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31 de enero de 2018

Mis muertos


Mis muertos se enfadan si los arrastro a mis sueños.
Padre siempre está disgustado cuando está conmigo; me mira con ojos terribles y cuando camina a mi lado, siento en mi piel el temblor de su enojo.
Aquella hermosa perra, me gruñe y me quiere morder si me acerco a ella.
Mis muertos deben ser como yo, quieren que los dejen en paz. Ya hicieron lo que debían, no pueden, no quieren volver.
No lo hago expresamente, mis queridos muertos, yo no os llamo.
Y dicen que los sueños, sueños. Yo digo que a veces los sueños, mierda puta son.
Para compensarlos de su malestar, sueño que en un lavabo de paredes y suelo sucias de excrementos retiro el prepucio con fuerza, sin delicadezas y vierto agua hirviendo en el glande. Eyaculo con la polla despellejada. Con un placer y un dolor tan aterradores como los rostros hostiles de mis queridos muertos.
Y a mi espalda, escucho sus risas entrecortadas, malévolas. Rijosas… Los veo por el espejo manchado de coágulos sanguíneos que se deslizan hacia la pica. La perra mete su hocico por detrás de mis muslos y me lame los cojones. Padre ríe más fuerte y por un momento sueño que somos felices y de mi glande brotan alegres gotas de humeante semen y sangre.
Es mi cerebro podrido que me juega malas pasadas; pero yo los prefiero así, riéndose obscenamente de mí, a que me odien.
No me molesta especialmente que alguien me odie; pero no ellos.
Perdonadme, muertos. La próxima vez que aparezcáis en mis sueños, me meteré una botella rota en el ano para que os sintáis mejor.




Iconoclasta

30 de enero de 2018

Escribir a mano


Una vez leí algo muy bonito respecto a la escritura manual, a la manuscrita:
“Se escribe al ritmo y velocidad a la que se piensa”.
Estoy de acuerdo; pero hay un inconveniente (que no lo es, es genial), hay veces que el pensamiento está muy revolucionado y escribir se hace frenético.
Es algo que solo afecta a tres personas de cada dos millones, no es popular escribir con bolígrafo, lápiz o pluma. Que nadie se asuste, dada la estadística, esta afección no es epidemiológica y no requiere tratamiento.
Si escribo con el pensamiento acelerado, debo darme prisa en transcribir mis notas de nuevo, con más calma; ya que pasadas algunas horas, algunas palabras que he escrito son ininteligibles y deberé intuirlas.
Para escribir quiero la tinta líquida en primer lugar, luego el bolígrafo y en último lugar el lápiz. La tinta fluye dulcemente en la pluma y si escribes con plumín de oro, la escritura se hace muy cómoda y suave. El bolígrafo es práctico y su tinta de aceite es más duradera. Siempre llevo uno encima, junto con la pluma. El lápiz es un último recurso, ya que el grafito en el papel, confrontado con otras hojas, se difumina y pierde contraste.
El contraste y la solidez de las tintas, hace mi pensamiento también sólido. Para bien y para mal.
Por otro lado, escribir con tinta, requiere una disciplina de no arrepentirse jamás, ya que no se puede borrar.
Y lo más atractivo: cuando retiras el capuchón de la pluma y luce el plumín manchado de tinta, ese dramático y caótico contraste me da más trascendencia.
Al final de todo y para la edición, existe el teclado (si es algo que he de publicar), donde todo el dramatismo de la creación ya no guía la mano y la corrección y ordenación de párrafos es más tranquila.
El teclado vendría a ser algo así como tallar el diamante, si es necesario hacerlo.
Los que se enfrentan a un papel en blanco, sufren lo indecible para poder llenarlo; para ellos se han creado las pantallas y los teclados.
Yo soy más elegante, sinceramente.
Y bueno, algunas plumas que tengo son con diferencia, más caras que un teléfono de alta gama o un ordenador.
Cosa que me otorga elitismo y da vida y fortaleza a mi ego.
Algo de lo que me siento absolutamente orgulloso.
Porque con la pluma, puedo escribir y tachar las mentiras de libros, biblias y discursos; y luego escribir sobre todas esas falacias mi última palabra.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

28 de enero de 2018

Un hombre averiado



Primero fue con una sonrisa,
los dientes se desprendieron.
Y ahora…
En su sangre hay clavos oxidados
desgarrando el corazón con cada latido.

