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13 de octubre de 2023

lp--Cuando se dice que un pueblo tiene el fulano gobernante que se merece--ic


Cuando se afirma que un pueblo tiene el líder (religioso o político, en ambos casos dictadores de una forma u otra) que se merece. Es cierto, pero va mucho más allá de los votantes o ciudadanos adultos eso de “que se merece”.

Las guerras, el hambre, la corrupción del Estado que los empobrece, humilla y mata, no es sólo responsabilidad del líder asesino de turno en el gobierno o estado.

El pueblo comparte íntimamente con sus jerarcas esa responsabilidad. Y culpables son los padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, etc… Por su fanatismo analfabeto o no, obediencia y sumisión al líder; y lo pagan con su vida los hijos que no han vivido lo suficiente para elegir.

Quien pone la vida de sus hijos en la fe, en manos de un dios, firma su consentimiento para que los hijos sean asesinados por el religioso, a su conveniencia.

Quien jura lealtad a un líder político con un voto, por ejemplo, o agitando ilusionado su banderita, firma su consentimiento para que sus hijos sean “criados y educados” por el Estado, autoriza la futura prostitución de sus hijos, la perversión misma de su naturaleza humana, la humillación y esclavitud. Y por todo ello, también su muerte por el tirano político, a su conveniencia.

Un pueblo no sólo tiene el gobierno que se merece, es responsable de la muerte de sus hijos. Y si viven, de que sean tan cobardes como ellos eternizando la mezquindad.

La cobardía y la dejadez, es responsabilidad única del cobarde y desidioso. Y las consecuencias y responsabilidades debe pagarlas en función de su miedo y sumisión.

Que nadie olvide jamás esto, porque no existe un tirano si hay alguien que lo mate o desobedezca.

El concepto de rebaño asustadizo, sólo es digno para las ovejas de pastores. Los seres humanos están por encima de esos animales; así que, si se comportan cobardemente, son los asesinos de sus hijos y de su propio organismo.

Es lo que no aprende la humanidad, una humanidad que dice ser inteligente porque a lo largo de su historia, han nacido tres o cuatro genios que han inventado o creado cosas y la humanidad grupal y bovina ha usurpado la autoría. Lo de hoy es la humanidad más imbécil que jamás ha existido, la cima de una evolución a la degeneración humana.

Los millones de gentes aborregadas, desidiosas y con una trabajada y elaborada ignorancia e indiferencia, son los responsables últimos de la muerte, de los asesinatos y humillaciones del Estado o Dios. No sería extraño, en la actual civilización humana global, que los hijos fueran para muchos padres, el chaleco antibalas y salvavidas: los hijos son artilugios de defensa contra el Estado y Dios; la mezquindad que está alcanzando la sociedad humana, así lo indica.

La cobardía y la pereza de un pueblo alimenta la crueldad y voracidad de sus líderes.

Y eso, tristes humanos, es culpa vuestra, vuestra última responsabilidad; el haber permitido que un dios, un sacerdote de cualquier religión o un líder político se meta en la intimidad de vuestro cerebro, casa o madriguera y os humille y asesine a los niños, y luego se los sirva con una buena salsa en su mesa de oro.

Sois culpables junto a vuestra ascendencia que fue como vosotros, sois los más culpables porque estáis vivos y ofrecéis la vida de vuestros hijos, si así os lo piden, “en holocausto”.

Habéis regalado con votos, plegarias y hurras, la vida de vuestros niños a unos degenerados y caníbales líderes.

No, tenéis disculpa alguna. Los psicólogos deberían existir sólo para preguntaros ante el cadáver de vuestro hijo: ¿Y cómo lo has permitido? Y no para haceros sentir mártires de la violencia y el odio, alimentando así la cobardía y la desidia indignas de un ser humano en un ciclo sin fin que se transmite de padres cobardes e indiferentes a hijos iguales, sin que nadie rompa la cadena.

Tenéis vuestra responsabilidad de adultos: primero son los hijos y sus vidas, luego vosotros y vuestras vidas. Lo que quede, será para vuestro cochino dios o cochino líder.

Habéis regalado la vida de vuestros hijos a vuestros amos. No tenéis perdón.

Sois absolutamente culpables de cobardía y su sumisión.

Quien haya atendido mínimamente a la historia de la humanidad, la política y la religiosidad, no debería tener dudas de ello.

Los seres humanos son las bestias de granja, aumentadas y mejoradas de las que nacieron hace sesenta mil años con el primer pacto social.

Habéis perdido la gracia y el honor de vuestra propia especie. Es extinción.

Pedís respeto para los asesinos de vuestros hijos en un alarde de urbanidad y compresión, porque los habéis votado y jaleado; pero es sólo la esencia más pura y destilada de vuestra cobardía: respetáis al asesino para que no os mate a vosotros. Porque hijos se pueden tener más ¿eh?

El pueblo no tiene el gobierno o dios que se merece, tiene el que refleja en todo su esplendor su mediocridad y mezquindad, que mejora y aumenta.

Idos a la mierda con vuestros llantos tardíos e hipócritas, llantos de indignos adultos bebés.



