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29 de diciembre de 2020

Puramente accidental


Jamás pretendí existir, nunca rogué ser parido.

Soy un accidente, un infortunio.

Mis padres follaron con demasiada alegría y despreocupación.

Y por ello tuvieron que cargar con la consecuencia: yo.

Y yo con ellos.

La vida está sobrevalorada.

Demasiados pseudo literatos de retórica fácil se callan muy cobardes y ansiosos de ventas, que la muerte y el dolor son la canastilla del recién nacido.

Lo peor que te puede pasar es nacer fuerte, porque no sucumbes a ningún dolor.

Si eres fuerte, la vida es asaz larga.

Sinceramente, prefiero que pase el tiempo rápido, en un bip-bip que diría el Correcaminos.

Y si hubiera nacido libre de dolores y tristezas concebidas amén, hubiera encontrado la forma de sentirme asqueado en este tiempo y lugar, una consecuencia más de mi aleatorio nacimiento.

Estaba condenado al fracaso.

Soy la consecuencia de una cópula mediocre.

Y si algo no pides o no quieres, se convierte en condena y el mundo en un vertedero.

Todo lo que contiene un vertedero es basura, a mí me contiene también; ergo…

En familia debes tragar cada año doce uvas que son cristales rotos que destrozan las muelas y a ti por dentro.

Hasta que rompes con casa y familia y la cosa mejora un poco; pero tampoco es que sea para tirar cohetes con explosión multicolor y traca final de alborozo.

Cuando al fin te quedas solo, de ser accidente no te libras.

Así que meto la mano entre tus muslos y accidentalmente, cuando los separas húmeda y viscosamente, juego con los filamentos que desprendes y los extiendo por esos labios que palpitan ante el roce de mis dedos ásperos. Cuando los separo y descubro esa belleza de perla que esconden, dura y resbaladiza; al presionarla tus uñas hieren la piel de mi brazo como si quisieras frenarme y a la vez, meter todo eso más adentro de tu coño.

Esa desesperación tuya no es un accidente; pero me roba la cordura y el decoro si alguna vez lo tuve.

Y chupo tus pezones para beberte, los amenazo con los dientes porque te comería. Me haces voraz.

Un voraz accidente.

Un accidente imprevisible que en medio de una frustración decide follarte.

Follarte sin piedad y cerrar la puerta a todo, incluso al aire y la luz.

Será que el corazón a veces baja al pene, se aloja en el glande y hace lo que debe con todas esas venas y con mi instinto accidental, como un jaco en vena que me arrebata de mi propia accidentalidad.

Y cuando te la meto, sin delicadeza alguna, todo está bien. Tu coño cálido se contrae y expande comprimiendo mi carne dura que hierve de presión, haciendo de mí un animal encelado, sin pensamiento.

Todo tiene sentido cuando revienta mi pene y la leche rebosa entre la cópula de tu coño y mi bálano.

Luego, mientras mi mano descansa en tu monte de Venus, a medida que el semen se enfría, vuelvo a mi accidentalidad y te beso como si tuviera que marchar lejos de nuevo, allá donde no pedí estar.

No follarte me devuelve a aquello…

Es una mierda ser fuerte.

Soy un organismo puramente accidental.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

26 de marzo de 2016

Patos y primavera



Yo no quisiera ser pato porque vuelan siempre uno al lado del otro, parecen aburridos.

No es que la primavera en sí misma, condicione el ánimo hacia la vida más cariñosa, tierna y relajada. No tiene nada que ver la floración de los vegetales y la actividad animal.

Ellos no follan, le llaman "pisar". He oído a especialistas en coitos ornitológicos decir: ¿Qué, compadre. Ya la ha pisao el macho?. Yo no piso, yo la meto.

Lo que ocurre es que cuerpo y mente, tras luchar contra el rigor del invierno, se relajan. El cambio o la mayor actividad hormonal, obedece a esta causa.

