo plasmar precisa y claramente el pensamiento de forma tridimensional haciéndolo duradero, táctil e inviolable en el tiempo.
Escribir me eleva por encima de cualquier ser humano y cualquiera de las leyes humanas.
Soy absolutamente amado y envidiado.
Y nada ni nadie, puede impedir mi divinidad. Nadie…
Ninguna ley, ningún dictador, ninguna sociedad.
Siempre seré absolutamente libre e indomable, sea cual sea la situación. Los líderes de cualquier índole mueren en el mismo instante que nacen en mi ano; el excretor de miserias de todo tipo.
Mi vanidad es absolutamente impermeable a cualquier contaminación ajena a mi pensamiento hermético.
Acabo siempre concluyendo que todo está mal hecho (incluyendo humanos) porque no nací antes.
Y firmo mi pensamiento ajeno al mundo, con el humo de un cigarro cegando interesantemente mi ojo.
La ceniza ha caído sobre el papel y por tanto mi pensamiento, me gusta; da carisma. Soy perfecto hasta el final.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

29 de octubre de 2015

Estoy bien



El cielo pega un último estallido de color para luego oscurecerse rápidamente, más rápidamente de lo que puedo caminar.

Un camión lleva troncos de árboles y deja una estela fragante de madera en el aire que mi alma aspira. Y es bueno.


Oscurece... Un tractor cansado arrastra un remolque con balas de heno que dejan su olor y briznas en el aire.


Y mi alma también lo aspira.

Y es bueno.


Estoy dos veces bien.


Ya apenas se ve el camino, la oscuridad trae un calor extraño que conforta y acentúa todos los aromas de la tierra.


Recortado en una loma, apenas contrastado el color de sus pelajes, un rebaño de ovejas muy juntas, desprende su fuerte olor a lana y a perfecta existencia.


Se extiende alrededor de mí y parece un ser vivo que olisquea mi rostro.


Y mi alma aspira también el rancio olor.


Y está bien.


Cuando llego al pueblo de nuevo, huele a leña ardiendo y la perfección del momento alcanza el grado de una extrema unción.


Porque es un momento que sería perfecto para morir.


Para dejar de respirar sabiendo que has llegado a lo más precioso. Que tantos años de estar en lugares erróneos, se han borrado con solo una hora en la que el alma ha aspirado todo lo que debía, lo que necesitaba. Donde yo mismo era un aroma, una nostalgia, un ser formando parte de ello.


Dan ganas de sentarse en la total oscuridad de un árbol y dejar que la noche me convierta en un aroma, fundirme, dejar la carne. Evaporar, ser humedad, ser todas esas cosas, todos esos aromas que forman una vida tan íntima y tan intensa, capaz de azotar el pensamiento hasta arrancarle un gemido.


Porque hacen de la noche algo que puedes tocar y acariciar.


Debería aprovechar la oportunidad de morir, ahora que es perfecta la vida. Antes de que se estropee de nuevo.


Duele tanto el tobillo y la rodilla que la idea de fallecer es un mero trámite para ser noche en las altas montañas.


Pero pienso que la amo, marco su número y se lo digo: "Ojalá estuvieras aquí". No le digo que quiero morir ahora, no es justo para ella. Me dice que me ama también. Disimulo un gemido con una tos, porque hay simples palabras que se conjugan con los aromas de la más pura vida. Y lo hacen todo más precioso.


Debería aprovechar el momento para hacer mutis por el foro.


No sé cuando se alinearán de nuevo los aromas de la noche; tal vez tarden tanto como los cometas que cruzan el universo ante nuestras narices cada cientos de años.


Mi alma aspira sus propias emociones impregnadas de este universo, en este instante.


Y está bien.


Y es bueno.





Iconoclasta