Las máquinas de los médicos se rompen
filtrando el hierro hiriente y alguno
se ríe indecente ante esa suerte.

Su orina es óxido rojizo, su puta polla
se desintegra en escamas como
un tubo infecto de hierro podrido
clavado en las pútridas alcantarillas.

Aconsejan amputar; pero
el rabo se desprenderá solo.
¿Para qué más dolor?
En algún momento se averió
y no hay repuestos, no hay mecánicos.
Está abandonado.

Lágrimas de mercurio descienden
pesadas y letales a la comisura de los labios
y lo envenenan y lo matan.
Dolor al dolor…

No hay filtros depuradores para
el tóxico llanto de la imposibilidad,
tan solo le recetan colirios con mierda.

Los oídos son dos láminas de hojalata
melladas y peligrosamente afiladas
cortando todas las palabras
las bellas y las feas, quiera o no.

Unos audífonos creaban chirridos
que lo llevaban a la insania y licuaban
sus sesos y el cráneo que los contiene.

Sin quererlo sus caricias llagan
carnes amadas que profieren llantos
por los insondables daños de la incomprensión.

Y los guantes se rompen sin dar
solución al acto del cariño.

Sus hijos nacen muertos,
tornillos en los ojos y la boca,
desencajadas las bisagras.
Y uno que vivió unos segundos,
mordía con la paranoia del dolor
la teta que mamaba y al morir,
sus encías semejaban golosinas de sangre.

No hay antídoto que neutralice
la ponzoña que anida en sus cojones.

Los amores se funden y sus cadáveres
son escoria flotando en el magma rojo
de lo inconsolable y desesperante.

Y los psiquiatras recetan decapitación.

A pesar de ello, no siente demasiados
deseos de morir, aunque así vivir
es en definitiva morir al cuadrado.

Se limita a funcionar como aún puede,
un viejo juguete con la cuerda agotada y
los brazos arrancados por un malévolo niño.

Solo la tristeza y la soledad funcionan bien
muy bien. Perfectas.
Y piensa que hay que joderse.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