Iconoclasta

11 de agosto de 2023

lp--La mujer infinita--ic

Llora perdida e irremediablemente ante el espejo del armario. Jaime se ha derrumbado en la cama aún vestido, el calor del verano y el dolor mudo de una hija ya definitivamente arrancada de sus vidas crean una atmósfera tan densa que los movimientos se dificultan y literalmente, sienten que respirar es una guerra.

Silvia se desprende del suéter oscuro ante el espejo; pero realmente observa angustiada un ataúd pequeño y blanco empujado con una pala a lo profundo del nicho por el albañil sepulturero. Y su alma emparedada con su hija allá adentro.

Está vacía de todo, lo dice su reflejo.

Las lágrimas corren porque se está licuando toda ella, sus tripas son un aceite caliente.

El dolor está allá dentro en la oscuridad del nicho que radia su mal a través del aire, como un cordón umbilical podrido. Su propio reflejo es una imagen subexpuesta, una mirada enferma de conjuntivitis.

Cuando los sepultureros sellaron la losa con el cemento, también oscurecieron la vida.

Se oscureció todo con un definitivo eclipse.

Jaime observa su espalda trémula, los tirantes del sujetador negro asemejan un arnés de seguridad para no caer en el abismo de ese llanto venenoso y quedo, de baja frecuencia que lo rompe todo, el ánimo y la cordura; como un terremoto.

Silvia es una mujer infinita, se enamoró de ella hace catorce años, ante su seguridad, su fortaleza de convicciones inquebrantables, de su infatigable lucha por vivir y disfrutar. De sus tacones que pisaban fuerte a pesar de ser agujas.

Es infinita porque se rehace de los golpes que le da la vida, porque es hermosa y nada le roba su brillo. Es infinita porque se erige de nuevo, reconfigurada ante una nueva situación. Está lejos de la perfección, pero ambos se han reído siempre de la perfección.

Él no es infinito, es un hombre con malas experiencias acumuladas, de un cultivado pesimismo surgido de más dolores que alegrías. De más luchas perdidas que ganadas.

Se siente, de una forma sucia, mediocre. Y ella, su presencia, su voz suave y sin titubeos, y su mirada que lo ama, lo liberan de su maldición cada día, a cada momento.

Evita era como su madre, con tan solo siete años pisaba fuerte con sus zapatillas de suela de lucecitas, jugando tan pequeña a ser coqueta. Evita sanaba su mediocridad, su existencia era la prueba misma de que no podía ser tan anodino si colaboró en crear esa hermosa criatura.

Siente que es el momento de largarse de aquí, de dejar de vivir y respirar mierda. Hace cuatro días, que perdió lo que más quería, lo que más podía doler, lo que más amaba.

Si hay un buen momento para que el corazón se rasgara, es ahora.

Un simple traspiés bajando por una escalera del colegio, derivó en un cuello roto. En un milisegundo murió, y con ella también Silvia y Jaime. Y toda esa tragedia ocurrió hace apenas un segundo, solo cuatro días.

Un jersey de cuello alto pretendía ocultar el obsceno bulto en el ataúd. No recuerda una imagen peor en su vida.

Los hijos se quedan con todo el amor y hacen de los progenitores socios de un negocio. Saben, al observar el bebé en sus brazos, que ya no serán lo que fueron antes del nacimiento, ni tras la muerte.

Ya no serán amantes, solo madre y padre.

Y por ello, Silvia es la mujer infinita, su heroína, su diosa. Sonríe invicta a pesar de perder cuando él blasfema fracasado. Y se ríe de las tonterías que se dicen del amor filial.

Debe hacer algo por ella, se ha quedado perdida frente al espejo, ha sido expulsada del mundo.

Se incorpora y se abraza a su espalda, ciñendo su cintura con los brazos, apoyando la frente en la oscura melena intenta dar consuelo al cuerpo que ha perdido el alma.

Busca a la mujer infinita, la conjura con una pena oculta a traición, por la espalda.

La frialdad de su silencio y su ausencia de ella misma contrasta con la calidez de la piel, su suavidad inalterable, sus hombros aterciopelados de un vello de melocotón.

Extiende las manos en el vientre, porque muchas veces anida en él el dolor y el miedo, y siente una leve contracción en ella, como si empezara a surgir de la oscuridad.

El pene se ha endurecido en el pantalón y presiona en sus nalgas buscando cobijo y roce en la liviana falda que cubre su más íntima belleza.

Silvia responde con un pequeño espasmo agitando las nalgas levemente.

Jaime siente que se rebela en su mente un ser primitivo combatiendo por ocupar su atávico lugar en la luz ajeno a toda tristeza. El cerebro es un llanto y el cuerpo se ha desprendido del alma. Con el dolor ha perdido el control de su humanidad.

Sus manos se meten en el elástico de las bragas que encuentran el monte del Venus. Acariciando el vello rizado, sus dedos se acercan al vértice de los labios. Silvia entreabre la boca en un suspiro que no surge con la mirada aun fija en el ataúd.

Y sus piernas también se separan aunque no quiera.

El pene palpita presionado contra la ropa y las nalgas voluptuosas.

Ella llora un dolor e inevitablemente su sexo se derrama cálidamente en las manos de lo que un día fue su amante y hoy es padre muerto de una hija muerta.