Yo no tengo equilibrio para pisar a una hembra de esa forma. Lo mío son las uñas arrastrándose por la piel que deseo. No sé como pueden tener huevos (me parece que se llama huevogenesis u ovogenesis en jerga culta) cuando todo depende de esos pies palmeados que tienen. Yo a veces los veo foll... perdón, los veo pisarse y me parece que simplemente hacen gimnasia acrobática. Resbala el macho sobre la hembra hasta el aburrimiento. Tal vez en algún momento se la mete, pero es tan breve que siento lástima por ellos.
No es elegante.

Yo nací con alguna carencia, porque el invierno no causa mella en mí, no me preocupa.
Mis erecciones y la humedad en mi glande se mantienen constantes a lo largo del año.
Soy incapaz de recibir la primavera con alivio o alegría. No siento que sea luz tras oscuridad. Echo de menos el invierno con las primeras subidas de la temperatura.
Echo de menos la templanza que hay entre tus muslos, en lo más profundo de ellos, los labios ocultos que también quiero besar.

Siempre dicen "cua-cua", su vocabulario es indecorosamente escaso. Lo que me lleva a concluir que su cerebro es muy pequeñito. Demasiado para mi gusto.
Aunque a veces pienso que a todo dicen "cua-cua" en un tono que viene a decir: "me la pela", "me importa una mierda" o "está bien; pero déjame en paz. ¿No ves que estoy agitando mis palmípedas patas en el agua?".

Así que no tengo semejantes, no tengo nada que compartir. Y lo que es mejor, no siento necesidad ni humor  para hacerlo.

Y esa forma presuntuosa de nadar con tanta facilidad, son unos bordes.
Pedantes...

No varían, no fluctúan mis palabras y mis ojos con los cambios estacionales. Sigo observando el planeta con los párpados entrecerrados; si en un momento fue para protegerlos del frío, ahora para defenderme de la inmisericorde luz.
Sea como sea, no quiero abrirlos del todo, necesito ocultación y acecho a todas las cosas, a todos los seres.

No quiero ser pato porque no tienen bolsillos ni dedos para una pluma estilográfica y papel.

No me importa tampoco no ser un hombre clasificado como tal. Ni hombre, ni pato...
Solo soy manos, un pensamiento y un pene que se escapa de cualquier norma, que se ahoga en ellas, en las que se pudre.

No quiero ser pato, porque son felices con el mismo río, con las mismas piedras. Porque pareciera que nada cambia a su alrededor.


Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

28 de julio de 2014

No me gustaría...

No me gustaría tener amigos porque tendría muchos errores que confesar en deprimentes charlas. O debería mantener un incómodo silencio respecto a mí.
No me gustaría tener hijos porque no me gusta ser indigno, hay cosas mejores que ser.
Solo me gustaría tener padres vivos y preguntarles qué hicieron mal conmigo, dijéramos que quiero saberlo. Porque el resto del planeta se lo pasa bomba.
Solo es curiosidad.
Les diría que he soñado que dormía con un tubo de gas en la boca en lugar de un marlboro.
Y que duermo en un incómodo colchón de ilusiones rotas, de esfuerzos que no sirvieron de nada, y de enfermedades por las que no valió la pena esforzarse en sanar. De trabajos mediocres y de gente con trabajos y sueldos magníficos.
Que algo salió mal porque no hay un equilibrio entre satisfacciones y males, casi todo son males.
Les diría que veo el mundo a través de un cristal roto y que mi vista está un poco cansada.
Llevo gafas, coño.
Algo tienen que ver los padres con los hijos.
Yo no quiero tener hijos por eso, los querría demasiado para darles algo de mí.
Pudiera ser que padre y madre lo hicieron bien conmigo, todo lo bien que pudieron para un cerebro tan mermado como el mío.
Tampoco me gustaría tener padres vivos, porque la verdad no sería agradable.
Entonces tiene sentido el gas en mis pulmones.
Algo salió muy mal conmigo.
Me gusta la soledad porque mantiene claro en mi mente lo que no quiero.
Y sueño que todo se deshace, va hacia atrás. Da vergüenza todo eso... No jodas.
Si no estuviera solo debería haber avisado que al  entrar en casa no encendieran las luces.
No hay nadie en la casa, solo el gas y yo.
Ningún ser vivo más que lo que era yo.
Al menos no es un error...
A veces tengo suerte y acierto con lo que quiero, aunque fueron tan pocas veces...