24 de enero de 2018

Un día magnífico


Se ha encontrado con ella en la silenciosa intimidad de la madrugada, ha sido un fogonazo de luz en su cueva-casa y en su hosco cerebro encallecido.
Se ha masturbado lánguida y tristemente, porque pareciera que las palabras de amor azotan directamente su pene. Ella es orgánica, pone en guardia todo su músculos y emociones.
Y ha sido magnífico.
Cerebro hosco… Es correcto. ¿Se puede nacer viejo, con el pensamiento ya cansado de más de lo mismo?
¿Es legal semejante mierda?
Luego, ha paseado por las montañas y ha visto águilas volando bajo, con sus alas sólidas que apenas se mueven, son salvajemente amenazantes en su silencio letal. Cazaban, acechaban silenciosas en prados y montañas flotando en el aire.
Cuando se elevaban, lanzaban chillidos; tal vez blasfemias, tal vez triunfos. No importa, él lo haría también sin ninguna razón.
Ha pensado que deben tener hambre tras días de hielo y frío.
La garza inmóvil y en pie, se dejaba calentar por los rayos del sol, mientras subían jirones de vapor del prado helado. Siempre se encuentran diariamente en los inviernos.
Y es magnífico.
No ha pensado en el calendario social, en el tráfico o el precio de la mamada de una puta barata.
Se ha dado cuenta de que se ha desgajado absolutamente de la vida urbana. Como si todos aquellos grises años, fueran un lejano mal sueño.
Ha fumado sentado en un banco de maderas retorcidas, sabiendo que, en unas semanas comenzarán a brotar hojas en las ramas desnudas y el polen se acumulará como blanca ceniza peluda en los bordes de los caminos.
Son los únicos eventos que le interesan.
Y no necesita saber nada más de calendarios humanos.
No importa quien sufre, muere, ríe o nace. No siente responsabilidad moral o empatía alguna más que por sí mismo y por los que ama; pocos, poquísimos.
Suficientes.
El daño que ha provocado, sufrido o aún pueda sufrir, no importa tampoco; está donde debía y lo demás quedó en el pasado, inservible, desperdiciada la vida.
Hay un liberador y revanchista arribismo en su pensamiento hostil.
No siente curiosidad ni necesidad de moverse a otro lugar, le basta con intuir cada sonido y movimiento que pueda captar a su alrededor, lejos de todo lo que está fabricado, rueda o ciega el horizonte.
Y cierra los ojos ante la sinfonía del viento y los sonidos de vida.
Uno hace lo que debe en el momento que puede, porque a menos que nazcas millonario de mierda, perderás años de vida encerrado en la humana granja, engañándote con conceptos artificiales de posesión, comodidad y compañía (cuanta más, mejor de los cojones). Evitando concluir que solo eres una cabeza de ganado más.
No todo el mundo está preparado para ser libre, para asumir la belleza de la íntima soledad y sentirse insignificante ante la grandiosidad de la naturaleza.
Hay quien con los años, se condiciona y asume su lugar en la pocilga. Él con los años, se pudría.
Se conmueve que la muerte sea tan aplastante en ese pequeño pájaro caído al pie del árbol. Son bellos los pequeños animales muertos.
Es un hecho: si hay tanta vida, hay tanta muerte.
Pero algunos seres son muy pequeños. Pobrecitos …
La muerte parece cubrir con luz sedosa los cadáveres; cuida el decorado, la hija de la gran puta.
Se le ha enfriado el culo en el asiento frío y húmedo.
Le parece bien, le gusta.
Mea y camina.
No tiene porqué hacer otra cosa.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

20 de enero de 2018

Hombres-mosca




Hoy he topado con un hombre-mosca.
Uno de esos mediocres que solo son visibles porque no saben caminar en línea recta. Con un rumbo errático y aleatorio, no tienen destino u objetivo alguno. Son como los gusanos, respiran y se mueven porque los parieron, simplemente.
Su función es molestar, molestarme a mí.
Estorban con sus interrupciones, se sitúan delante de otros para luego detenerse de repente y cambiar de dirección. No tienen reflejos ni cerebro suficiente para virar de dirección sin dejar de caminar. Son repugnantes y gordas moscas que necesitan un calibre .45 para dar caza.
Como las moscas. Igual de irritantes con su vuelo, con su acercamiento al rostro.
Aún quietos, los hombres-mosca, causan un rechazo que los identifica con solo un vistazo. A lo mejor huelen mal y por ello mi cerebro los descubre con solo atisbar su repelente cogote.
Cuando los miras directamente a la cara, se puede ver su minúsculo cerebro a través de sus ojos absolutamente transparentes, vacíos. Otra característica es que no saben respirar por la nariz y caminan-zumban con la boca semi abierta, haciendo alarde de su imbecilidad profundamente genética.
Tienen el repelente carisma de las nerviosas cucarachas, me causan repulsión.
Las cucarachas las aplasto sistemáticamente, estén cerca o lejos de mí, las piso crujientemente. Porque el mundo es mejor y más higiénico sin cucarachas y sin hombres-mosca.
Si hubiera tiras-trampa para hombres-mosca, llevaría una colgada de cada oreja, y una vez enganchado el asqueroso, le pincharía los ojos con una navaja. Luego lo quemaría, antes de que muriera.
Suelen reptar-revolotear estúpidamente por los mercados semanales de los pueblos y barrios, como las ratas rondan por las noches los contenedores de basura. En todas las regiones del puto planeta.
También hay mujeres-mosca, aunque en mucha menor cantidad; pero todo lo que tiene tetas, me causa simpatía y erección; soy demasiado complicado para este mundo.
Sin poder evitarlo, me ha rozado uno y con los dedos llenos de mi propio vómito (lo he provocado al llegar a casa, me sentía sucio por dentro), he escrito esta vivencia.
Parece que no; pero cuando conviertes el asco y el odio en palabras nítidas y precisas, uno se siente mucho mejor.
Si alguien piensa que los lunes son malos, que vaya el sábado a un mercado.
Mierda.