El presiona el clítoris duro y resbaladizo, los dedos se deslizan vagina adentro sin obstáculo, con obsceno consentimiento sin sopesar amor, muerte, dolor o alegría.

Y ella gime, por primera vez en todo el día su boca emite un sonido y siente los pezones contraídos. Tiene cuerpo…

Jaime le arranca el sostén y sus pechos gravitan violentamente pesados, agitados por una respiración extrañamente agitada de ansia y tristeza. Las grandes areolas están coronadas por dos puntos duros. Y una mano los oprime al límite del dolor.

–Eres mi amor infinito, ven  conmigo. Sé mi amante, follemos esta puta tristeza. Sé infinita mi amor…

Silvia cierra los ojos y su cabeza se ladea ofreciendo el cuello a Drácula. Y es besada.

Los humores sexuales de su coño amalgaman ambas carnes, los dedos penetrándola ya no se distinguen de su propia carne y el placer animal irrumpe alejando el ataúd y la inmensa pena lejos de ellos.

Lejos de su coño.

Sus rodillas se doblan con el orgasmo, él la sujeta manteniendo la presión firme en su sexo para recibir cada espasmo, cada contracción. Ella gime y llora en un descontrolado caos que la hace sentirse loca.

Jaime la conduce a la cama, acostándose a su lado. Siente el semen enfriarse en los calzoncillos, mojando el pantalón. Ha eyaculado no sabe en qué momento.

Con un brazo le envuelve el hombro y el pecho. Se encuentra otra vez a su espalda. Le gustaría mirarla a los ojos y besarlos. Sus ojos infinitos…

La horizontalidad parece apaciguar la gravedad y el dolor de la sangre rugiendo vida.

Con el paso de los minutos sus respiraciones se tornan silenciosas y tranquilas.

–Eres mi infinito, mi universo –le susurra como una nana. –Sé fuerte amor, no te rindas.

–Eres un cerdo. Hijo de puta. Me has arrebatado mi pena, mi dolor. Me has obligado a traicionar a Evita follando, haciendo que me corriera. Cerdo, cerdo, cerdo… No se folla cuando entierras a tu hija. ¡Cerdo! ¡Cerdo! ¡Cerdo!

Jaime retira el brazo de su hombro y se levanta de la cama.

Es el fin.

Es pura disciplina, lo que está mal no se debe prolongar. Porque cada día que pasa, la vida es más corta.

Ya no es la mujer infinita, aquella cosa es una mediocridad, una sucia bola de prejuicios. La mujer infinita murió con el último “¡Cerdo!”. Ahora grita histérica en la cama “¡Mi niña, mi niña! Nos has ensuciado, cabrón.”.

Evoca a Evita y concluye que esa mediocridad que llora en la cama con hipocresía tras haberse corrido, no enturbiará ni un instante de aquellos siete años de vida de su pequeña de zapatillas luminosas. No le daría la más mínima oportunidad de amargar o ensuciar aquellos años pasados.

Recuerda el velatorio de su padre, durante la cena su tío (hermano de su padre) contó un chiste, ya no se acuerda cómo era. Jamás pudo olvidar aquella risa liberadora. Todos reían con el muerto aún en la habitación, incluso mamá.

Cómo lloró de risa, creía no poder parar…

¡Qué falta le hacía! No lo supo hasta que lloró con histeria la gracia y el dolor. Todos entre risas, agradecieron silenciosamente a su tío el chiste que rompería aquella tristeza que estaba asfixiando a la vida misma. Fue mágico, fue el momento más bonito que vivió porque las risas eran para su padre, por su padre, por amor puro. Nadie pidió respeto o sintió ofensa.

Jaime coge la cartera y el teléfono de la mesita de noche y tira las llaves de casa sobre la cama.

Antes de marchar se lava en la fregadera de la cocina las manos que huelen a coño, mediocridad, orina y pegajosos humores sexuales. Y a desengaño…

Siente los años perdidos embaucado por ese gran error de la mujer infinita, frotando las manos más de lo necesario.

Cierra suavemente la puerta de casa enterrando una época de su vida.

Descendiendo por las escaleras del bloque de apartamentos, imagina la posibilidad de que Silvia lo denuncie por violación o lo que quiera; porque ya no sabe qué es esa cosa que llora más que por su hija, por haberse corrido. Por haber faltado a alguna ley de mierda, a un puto mandamiento divino. A una piara de fariseos que obedecen como perros.

Su llanto lejano lo encoleriza y apresura el paso para alejarse de ella.

Para siempre, sin arrepentimientos, sin más palabras.

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Epílogo de La vida agotada de un apátrida social (autobiografía de Jaime S. P.).

Breves pensamientos, como luciérnagas titilando entre la fronda oscura que aún hoy al final de mis días, dan claridad y conclusión al fin de mis días. Y mueven mis manos para escribir de nuevo las mismas percepciones y certezas; con otras comas, con otros puntos.

Con otra edad... Una palabra siempre es distinta, por igual que se escriba, en el tiempo.

Pensamientos que quedaron vivos, porque estaban firmemente intrincados en el recuerdo de mi pequeña Evita. No puedo olvidar sus zapatillas luminosas y su aterrador jersey de cuello alto.