Iconoclasta

20 de julio de 2014

Se vende hombre insensible


Se vende hombre insensible, a prueba de toda clase de situaciones, absolutamente indiferente a la vida de los demás y a la muerte propia.
Come lo justo y necesario para sus gustos y caprichos (es económicamente suficiente), manteniendo una razonable higiene en la cocina. Es ideal como decoración.
Por simple filantropía y generosidad, se comerá el coño de su dueña si así lo quiere ella. Eyaculará silencioso sobre la piel por la que siente indiferencia, convirtiendo el acto sexual en algo sórdido, como en las mejores películas de corte hiperrealista e intimista.
No levantará falsas ilusiones ni mentirá, porque no es necesario, porque no le importa si algo duele, incomoda, humilla o molesta. O todo junto.
El objeto de compra se compromete a mantenerse vivo por un periodo no inferior a 15 (quince) años, al cabo de los cuales, me reservo el derecho al suicidio o a avivar y promover un cáncer de pulmón. El objeto de compra es fumador y bajo ninguna circunstancia dejará de fumar cuando y donde le apetezca.
Ejerceré como elemento de seguridad en el hogar y esporádicamente puedo realizar pequeñas y superfluas tareas domésticas.
Donde realmente se encuentra mi utilidad, es en la decadencia de mi pensamiento misantrópico, y el total descontento de mí hacia el mundo e incluso hacia mí mismo.
No existe nadie tan vacío ni frío como yo. Nadie tan fuera de lugar en el mundo.
Mi función, es pues, catártica para mi dueña.
Aquella mujer que me compre, al observarme, se dará cuenta de la verdadera desolación de un ser, presumiblemente humano. Se sentirá, así, dichosa todos los días de no tener nada en común con la propiedad adquirida.
Bendecirá su buena estrella cuando cierre la puerta tras de sí dejando toda esa miseria que soy yo, encerrada en la casa.
Podrá ver cada día como me aboco cada día hacia la muerte entre altibajos emocionales propios de un desequilibrado mental. Y lo más importante, lo podrá compartir en el muro de su red social y con sus amistades.
Seré la más exóticas de las mascotas.
Puedo resultar todo lo patético que pueda proponerme, y si es el deseo de mi dueña, en una intimidad adecuada, me masturbaré con la cabeza cubierta con una bolsa de supermercado, como si me encontrara haciendo mi última voluntad ante mi verdugo.
Incluso puedo hacerme un lazo decorativo en los genitales y fotografiarme si así fuera su deseo y mi humor en ese momento para acceder a ello.
En definitiva, pues, puede sentirse libre de proponerme cualquier aberración sin que ello cause en mí ningún escándalo o escrúpulo. Si ella decidiera asesinar a alguien, yo no pondría objeción alguna.
La compradora se compromete a crear un lugar físico exclusivo para mí y para mi desarrollo como escritor acabado y frustrado, donde pueda mantener en el desorden que yo crea conveniente mis papeles, plumas, libros y ordenador.
En el caso de que la compradora se sintiera triste o decaída por un mal día o unos biorritmos hormonales impredecibles, puede hacer como que no existo, porque de hecho, no vivo, solo estoy. No me preocupa que piense en determinados momentos si soy un hijo de puta o un cerdo sin corazón. Como no me importa la ternura que pudiera inspirar cundo esconda mi rostro tras un libro o una libreta porque a nadie le importa si grito o lloro.
No garantizo ningún tipo de conversación gratuita o amable, no es mi función ser dama de compañía, sino todo lo contrario.
La razón de venderme, es que soy el hombre más solo del universo; pero por esta misantropía con la que fui parido, es mi voluntad, mi capricho y mi orgullo mostrarme ante los otros seres vivos como lo que soy, para que en algún momento pueda causar molestia o incomodidad con mi propia existencia. De la misma forma que dicen que Jesucristo nació para redimir a los hombres, yo he sido gestado y expulsado al mundo para que se sepa que la vida es una mierda y que al menos un humano ha nacido en un lugar que no debía en un tiempo que no es suyo. Y que ningún lugar o tiempo, podrían consolarlo de su propia existencia, en tanto haya un ser humano respirando a menos de 10 kilómetros (diez) a la redonda.
Soy una permanente performance, es el concepto que podría definirme.
Salvo que las performance duran poco tiempo, por lo cual, mi compradora, deberá demostrar una madurez mental perfecta para que pueda mantener un nivel de cordura aceptable y no someterse al desgaste que provoca mi presencia entre los seres humanos.
Si escupo o meo sangre, la compradora, podrá exigir mi examen médico, para preservar su propiedad, solo por los primeros 15 (quince) primeros años antes mentados. Me someteré a las curas necesarias para mantenerme vivo durante ese tiempo.
El precio se acordará en la absoluta intimidad, para que ningún estamento público pueda exigir impuestos por la transacción.







Iconoclasta

2 de mayo de 2013

Conversación conmigo mismo





— ¿Sabes que cuando tengo muchas ideas que escribir me duele la cabeza?
—Es normal, nunca estoy contento.
—Es una necesidad para creerme trascendente.
—Nunca lo serás.
—Lo sé, no importa. No le doy cuentas a nadie.
—Es tu problema.
—Por supuesto.
—Echo de menos a mi gata.
—Lástima que no quedaran en las manos las cicatrices de haber jugado con ella.
—Lo pienso mucho ahora, cuando no está. Era pequeña, siempre hubiera sido pequeña.
—Llorar va bien.
—No me da vergüenza, tengo los ojos secos.
—Sí, eso pasa.
— ¿Cómo vas de pena?
—Bien servido, creo que durante un tiempo no voy a querer más.
—Tengo deseos de salir a la calle y lanzar un vómito, de una forma natural, como quien tose.
—Es una buena idea. Siempre has sido bueno provocando.
—Y trabajando como una puta, pero siempre he cobrado una mierda.
—A veces quisiera acostumbrarme a llorar sin ninguna razón, como vomitar.
—Xibalba, la gata, dormía a medio día conmigo. Éramos tocayos de biorritmos. Algo de felino debo tener. De ahí que quiera marcar territorio como sea, con lágrimas o vómitos.
—Llorar no es marcar territorio, es mear tristeza.
—Bueno, da igual como hacerlo, lo importante es acotar territorio. La chusma se acerca siempre más de lo que debe.
—Cansa, harta la luz y el calor de mediodía. Vivo para esperar el crepúsculo.
—Nunca te acostumbrarás.
—Suena El Animal de Battiato.
—Es muy buena, quisiera ser así; pero soy peor, me falta la parte amable.
—Nos faltan los muertos.
—Sería guapo que nos esperaran, engañarse un poco no es malo. Es bueno sonreír.
—Hoy me he reído como un histérico a las seis de la madrugada. Tanto que me han dado ganas de llorar porque quería volver  a aquel momento.
—El Alfonso le dijo a Pedro que tomara las puntas de prueba del megóhmetro y cuando las tenía entre los dedos, apretó el botón de test. Lo hizo fríamente, con malicia.
—Pedro casi escupe el chicle y salió sin decir palabra del taller, en auténtico estado de shock.
—Estás llorando.
—Es esta risa. No sé porque he evocado ese instante. No puedo dejar de reír.
—Estás loco.
—Me parece bien.
—Aún así, no me asusta morir.
—Soy valiente de mierda.
— ¿Cuando se habla mucho de la muerte, significa que ya está cerca?
— ¡Qué va! Significa que estás hasta los cojones de tanta vida.
—No existen mensajes raros ni presentimientos, todo tiene una sencilla, asquerosa y mediocre explicación.
—Es hora de moverse, hay que hacer bici.
—Es cierto, me canso de hablar conmigo mismo, aunque la bici también me cansa.
—Te cansa tu pierna podrida. Sé más exacto y concreto.
— ¿Por qué ya no me acuerdo de muchos sueños?
—Porque son deprimentes, no necesito eso al despertar.
—La gata no ha vuelto.
—Está muerta.
—Pues ha muerto un equivalente a treinta y siete humanos.
—Es una cifra extraña. Demasiado concreta.
—Es un cálculo cuidadoso, me gusta la exactitud.
—Es exactamente así, tengo razón. Cada humano no llega al valor de un peso en vivo, muerto menos.
—Dan ganas de matar.
—Siempre.
—Es que no hay buenos lugares.
—Pisar mierda en tu casa es deprimente y pisas mierda cuando los malos recuerdos forman alfombra sobre la que has de caminar, sin islas en las que refugiarse.
—Que asesinen a mi gata también es deprimente, es esparcir más mierda en el piso, mis pies están sucios, mi cabeza inflamada.
—Al final el amor no lo es todo, no pone a salvo a tus amigos, no cuida la higiene mental.
—Es hora de marchar.
—Hay que morir, no hay arreglo, ni esperanza.
—Donde no haya gente sucia ni asesinos que matan a nuestros amigos.
—Todos los lugares son iguales, porque en todos existen los mismos cerdos.
—La mediocridad es la misma en todas partes del globo.
—Hay que joderse, no hay forma de cambiar de aires. Estamos abandonados.
—Mi sombrero está viejo y feo, como mi rostro.
—Consérvalo así hasta conseguir incomodar a los que te observan.
—Es muy buena idea, que me crean miserable.
—Sentirse miserable no gusta, me refiero que ellos con su envidia ven en mí el reflejo de sus miserias. No les gusta las muestras de lo que son en realidad.
—Los hay que lo tienen casi todo y son unos mierdas.
—Tenerlo todo es mantenerse a un radio de quince kilómetros de distancia de todo ser humano. Es difícil, se necesita suerte y mucho dinero.
—Pues has fracasado.
—Sí.
—Ya no hay tiempo.
—Creo que sí, a veces pasan cosas. Aún no estoy muerto, no soy derrotista.
—El fracaso es una temporalidad. Cuando los putos triunfadores pierden, ahí estoy yo para ganar ante su fracaso. Ha ocurrido.
—Siempre ocurre.
— ¿Y qué hay del suicidio?
—Es una buena salida, pero duele. No me gusta el dolor, ya he tenido asaz de él. Hay tiempo para ello.
—La gata grande no soporta a la pequeña.
—Ella también necesita una prudente distancia.
— ¿Cuál es el valor de tu vida? ¿Cuántos cadáveres pagarían tu muerte?
—Trescientos ochenta y siete.
—Es una cifra extraña y difícil.
—Como la de la gata. No son cifras al azar, soy bueno y preciso calculando. Tengo mis razones.
— ¿Y si pusiéramos que son cuatrocientos para redondear?
—Está bien, por mí mejor. Algunos abortos y nacimientos de niños muertos pueden formar el redondeo.
—El dolor de cabeza no se va nunca. Deberías subir a cincuenta individuos más tu valor.
—Lo tenía contabilizado también, no se me escapa nada. De cualquier forma, añadir cincuenta, no es descabellado.
—Pues que así sea, cuando yo muera, que mueran también cuatrocientos cincuenta. Nadie lo va a notar. Todos morimos siempre.
—Han tenido tiempo de acostumbrarse a morir, si no ponen voluntad es su problema. La cobardía no es ninguna virtud.
—La peña no tiene humor.
—No tiene nada que le de valor, sus muertes no tienen importancia.
—Conmigo no pasará, mi muerte les dará valor a los cuatrocientos cincuenta porque se recordará mi muerte y por tanto, la de ellos.
—Sus familias dirán: “Murió en el mismo año y día que el Iconoclasta”.
—Genial.
—No quiero volver.
— ¿A dónde?
—A ninguna parte.
—Estaría bien ser inexistente, no interactuar con su entorno, con el de ellos.
—Un limbo…
—Hay que dormir.
—Es un coma deprimentemente sugerente y silencioso dormir cuando se puede.
—Es hermoso estar despierto cuando duermen, es estar por encima de ellos.
—Te haces la ilusión de que están muertos, de que no están.
—No es crueldad, es que no hay forma de evadirse. No hay ciencia ficción ni fantasía para escapar.
—La cabeza otra vez…
—Siempre está el ibuprofeno, es un animal fiel.
—Conque sea simplemente analgésico me basta.
—Corto y cierro.
—Mierda.








Iconoclasta