Iconoclasta

18 de enero de 2018

Una mañana hermosa



Es una mañana preciosa, fría como mi pensamiento; que no es precioso.
Solo eficaz.
La niebla es alta y hace velo en el rostro de las montañas.
El sol luce blanco y relajado, sin presiones sobre mis hombros y ojos. Tanto, que una luna llena de gris plata se dibuja nítida en pleno día, suavizada como la piel del melocotón.
Nadie lo puede estropear, ninguna palabra, ninguna presencia. Está tan lejos la belleza, tan inalcanzable…
No deseo tocarla, me conformo con que me cubra.
El sol y la luna no parecen fuerzas antagónicas. Simplemente charlan sobre mi cabeza, mirando distraídamente el planeta. Como si la batalla planetaria fuera un trabajo y ahora descansan los dos operarios fumando un cigarrillo en el patio.
A mí no me miran, no me mira nadie. Ni lo quiero, soy un animal oculto que no deja que su animalidad y humanidad puedan ser detectadas.
Solo soy árbol de raíces incómodas e irritadas, de savia roja como la sangre oxigenada de ira.
A veces todo es perfecto, el decorado…
Tal vez debería anotar este día como efemérides, recordar que un día la luna y el sol se tomaron un café sentados en una mesa cálidamente desdibujada por una fría bruma.
Fría como mi pensamiento que jamás se toma un café charlando con la bondad si la tuviera.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