Cuando aquella mujer era infinita pensaba: No pretendo vivir una vida feliz con ella, no soy un niño. Quiero vivirlo todo, todo lo malo con ella; porque es de lo que más hay.

De una forma natural, por mi constante cercanía a la muerte, sabía por simple deducción que los orgasmos tristes trascienden más allá del dolor de la muerte y jamás olvidarás que abofeteaste a la parca con un acto obsceno de amor y piedad.

Me encanta imaginar a un hipotético dios mirando con vergüenza nuestro acto sexual de muerte y dolor usando los medios que él creó para evitar los males que también creó.

Un follar agónico hará del caos del dolor un instante de luz, de claridad en un túnel devorador. Follar es encontrarnos los dos en el mismo abismo insondable, follar precipitándonos a las fauces de la muerte…

La he tenido entre mis brazos con indiferencia, como si no existiéramos ninguno de los dos frente al espejo. Y en un momento inconcreto sus muslos se han separado permitiendo que mi mano atenazara su coño hasta exprimir su humedad.

Y sus pezones se han endurecido, mirándose ante el espejo incrédula y lejana.

Parafraseando al cura, también prometí ser obsceno, tanto en la desdicha como en la alegría.

Y pudo ser realmente una mujer infinita, no pudo negar sus deseos más profundos y atávicos, los que nos llevan a la animalidad (un privilegio embarazoso) y desdeñan dolores que van contra la vida misma.

Somos dos seres atávicos, primigenios conjurando la oscuridad salvaje llena de horrores. A pesar de la muerte que hace ruidos a nuestros alrededor, sabemos que follar es luchar contra ella.

Te juro ser obsceno en la felicidad y la aflicción.

Los orgasmos tristes y suicidas son embates lentos que arrastran las cálidas lágrimas hacia las entrañas ateridas de frialdad. Se crean con el primer abrazo de la piedad y la compasión para dar paso al valor primitivo con el que no somos conscientes de que moriremos.

He visto, en velatorios, a los deudos reír ante un chiste con una desoladora tristeza, intentando sacarse de encima ese cáncer de la pérdida que hace la piel gris; una ceniza fría. Yo reí, lloré de la risa con el cadáver de mi padre en la habitación. Fui tan libre en aquel momento, como jamás he vuelto a serlo.

Es una cura, una terapia no escrita. Una obscenidad que va contra la moralidad de la humanidad como especie vacuna herbívora.

El sexo triste es una lucha del ser humano sin amos ni dioses en la libertad absoluta.

Si alguien supiera que hemos follado tristemente el mismo día de la sepultura de nuestra hija, se escandalizaría: ¿Cómo han sido capaces? Son como bestias.

Somos bestias y no consideramos la muerte o los dioses como un cercado a nuestra existencia.

Si la tristeza se come el placer, habremos perdido la gracia para siempre. El único placer verdadero que no consiste en poder y riqueza, en humillación y servilismo.

Sin placer seremos siempre un patético fracaso humano.

Y nos alejaremos el uno del otro.

Los muertos y las enfermedades no prohíben el placer, ni las flores en las tumbas.

Puedes correrte, debes hacerlo para no ser derrotados los dos.

Ella lloraba mientras mi mano dentro de sus bragas acariciaba la vagina anegada de un deseo que su mente no sentía.

Me gritó agresivamente que era asqueroso lo que habíamos hecho...

Era asqueroso yo.

Sintió asco de sí misma de estar mojada.

Me llamó cerdo. Y también supe que no habría reído en aquel velatorio dejándose llevar por el deseo de erradicar la tristeza de su ánimo, como algo instintivo, como el arma más poderosa de supervivencia.

No era una mujer infinita, es una mediocridad como yo; pero adoctrinada en sociedad.

La comprendí en el acto. Y allí en aquel instante escapé de su ira y su tormento, para que se hundiera sola en su tristeza. En el metro, camino de un hotel, le lloré a mi pequeña Evita que habíamos fracasado, que papá y mamá habían dejado de existir con ella.

No podía perder los bellos momentos de mi vida por un prejuicio, por una culpa inculcada. No pudriría la felicidad de haber sentido, durante siete años, la vida de Silvia crecer a mi alrededor, llenándome.

Los cadáveres me han enseñado que es más fuerte la muerte que el amor. No puedo permitirme luchar sin esperanza y ella la había perdido, por un instante su deseo cedió pero su pudor inducido venció, nos venció a los dos.

El amor no puede luchar contra la firme decisión de la tristeza de negar la propia vida por una cuestión moral.

Y el amor tampoco sobrevive sin el sexo, el amor sin sexo es un amor paternal vacío y ridículo que jamás quisiera imitar con la mujer que amo.

Tengo un hijo de treinta y cinco años con otra mujer. No sé qué fue de Silvia, ni en el trámite de divorcio nos encontramos. No he sentido jamás curiosidad por su vida, lo último que recuerdo de ella es su mirada agresiva y escandalizada. Y las bragas mojadas.

Y con un fogonazo de certeza concluí que ya no podría amarla por mucho tiempo que pasara.

Que nuestro follar sería siempre un acto ganadero.

Renegó del sexo, maldijo el orgasmo a pesar de que su cuerpo y su instinto primitivo la arrastró a él.

Su moral era superior a la necesidad y al amor mismo.

Dejó que su coño se humedeciera con mi mano.

Y también se llamó cerda a sí misma.

No estaba en shock, su sexo se mojó. No impidió que metiera la mano en sus bragas.

Y tuvo el peor pensamiento del mundo: yo estaba ensuciando y ofendiendo el recuerdo de su hija.

No era la mujer infinita capaz de amar, sentir, llorar, disfrutar o reír el orgasmo en la dicha y en la tristeza.

Me convertí en su monstruo por unos segundos. Los que tardé en escapar de aquel hogar que ya no era mío.

Somos seres que unos se adaptan y otros conservamos celosamente nuestra esencia humana primitiva, la que pone las cosas en su lugar. A los muertos enterrados, a los vivos respirando y sufriendo de nuevo.

Nunca me preocupó estar equivocado, sólo que mi pensamiento tuviera límites.

A estas alturas, ya viejo, pocas muertes tendré que conocer excepto la mía. Y eso bien vale un cerrar de ojos esperanzado.



Iconoclasta


30 de enero de 2020

El timo del amor


Amar requiere demasiados esfuerzos y sacrificios.
¿No será el amor una consecuencia del miedo a la soledad?
Les han vendido un timo con todo eso de sus propiedades terapéuticas y euforizantes.
Porque tanta tragedia y padecimiento por unos instantes de euforia no se justifica.
Y mucho menos si eres un buen conocedor de la especie humana, la cual no tolera las cosas de tristeza y dolor. Es definitivamente cobarde.
No nos engañemos, la soledad es más importante que el amor. Lleva a la comprensión de las cosas, a concretarse uno mismo. A ejercer la valentía.
Y la reproducción no es cuestión de amor.
Hablando de reproducción: el amor siempre morirá (si alguna vez lo hubo) ante el afecto filial. Amar a los hijos mata el amor de los amantes, lo degenera en una insulsa sociedad, o una camaradería en el mejor de los casos.
Es la razón de ser de las putas y el adulterio en general.
Así que no sé porque te quiero tanto.
No puedo controlar amarte, cielo. Sé que no es sano.
Sin embargo, imagino el mundo contigo y todo está bien.
Y eso me lleva a pensar que no tendremos hijos, porque no caben en nuestro amor, no habrá nada que nos rompa. Y ¿dé dónde sacaríamos tiempo para educarlos? Solo les podríamos dar clases prácticas de sexualidad, seríamos unos educadores graciosamente indecentes. Ríe, cielo, te estoy amando a pesar de lo malo que es.
Todas las mañanas del mundo, el café de la mañana será nuestra íntima comunión de amor. En la penumbra, en el silencio, en la charla, en la tristeza, en los dolores, en las risas o las sorpresas.
Cada día solo contigo, cielo.
Insisto, el amor es un virus y un delirio febril.
Lo cual viene a decir, que soy un enfermo crónico de ti y deseo tus cuatro labios con hambre atávica.
Ya está bien de cháchara, vamos a la mesa (encima), te quiero comer.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

6 de mayo de 2017

Día de las santas madres

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Concebimos y somos concebidos en el afán de la consecución de un orgasmo. De una corrida.
Recuerdo a mi madre como una buena persona, simpática, extrovertida.
Una persona agradable a primera vista.
Y le gustaba follar.
A ver, adultos: que nadie se crea que es hijo de ángeles reencarnados en sufridas madres. O que se es hijo de una curandera o sacerdotisa espiritual que da paz a tus miedos de mierda. Esos que sigues teniendo a pesar de estar cerca de los cuarenta o incluso sobrepasado.
A las abuelas, madres e hijas, les gusta follar tanto como a mí.
No os creáis esa mierda de la beatería de la maternidad. No confundáis las cosas. Las madres tienen coño y los padres polla.
Y les gusta usarlo. O les gustaría seguir haciéndolo.
He follado tanto como un mono y tengo un hijo, y soy un buen padre. Me gusto como padre y le gusto a mi hijo. Y seguiré follando hasta que se me caiga la polla.
Si fuera mujer, diría exactamente lo mismo, incluso me masturbaría maravillada ante mí misma frente al espejo.
Y las madres que ya no follan porque son demasiado viejas o por algún pudor prejuicioso, recuerdan con un cosquilleo genital cuando vuestro padre o su amante se la metía y las hacía gemir de placer.
No es un sacrificio ser madre. No es un drama.
Esta sensiblería barata e inmadura de ataque de amor filial anual, no es solo por la cuestión comercial. Es que la gran parte de los hijos son incapaces de ser independientes de sus madres y padres. 
Se follan a su marido o esposa y luego corren a sus mamás a contarles sus secretos y lo mucho que las quieren.
Hay una gran cobardía. Hasta el punto de joder su vida independiente, si la tienen, por seguir siendo bendecidos por su santa madre.
No acaban los idiotas de vivir de forma independiente y siguen tocando los cojones a sus progenitores como si tuvieran diez años.
No jodas...
Cualquier animal se apresura a ser independiente de sus progenitores. Es el fallo evolutivo humano: no lo consiguen, excepto unos privilegiados.
Y ni qué decir tiene, que si sus madres o padres son unos perfectos hijos de puta; los hijos (como debe ser socialmente correcto) dirán: "lo sé; pero son mis padres". Y les besarán la mano como se le besa a un obispo cabrón.
O tal vez, la hipocresía filial siente pena porque sus madres ya no follan y las intentan consolar de esa temible carencia con días especiales. De ahí que sean gestos tan amanerados los que se ofrecen a mamá y papá. Por puta lástima.
No, no es tan astuto el género humano para elaborar esa hipocresía. Simplemente se creen de verdad que un día a mamá le saldrán unas putas alas en la espalda y en lugar de morir, ascenderá a un cielo de mierdoso algodón.
A ver si maduráis, coño.
Dicho esto, creo que el mejor regalo para mi madre sería una suscripción gratuita por seis meses a un canal porno en Super Puto HD.
Si no folla, que se masturbe a placer.
Si no estuviera muerta, claro.
Sois hijos del follar, no del amor; membrillos.

Buen sexo a las madres.
Iconoclasta

13 de septiembre de 2016

Nec Mater



Hay un semen presionando con fuerza en mis canales seminales.
Hay una leche que adora los labios de tu coño, la piel suave del interior de tus muslos, tu lengua, tu boca...
Y no pretende ser reproductor.
Es solo invasor.
No hay espermatozoides, no quiero ser padre.
Y no te quiero madre, te quiero puta y esclava.
Mía... De ti...
No quiero que puedas pensar en un hijo. Tu coño es solo para el placer, el nuestro.
La pasión muere cuando nacen los hijos. La pasión se marchita con el llanto de un bebé que exige su comida, que padece cólicos, que llora por nadie sabe porqué.
Ningún hijo ha de mamar de ti.
Soy yo el que succionará tus pezones hasta que te arquees ante la ruda caricia de mis labios y dientes.
Compraremos una mujer para que se preñe por ti y cargue ella con la maternidad en un cuarto aislado de nosotros. La alimentaremos con restos a través de barrotes de acero.
Mantente eternamente puta para mí.
Que tu coño hambriento no se contamine con un hijo.
Que tu mirada de agresiva lujuria nunca muestre la ternura de una maternidad que destruye el deseo.
Que nunca tomes la mano de un bebé, tu mano ha de sujetar firme mi polla. Que me duela cuando me la cojas, que me castigues.
Te la meto profundamente pensando en lo que te amo, en invadir tu cuerpo y tu pensamiento dios. Te jodo para que te lamentes, para que susurres entre espasmos: "hijo de puta, hijo de puta...".
Un bebé destruiría el cántico del jadeo obsceno.
El latín de los sexos convulsos, de un pene goteante como las fauces de un animal hambriento, de tu coño abierto como una llaga en mi alma.
No dejemos una línea de sangre para el futuro.
No quedará rastro de nosotros.
Seremos la exaltación de la pasión.
Nuestro impúdico amor no dejará legado alguno.
Somos la negación de la reproducción.
La indecente afirmación del placer y la pasión.
Nunca madre, mi puta.



Iconoclasta


25 de enero de 2016

Mis repugnantes suegros


Hola suegros de mierda.
Teníais razón: vuestra hija es inteligente, hacendosa, piensa en vosotros, es limpia y cocina bien.
Pero lo que no me habíais dicho de ese ángel, es lo bien que folla.
Tanto molestarme, tanto aburrirme con vuestras loas diciendo que vuestra hembra era un ser excepcional y angelical que yo no merecía. Y resulta que follando supera a todas las putas que he comprado a lo largo de mi vida.
Os felicito por tal hija, mis tarados suegros.
Que sepáis que se la he metido a vuestra hija hasta que ha gritado como un animal herido.
Y no es mala persona por ello, entendedme, pero me gusta más cuando me come el rabo que cuando limpia. Es que me contasteis todo lo bueno de ella, menos la forma en que la chupa.
Estoy de acuerdo, es un ángel con los pezones salpicados de mi leche.
Os lo escribo y comunico por certificado para que sepáis lo bien que me cabalga, los gemidos tan desgarradores que lanza, su forma de frotarse el clítoris en un orgasmo. Es que era tan santa según vuestra enfermiza y pequeña mente, que ya pensaba que me iba a follar al Mesías con tetas.
Estoy pensando en comprarle una corona de espinas, para follármela mientras sangra, hijoputas.
La de veces que he tenido que soportar vuestra cháchara, vuestra devoción por esa hija, viejos de mierda.
De mesías nada, hijos de puta, papás políticos de mierda. Es una zorra en toda regla.
Os adjunto la foto de la boca de vuestra hija rebosando mi semen. Es magnífica.
Esperemos que también sea una buena hembra paridera que solo transmita vuestro santos genes mierdosos y no los míos, que no se los merece, mis puercos suegros.
Su ano sangraba; pero no dejaba de pedir más. Tiene un buen músculo, he  tenido que esmerarme para poder metérsela en ese agujero estrecho.
Y ahora en serio: todos vosotros, familia de tarados, no sois unos santos porque de lo contrario, ahora tendría mi pene bendecido con un halo brillante, porque los padres santos tienen hijas santas que no dejan mi glande sucio de excremento tras darles por culo.
Vuestra hija no es santa, es un tía que traga todo lo que le clavo y que me clava las uñas en la espalda desgarrándome la piel para que le meta hasta los cojones mismos.
Me merece, podéis estar contentos, porque la hago feliz como no lo ha sido con nadie: grita como un cerdo cuando se corre.
La habéis adorado y la queréis tan psicóticamente que a veces he tenido que vomitar al salir de vuestra casa de mierda. La habéis convertido en modelo a adorar y yo le he regado sus enormes tetas con mi leche caliente, cosa que ella ha agradecido lamiendo sus pezones empapados y relamiendo mi glande aún convulso por la eyaculación.
En definitiva, he perfeccionado a vuestra hija, subnormales.
Es buena persona, pero en modo alguno es la santa que me vendisteis durante años de noviazgo. No hay milagros y no transforma las cosas sórdidas en golosinas y flores. Tampoco vuelan a su alrededor decenas de pajarillos cuando camina.
Y para no merecerme semejante ejemplo de integridad, laboriosidad y bondad, también os envío un audio de sus gemidos: "métemela más adentro, más fuerte, hijo de puta", aunque no lo creáis es su voz.
En una próxima entrega, os enviaré una foto de su santa vagina para que veáis que por ese coño dilatado, pueden salir dos niños de golpe cuando cansado de follármela, la use para que tenga hijos.
Espero que ahora conozcáis bien a vuestra hija; pero sobre todo, que me conozcáis bien a mí, tarados santurrones.
Ahora me la voy a tirar mientras friega los platos en la pica. ¿Os gusta la idea?
El fin de semana que viene, iremos a cenar a vuestra casa, avisadme si queréis que os haga una demostración de como me la come ¿eh?
Nos vemos, idiotas.
Con asco:
Vuestro yerno, siempre inferior al valor de vuestra hija; pero no os lo creáis.



Iconoclasta

1 de mayo de 2015

Los locos no mienten


Los hijos mueren, madre.
El amor materno es la pena y el horror que una verdad esconde.
¿Sabes que tu hijo morirá, madre? Incluso lo podrás ver.
¿Te duelen las palabras?
Espera a que muera y verás que desgarrador es. Te arrancarás la piel de los pechos que me dieron de mamar en un dolor sin consuelo.
Dios no bendijo los vientres de las madres, le dio la extremaunción a la barriga de María por la segura y pronta muerte de su hijo.
Y se perpetuó el horror en todos los vientres de todas las mujeres.
Amén.
No es de risa, pero no sé... Me da por reír, como cuando veo un ataúd y pienso en la fecha de caducidad que hay en la tapa del envase. No hay refrigeradores allá arriba ni en el infierno.
El salami me gusta un poco crudo, lo sabes. Ya no tengo tiempo de comer salami.
Y tengo náuseas que se forman aleatoriamente, sobre todo cuando veo un juez togado. Será por alguna idea pervertida sobre la justicia y su degeneración.
Todos los vientres de todas las mujeres son mortajas de bebé.
No es gracioso. Es absurdo tanto amor para tanta muerte.
Madre, tu hijo está loco, pero hay una ley que dice los locos no mienten.
Deberíamos ser animales para evadir este embarazoso asunto, ellos no son conscientes de su muerte. Cagan sin preocupaciones.
Madre, tu hijo tiene cáncer, un tumor del tamaño de una cereza está alojado en mi cerebro, como nácar podrido en una ostra, que la envenena.
Dice el médico, que está tan profundo y es tan obsceno, que le da asco. Él no va a meter las manos ahí dentro.
Madre, me pica por dentro la muerte, no puedo rascarme, me mortifica.
¿Seré santo? Me siento madre, solo que el bebé está en otro sitio; pero habrá un parto y otra muerte.
Tengo la edad de Cristo cuando lo crucificaron. Empieza a haber cierta analogía ¿no crees?
¿Hay conexión entre una cruz y un tumor? Y dos palos cruzados ¿forman una equis o un crucifijo vacío? No siempre lo tengo claro.
Tampoco veo por aquí a Caifás ni a ningún otro fariseo del Sanedrín de mierda. Los tiempos cambian, todo cambia; pero no vuestros vientres que alojan una vida abocada a la muerte.
¿Por qué me programaste un cáncer en tu vientre? No tienes la culpa, no del todo. Al final hubiera muerto igual, pero sin prisas.
Sin locura, madre.
La verdad es un diamante de un millón de facetas, que muestran un final  idéntico para todos los hijos, estén copulando con la vieja reina de Inglaterra o tomando una cerveza en un bar.
Madre, me he tatuado una fecha de caducidad en el vientre. Los de sanidad son exigentes con el asunto de las carnes. Le he dicho que ponga fecha: 13/13/13 y me dice el tatuador que es pasado y no existe el mes trece, yo le he dicho que mejor así, yo me muero, yo pago, yo mando y existe todo lo que yo diga.
Las últimas voluntades deben respetarse. Es un acto noble.
Creo que el médico se reía pérfido con el informe de patología en sus manos y de la nariz le colgaba un capullo de polilla de la muerte.
Debió haber un fallo en el bautismo, agua contaminada, no se sabe; me ha dicho divagando.
No quiero ser cruel, pero para lo que me queda en el convento me cago dentro.
Madre, dice el médico que podría tener erráticos comportamientos hasta que crezca el cerezo que emergerá partiendo los huesos de mi cabeza. ¿Te acuerdas de Alien el 8° pasajero?
No te quiero madre, me vendiste muerte al concebirme. Eres mala.
Madre... Siento que un pelo de la cabeza crece hacia dentro, lo noto cosquillear aquí. Dilátame las pupilas con la oscuridad de la muerte que tienes en tu vientre y mira adentro. Lo verás enterrado en los sesos.
Dejando de lado el hecho de haberme parido para morir. ¿Podrías rascarme con un instrumento agudo?
 La sangre de la nariz es solo una alergia, dice el médico. No obstante, cuidado con los estornudos, podría salirme el cerebro por las fosas nasales.
No puedes escapar a tu responsabilidad, deja la pistola, aparta el cañón de tu sien.
Es la única bala, la única oportunidad, tu hijo amado la necesita.
Además de madre, egoísta. La has gastado...
No hay nadie o documento alguno que diga que los locos tienen suerte como los tontos. No hay estudios estadísticos que respalden esa hipótesis lingüística.
Los locos dicen la verdad y se mueren y los tontos tienen suerte y caminan haciendo eses por la calle sin decir verdades ni mentiras, es un hecho.
No es que me queje, pero ser tonto no hubiera estado tan mal, podría vivir con ello.
Hay verdades que no aportan ningún beneficio a nadie.
¿Verdad, suicida madre?
Espera a que venga papá, le tengo que decir unas cosas del esperma podrido que almacena en su escroto.
¡Bang!









Iconoclasta

17 de junio de 2012

Felicitadme, soy padre



Soy padre muchas veces, he tenido treinta y seis hijos. Veintiocho mujeres a las que he hecho madres (ocho repitieron).
Soy un pene incansable, unos testículos potentes.
Soy el padre semental.
He contribuido a hacer mejor la humanidad, a poblarla. Yo no planto árboles, ni escribo libros de mierda.
Yo solo follo y dejo preñadas a las mujeres.
Algunos de mis hijos han muerto, aunque no me acuerdo de cuales. Uno de ellos murió al poco de nacer con el corazón enfermo, me lo dijo la amiga de su amiga, de su amiga, de su amiga. No suelo hablar mucho con las madres.
Cuando tienes tantos hijos, el que mueran algunos no es un hecho extraordinario, carece de importancia. Lo importante es que nacieron y que salieron por los coños que penetré.
De la paternidad solo me interesa el proceso primero: eyacular, aliviarme, inundarlas con mi semen fértil que las hará fabricar un bebé en sus entrañas.
Es una cuestión de orgullo de macho.
A algunas de ellas no las forcé a tener hijos, querían ser madres y me querían. A otras les dije que era estéril y no tomaron precauciones. A otra las forcé, no creían que fuera estéril y se la metí cuando estaban ebrias, solo a cuatro.
Es increíble lo idiotas que pueden ser algunas mujeres.
Creo que doce abortaron.
¡Putas! Ahora contaría con cuarenta y ocho hijos.
Si ser madre es el milagro de la vida, el acto más bello e importante; para mí ser padre es una de mis más agradables aficiones junto con fumar y ver cine.
No conozco a mis hijos, no sé ni como se llaman. Sus madres les dicen que desconocen a su padre o bien que he muerto.
Soy soltero, tengo un don especial para la paternidad y espero que antes de los sesenta y cinco, pueda alardear de que tengo cincuenta hijos.
Es una cifra bonita: par, múltiplo de cinco y diez, divisible por dos, por cinco y por diez. A mí las matemáticas me tocan los huevos, solo me interesa ser padre, si soy bueno o malo, es algo que no considero. No me gustan las complicaciones.
Cincuenta… Una cifra hermosa de hijos paridos, de orgullo de macho.
Me masturbo de dos formas: evocando el momento en el que eyaculo en sus vaginas  e imaginándolas en el paritorio, abiertas de piernas con su dilatada vagina mostrando la cabecita de mi hijo.  Esta imagen última, provoca que hiera mi bálano con las uñas al eyacular sin apenas masajearme, como una descarga eléctrica que tensa todo mi cuerpo.
Una pesada carga de leche pringa mis dedos…
Un día me dijeron: “Estoy embarazada”. Yo respondía: “Es tu problema”. Ellas solían contestar con los ojos reventones a llorar: “Cerdo, hijoputa”.
Si tuviera el más pequeño deseo de conocer a un hijo mío, cualquiera de ellas no lo permitiría.
Pero criar y educar a mis hijos no me haría padre, eso me haría santo varón. Me convierte en padre haberles dado la vida. Soy un macho en estado puro, predador y reproductor.
Con el tiempo, de una forma anónima seré homenajeado por mis hijos en agradecimiento a la genética que les he regalado. Con el mismo entusiasmo que sus madres desearían borrar toda huella de mí en ellos.
Y si alguna hija mía quisiera ser madre, no me importaría ser también abuelo.
Felicitadme, me lo merezco, soy padre. Muchas veces.







Iconoclasta




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