16 de enero de 2018

El filo de la sonrisa


Alguien no entiende bien las cosas.
Entonces la navaja corta el abdomen y las vísceras se salen del cuerpo. Las manos intentan retenerlas, que no caigan, que no toquen la tierra. En ese instante, un certero tajo en el cuello acaba con cualquier esperanza de sonreír sinceramente algún día.
Alguien tiene que hacerlo.
Lo cierto es que no debería estar en este planeta; y si no hubiera vida en ninguna parte del cosmos; entonces no debería estar vivo.
Sonreír es mucho más difícil que llorar. Y además, son escasas las oportunidades de hacerlo.
De ahí que en el cine se hagan más dramas que comedias.
De ahí que dure más el miedo y el dolor de morir que la dicha de nacer.
De ahí que no pueda sonreír ni provocar sonrisas. He nacido para crear dolor y miedo que combatan las hipócritas felicidades. Y después la muerte. No importa, es un trabajo como otro cualquiera.
Lo intentan, ellas y ellos quieren reír de verdad; pero la sombra de la frustración se adivina en sus encías como la fiebre de la imposibilidad.
Es mejor no intentar reír, hay gente como yo que sin pretenderlo lo sabe todo.
Nacemos algunos con el don de la certeza. No existe duda alguna en mi pensamiento, al menos que sea mínimamente trascendente.
Ese don hace las infancias infelices y de la madurez, la libertad tan ansiada.
Y los intestinos se deslizan en cascada entre sus dedos crispados.
¿O tal vez autonomía? Porque el concepto de libertad cambia según lo que se piensa en un momento determinado.
Cuando corto la carne, no sé si soy libre o soy esclavo del filo hiriente que cauteriza las malas sonrisas.
La libertad es como un animal salvaje que apenas se deja ver más que un segundo.
En cualquier caso, la libertad no es sonreír, es lo contrario: no tener que humillarse ante nada ni ante nadie. La sonrisa esconde tanta humillación que me avergüenzan las ajenas.
La libertad no provoca sonrisas ni pretende crear felicidad.
La libertad es esto que cometo impunemente: saber y juzgar.
Sin que importe el resultado, a veces pueden parecer simpáticos los culpables y repugnantes lo inocentes; pero me importa lo mismo que la colilla que dejo caer al suelo de la forma más espontánea.
No mato para juzgar, asesino para evitar repeticiones, no tener que ver de nuevo lo mismo en el mismo rostro.
El mundo es un pañuelo, hay demasiadas probabilidades en la vida de cruzarte con la misma persona
Es una forma de evitar tanta monotonía.
No hay prejuicio, no importa quienes son y lo que podrían haber hecho; solo es un juicio sumario y breve a cada mirada, sonrisa o tristeza con las que me cruzo inevitablemente.
Los que ríen demasiado sin ser necesario, arrastran el estigma de la indignidad y simplemente es mejor morir que vivir humillado.
Yo pongo las cosas en su sitio. A los muertos donde deben estar: en la tierra desangrándose con el rostro contraído de miedo y dolor.
Es algo que no puedo evitar.
Por ello la soledad es descanso y paz.
Porque cuando estás solo no matas. No hay esa necesidad.
Nací solitario entre la muchedumbre.
Soy la auténtica prueba de un error de nacimiento.
Os juzgo, os he juzgado a los vivos y muertos. Apenas recuerdo siete miradas hermosas y diez palabras emocionantes en toda mi vida.
Este balance vital es una tragedia que me ayuda a no sonreír, ni siquiera a quien podría salvarme la vida. Mi descontento me hace enemigo de todos.
Sin vehemencia, sin pasión. Cuando los destripo, no sonrío, ni hay odio.
Solo hay control y objetivo: no repetir la misma miseria en un mismo rostro.
A quien amo, no mato; pero mi sabiduría y su conclusión, no me permiten vivir con quien amo, sería inviable mi vida y la suya.
Vivo en una constante ansiedad de amar y un control férreo de mi naturaleza.
Así, la sonrisa es un acto banal que traiciona la sabiduría acumulada.
Ergo me traiciona a mí.
Pudiera ser que algún día, pudiera ser detenido, es posible que ocurra antes de que muera; pero no es preocupante, no hay diferencia alguna, ya estoy en una prisión.
Una prisión dentro de otra prisión, es prisión. No se eleva al cuadrado.
Tengo muchos rostros de falsas sonrisas flotando en mi cerebro, y ya he consumido el ochenta por ciento de vida.
Será una vida plena acabe donde acabe.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

5 de enero de 2018

El espíritu y la carne


Tengo un relajante dolor y una descarada de falta de pudor.
El dolor es de amor, siempre lo es.
La impudicia es una erección y un pensamiento de una obscenidad absoluta.
¿Cómo puedo conciliar la espiritualidad del dolor con la carne dura, obscena y goteante que está firmemente presa en mi puño violento?
Tal vez pienso demasiado, tal vez la amo demasiado e inútilmente y mi organismo conjura el dolor con un bálsamo blanco que escupo como una plegaria hirviente.
No sé… No quiero entender.
Me basta correrme con tristeza, me lleva a trascender más allá de esta mediocridad.
Lo sórdido es densidad, cuanto más humilla, más importancia adquiere la vida.
Un sacrificio lácteo, un deseo rojo en mi cerebro; como la sangre fuera de las venas.
No hay conciliación de soma y psique, soy demasiado absurdo.
Son reacciones lógicas a la monstruosidad de amar y desear sin consuelo.
Solo soy una consecuencia de mí mismo.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta