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29 de marzo de 2016

Las palabras creadoras


Me pregunto si te preguntas lo mismo que yo hacía mil años atrás, cuando fui consciente de mí mismo: ¿Las palabras explican la vida o la crean?
Porque mientras tú te preguntas eso, quisiera encontrar el momento preciso para responderte, para que no pierdas tiempo; para que seas infinitamente más lista que yo.
Las palabras crean y transforman la vida porque lo que hemos encontrado, no es nuestro, es ajeno, es de los muertos y está mal hecho.
No es quiera ser listo, es que amo tu vida a cada momento y no quiero que pierdas un segundo más con filosofías y teologías.
Si aún así, no te convenzo y encuentras que las palabras sirven para explicar, me convertiré en humo, no seré el hombre fuerte que creía ser, el que flotaba  mirando al cielo, a los techos y a los dioses.
Si no soy un deseo, un sueño; soy nada.
Porque todo aquello que es especial, por definición es inexplicable.
No hagas de mí y lo que contengo una explicación.
Porque creí ser fuerte, ser valiente, ser tuyo.

Llamada obscena


No contestes, no hables.
No sueltes el teléfono.
No es una llamada obscena, es una venganza a tu sensualidad, al placer que me inspiras, a la animalidad a la que me abocas.
No te toques aunque te diga que tengo tus braguitas negras dando vueltas entre mis dedos. Que mi pene siente espasmos ante la proximidad de la suave y transparente blonda que tantas veces ha empapado tu coño.
No te permito que acaricies tus pezones, no quiero  que uses tu mano libre para dar consuelo a la humedad que empiezas a derramar, a la dureza implacable de tus pezones que se marcan sobre la suave tela que los cubre.
Solo quiero oír tu gemido desesperado, impaciente porque sabes que estoy envolviendo mi bálano con tu braguita, que ciño con fuerza la tela, que descubro mi glande y se marca entre el pérfido dibujo que en otros momentos a dejado de manifiesto la voluptuosidad de los labios de tu coño, que los he besado a través de la blonda con el dulce sabor de tu flujo.
Me conviertes en un perro sediento. Me sometes.
No hables, escucha. La humedad viscosa de mi glande parece literalmente deshacer la tela que cubría tu coño. La tela que yo despegaba y que arrastraba filamentos de deseo de entre tus labios henchidos y hambrientos.
¡Te he dicho que no te toques! Es una venganza por lo que te deseo, por hacerme descender a lo más profundo del animal que soy.
Separa tus muslos, quiero hablarle a la mujer obscena que hace de mí una red de venas que trabajan exclusivamente para ella, para llevar la sangre necesaria al miembro que parece reventar.
Sé perfectamente de como se forma la viscosidad entre tus labios, como se ha endurecido el clítoris. Sí, cielo, te permito gemir; pero no te toques.
Te lo prohíbo, maldita.
Maldita amada.
Maldita bella.
Maldita lujuria.
Como te amo, te odio, te deseo... 
No estás ahora aquí para besar el glande cubierto con algo de ti; pero te ordeno que beses la tela que cubre mi desesperación, que escupas en ella, que poses tus labios y yo te invada la boca furioso.
¡No hables, no te toques!
Ahora el glande parece querer abrirse paso entre los dibujos de la tela, hay mortificación en mi sensible carne.
Si vieras como mi vientre se contrae ante la proximidad del orgasmo...
¿Me oyes gemir? No es solo placer, hay un dolor por tu ausencia, porque no estás.
Es la paja más triste... ¿Me sientes?
Es la masturbación más desesperada.
Te prohíbo que te toques. El semen empieza a brotar, como una marea blanca aparece entre los poros de la tela. Extendiéndose, haciéndola invisible.
¿Te imaginas mi corrida desesperada? La tela ya no la siento, me pasa como con tu coño, no distingo donde empieza mi piel o la tuya.
¿Has escuchado mi ronquido? Mi pene sufre espasmos escupiendo el esperma que debería estar en tu sexo, entre tus dedos, en tu boca...
Sí, preciosa, quiero esos perfectos y tallados labios jadeando, es mi venganza. Es el castigo a tu sensualidad implacable.
Desde aquí, mamo tu coño. Te lo juro por el semen que ha empapado tu braguita.
El placer solo es comparable a la tristeza de que no sea en tu sexo donde ahora suelte mis últimas gotas.
No te toques, gime, sufre; pero no te toques.
Ahora acaricio mis testículos, como tú  lo haces, con suavidad, dando paz a todo esto que siento por ti; recuperando, ascendiendo a la cordura poco a poco desde lo profundo a lo que me has llevado.
 Ahora ya solo puedo decirte que te amo, que me faltas a cada instante, que me llevas a mundos que no hubiera pensado.
Mundo de fetichismo y blonda...
Que observo tus braguitas empapadas de mi semen y siento ganas de llorar.
Y las froto en mi vientre.
No digas nada, calla.
Sufre, maldita amada, maldita hermosa, maldita mujer adorada.
Beso tu coño, muerdo tus pezones.
Buenas noches, adorada mía.


Iconoclasta

26 de marzo de 2016

Patos y primavera



Yo no quisiera ser pato porque vuelan siempre uno al lado del otro, parecen aburridos.

No es que la primavera en sí misma, condicione el ánimo hacia la vida más cariñosa, tierna y relajada. No tiene nada que ver la floración de los vegetales y la actividad animal.

Ellos no follan, le llaman "pisar". He oído a especialistas en coitos ornitológicos decir: ¿Qué, compadre. Ya la ha pisao el macho?. Yo no piso, yo la meto.

Lo que ocurre es que cuerpo y mente, tras luchar contra el rigor del invierno, se relajan. El cambio o la mayor actividad hormonal, obedece a esta causa.

Yo no tengo equilibrio para pisar a una hembra de esa forma. Lo mío son las uñas arrastrándose por la piel que deseo. No sé como pueden tener huevos (me parece que se llama huevogenesis u ovogenesis en jerga culta) cuando todo depende de esos pies palmeados que tienen. Yo a veces los veo foll... perdón, los veo pisarse y me parece que simplemente hacen gimnasia acrobática. Resbala el macho sobre la hembra hasta el aburrimiento. Tal vez en algún momento se la mete, pero es tan breve que siento lástima por ellos.
No es elegante.

Yo nací con alguna carencia, porque el invierno no causa mella en mí, no me preocupa.
Mis erecciones y la humedad en mi glande se mantienen constantes a lo largo del año.
Soy incapaz de recibir la primavera con alivio o alegría. No siento que sea luz tras oscuridad. Echo de menos el invierno con las primeras subidas de la temperatura.
Echo de menos la templanza que hay entre tus muslos, en lo más profundo de ellos, los labios ocultos que también quiero besar.

Siempre dicen "cua-cua", su vocabulario es indecorosamente escaso. Lo que me lleva a concluir que su cerebro es muy pequeñito. Demasiado para mi gusto.
Aunque a veces pienso que a todo dicen "cua-cua" en un tono que viene a decir: "me la pela", "me importa una mierda" o "está bien; pero déjame en paz. ¿No ves que estoy agitando mis palmípedas patas en el agua?".

Así que no tengo semejantes, no tengo nada que compartir. Y lo que es mejor, no siento necesidad ni humor  para hacerlo.

Y esa forma presuntuosa de nadar con tanta facilidad, son unos bordes.
Pedantes...

No varían, no fluctúan mis palabras y mis ojos con los cambios estacionales. Sigo observando el planeta con los párpados entrecerrados; si en un momento fue para protegerlos del frío, ahora para defenderme de la inmisericorde luz.
Sea como sea, no quiero abrirlos del todo, necesito ocultación y acecho a todas las cosas, a todos los seres.

No quiero ser pato porque no tienen bolsillos ni dedos para una pluma estilográfica y papel.

No me importa tampoco no ser un hombre clasificado como tal. Ni hombre, ni pato...
Solo soy manos, un pensamiento y un pene que se escapa de cualquier norma, que se ahoga en ellas, en las que se pudre.

No quiero ser pato, porque son felices con el mismo río, con las mismas piedras. Porque pareciera que nada cambia a su alrededor.


Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

23 de marzo de 2016

Un café helado


No tenía ganas de escribir, me canso.
Designo un momento del día para ello, que a veces ocupa hasta el día siguiente, hasta la semana siguiente, hasta el sueño siguiente...
Las manos piden descanso y el cerebro dice que nasti de plasti.
Toda disciplina que me impongo se va a la mierda con los biorritmos de la humanidad.
"No hay descanso, no hay perdón ni para ti, ni para nadie. Espera a morir". Y suspiro, hago rendijas de mis párpados para enfocar cosas, seres y gamas cromáticas que forman moaré en el aire. Saco la pluma, el cuaderno y cuando ya he vertido el azúcar en el café, comienzo a escribir sabiendo que lo tomaré desagradablemente frío cuando todo esté plasmado en tres dimensiones.
La cámara fotográfica no podría captar el guapo subido de la camarera que me sonríe coqueta. He de darme prisa, soy un impresionista de la literatura, hay emociones de colores efímeras como el pulso del moribundo.
Es un hombre anciano, con deficiencia mental. Toma un café con leche y una magdalena que devora con una traviesa y desconcertante hambre infantil.
Lo acompaña una mujer mayor, aunque no tanto como él.
Me parece bonito que hablen sin sentir que entre ellos hay una barrera de íntimo y añejo dolor que traza un cerebro  roto.
Hay una triste belleza en los ojos del viejo-niño, destellos de ilusiones infantiles, de tal forma que su pequeño y nítido rostro, en un cuerpo menudo y bajito me hace dudar si realmente es un anciano.
Tiene el escaso cabello tan blanco que resulta obscenidad su entusiasmo.
Observo y escribo tranquilo, pero con hábil velocidad para no perder los detalles de un parpadeo, lo que requiere cierta concentración. Y el niño-viejo por un momento me observa con una miga de su magdalena entre los dedos. No me he dado cuenta de que lo miraba con intensidad.
A veces siento que mi mirada es demasiado densa, que es un peso sobre las almas.
Se interrumpe el breve cruce de miradas cuando la mujer que lo acompaña, limpia las migas de su jersey verde-lima, tan infantil como su mente. Y hay en ese gesto un instante de tristeza profunda, de cansancio vital. No quería verlo.
Quiero irme de aquí, las tristezas son como insectos que te sobresaltan zumbando muy cerca del oído.
El viejo-niño dice con voz muy alta, que la magdalena está buenísima, y alguien de la mesa del rincón, le dice "¡Hala, como disfruta Daniel!".
Y es preciso pintar-escribir ese momento, porque la sonrisa ufana del viejo-niño, borra la tristeza de la mujer que lo acompaña.
Todo cambia en décimas de segundo.
La sonrisa radiante del viejo niño de jersey verde chillón, es excesiva, un regalo demasiado valioso para el planeta.
Margaritas a los cerdos.
No puedes perder ciertos instantes, sería negligencia.
A pesar de las tristezas, hay momentos por los que vale la pena vivir.
Mi cámara fotográfica son hojas de papel y tinta, de una resolución de ciencia ficción. Y una percepción del mundo cientos de años más vieja que mi cuerpo.
Soy lo contrario del viejo-niño.
Acabo de escribir y guardo en el bolsillo de la chaqueta la pluma y la mini libreta, dispuesto a no escribir más. Pase lo que pase.
Esa feliz sonrisa de la tierna, pueril y espantosa imbecilidad es un buen final.
Y ahora, las mesas parecen haberse vaciado. Vuelvo a estar solo conmigo mismo.
El café está helado no me gusta; pero ha valido la pena.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

22 de marzo de 2016

Yo golpeador


¿No lo sientes? Son mis golpes desesperados.

Ojalá te dolieran.

Golpeo con paranoia la dimensión que me separa de ti.

Debería temblar el universo.

Mis pies resbalan en un charco húmedo que mana de mi puto pene y los golpes pierden efectividad. Y mi cerebro parece no entenderlo, porque sigo destrozando cada hueso de las manos.

Me duelen tanto, cielo...

Me duele tanto ahí abajo...

Baja la sangre en torrente, con cada puñetazo en la barrera invisible del deseo. La que me hace mierda, la que me hace feroz.

El corazón no duele ya, el dolor es ira, ansia, desesperación...

No me queda alma, solo la violencia desatada del deseo.

Los puñetazos en la invisible frontera, el dolor de mis genitales sin consuelo; ese es el universo al que me has llevado.

Me duelen, me duelen, me duelen...

Por favor...

Mis manos rotas ni consuelo pueden darme. Soy una bestia encelada, atrapada en la dimensión desesperada.

En tu puta dimensión.

¿Por qué existes? ¿Por qué? ¡Cómo me dueles!

Entre mis piernas hay una presión que las manos golpeadoras ya no pueden gestionar.

¿No te das cuenta que soy solo un hombre?

No deberías existir, es la única forma de que deje de destrozarme.

Pero... ¿Dónde está el hombre? Aquello que era antes de que existieras.

Mi bálano no reconoce las manos rotas del golpeador.

Golpeo la distancia, el tiempo, al creador y mi rostro desencajado.

Soy el golpeador silencioso. Un mimo en un infierno que nadie mira, de cuerdas vocales sangrantes.

Soy las manos rotas del deseo, que no pueden contener la sangre que me llena, que me expande, que me desespera.

¿Y si soy peligroso? ¿Y si todo este deseo por tenerte, por fundir tu piel con la mía, es un riesgo para ti?

Soy malo, porque no podría considerar tu seguridad. Solo queda en mí animalidad.

Tal vez debería morir con las manos rotas, con las venas del pene reventadas mezclando semen y sangre. Un infarto lujurioso.

Me da miedo que se rompiera la invisible dimensión y pudiera empalarte con mi carne doliente.

No sé si podría protegerte de mí.

Golpeo y me duele tanto ahí abajo...

Atenazaría tu coño con mi mano crispada mordiéndote los labios. Te haría pagar esta desesperación.

Yo golpeador, te amo, yo golpeador te deseo.

Salvarte no podría.

Me duele tanto ahí abajo...

No puedo más.

Y las manos, ya no existen, son muñones inútiles en la dimensión de la fascinación a la que me has abocado.

Soy un golpeador atrapado en universo de nadie, en la invisible frontera que marca tu piel.

Me dueles tanto...



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

19 de marzo de 2016

En términos generales


Siempre la he odiado, siento asco por esa expresión "en términos generales".
Se equivocaron desde el mismo instante que salí del coño de mi madre. No soy algo habitual.
En términos generales, pretenden aniquilar al individuo y sus creaciones para que la humanidad lo usurpe. Porque esa masa de carne es incapaz de crear, solo se alimenta, parasita a los individuos su libertad de pensar y su absoluta intimidad.
Nada es obra de la humanidad. Su única obra es una espantosa mentira, una repugnante hipocresía que se llama historia. Fracasos y envidias tejidas a más fracasos y envidias.
Un pensamiento humano que no lo es, solo es un rumor confuso de miles de animales parlantes; una granja de gallinas o sucias pocilgas con barros formados por orina y excremento.
Y tú brillas entre toda miseria, combates la náusea, trazas una brecha en el espejo de los idiotas con una mirada, con apenas un palabra.
En términos generales, la esclavitud se ha asentado profundamente en la cadena de ADN humana, tanto es así que los esclavos no tienen conciencia de serlo.
Porque en términos generales tiene más importancia el día de una independencia patriótica que el cumpleaños de uno mismo.
Se celebra la victoria de un equipo deportivo de tarados con la misma alegría y euforia que se celebra la vida de la puta madre que los parió a todos.
Así que jugando a su propio juego, a los términos generales, te diré que la patria me la paso por el culo. Que te amo por encima de cualquier territorio del planeta, de cualquier cultura y estamento social.
Te amo de forma absoluta, todo es sacrificable por ti.
En términos generales, tus gemidos de placer se imponen a las voces de los que mueren por hambre y enfermedad.
Soy el rostro que borra la sonrisa idiota de la humanidad.
En términos generales, no doy limosna, no soy solidario. Porque necesito el dinero  para vestirte con lencería de puta e irrumpir en ti como si lo fueras. Hacer una pagana y pornógrafa adoración de tu cuerpo.
En términos generales, no me interesan las estadísticas de muerte o nacimientos. Mi vida no varía con los muertos o los vivos, mi pensamiento  permanece inalterable como las órbitas de milenarios cometas, viajo en el tiempo a tu alrededor regando el cosmos con el semen que me vacías.
Se entiende que un cometa sea precursor de vida.
En términos generales, me importa nada saber lo que muere y lo que respira si no es para enterrar o sacrificar.
Son innecesarios, estorbos en mi camino hacia ti.
El esperma que se escurre de tu sexo llueve sobre la humana faz.
El latido de mi glande henchido de sangre se impone al del corazón de millones de seres.
Amándote me erigiré en lo más despreciable y degenerado del planeta.
Y en términos generales, se acariciarán los genitales en la oscuridad deseando ser como yo.
Deseándote a ti con una lágrima de pasión mortificante, al lado de la que no quieren que dormita vulgar a su lado.
En términos generales, solo importamos tú  y yo.
En términos generales, puedo decirte que podría correrme ante el dolor de la guerra, la miseria de la pobreza y la desesperación de la enfermedad con solo entrar en tu mente.
Generalizando, tu coño es mi refugio y mi paz. Tu pensamiento, el mío.
Así como hay una marcada frontera entre dios, humanidad y yo. Entre tu pensamiento y el mío, pasa como con las pieles. No sé cual es tuya o es mía.
Soy impermeable a todo aquello que no eres tú. Algo que se escapa a los términos generales.
No quiero, generalizando, ser un buen hombre. Con tenerte me importa poco que me consideren bestia.
Me importa nada lo general.
Solo quiero la exclusividad contigo.
En términos generales, hay tanta gente filantrópica, que estoy seguro que se hubieran ofrecido ellos a ser crucificados para salvar a un cristo. Mierda...
Dijéramos, que a grandes rasgos, afirmo que nadie se mataría por un nazareno; no nací ayer. Soy milenario como las piedras, nací con toda la sabiduría necesaria para combatirlo todo, para encontrarte a ti.
Yo me mataría por ti y crucificaría un mesías en tu honor. Limpiaría mis manos de su sangre en sus sagrados calzones observando tus muslos manchados del húmedo brillo del deseo.
¿Te parezco temible? Porque sin generalizar, lo soy. Es mi volición.
Frente a ti meto la mano en la bragueta del pantalón acariciándome obsceno.
Deja que me ría torcidamente, porque pienso en términos generales, que todo es una farsa y tú no eres de barro como todo lo que me rodea y piso. Eres mi anclaje a la vida, mi firme y pétreo sostén en un lugar que me aboca al hastío, al precipicio que crea en la carne la cuchilla corta-arterias.
Generalizando, no importan los llantos y las alegrías de ellos, los otros, los ajenos.
Solo tú escapas a cualquier término general.
Soy una impúdica excepción, se equivocaron desde el momento en que nací.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

15 de marzo de 2016

El confesionario


El confesionario es el burdel, el casino de los cristianos. El sacerdote un proxeneta o crupier que se queda con un porcentaje de las mamadas y miserias de los que compran su absolución para continuar perpetrando sus porquerías con el permiso de Dios.
El cepillo de la iglesia es una alcancía de miserias y moralinas, de miedos y credulidades de la desesperación y la ignorancia. Es asequible el perdón de los cristianos. Es un producto siempre en oferta.
El tráfico de absoluciones, es un gran negocio.
Y es que la absolución es la adicción sexual y ludópata de los humildes y de ricos fariseos de bulas enmarcadas en sus casas tapizadas de años rancios y silencios ominosos y vergonzosos.
Dios tiene un precio asequible a todos los bolsillos y las bendiciones y absoluciones son buenas inversiones que cubren mentiras, miedos y mezquindades.
Quiero un llavero de Jesucristo crucificado para sentirme protegido y perdonado.

14 de marzo de 2016

Los niños que mueren durmiendo


Se me ha perdido, se me ha secado aquel miedo que en la infancia me llevaba al insomnio.
"¿Y si me muero durmiendo? ¿Y si no vuelvo a abrir los ojos?".
Me imaginaba la muerte entonces, como una consciencia inmóvil, oscura y muda.
Una catalepsia atípica.
Los niños se mueren también, no existía ninguna razón para que yo no muriera.
Echo de menos aquel miedo que hacía de la vida un alivio al despertar.
El niño cayó en el olvido. El hombre que usurpó el cuerpo calló el miedo. O lo mutó en suicidio, en elección.
Simplificó la muerte a un deseo, a una necesidad.
De la inocencia a la fatalidad. De la infancia a una senectud secular.
No recuerdo un paso intermedio. Hay velos, halos de luz difusa en la inquietante vida de Pablín.
Pobre Pablín, se cumplieron sus temores. Murió una noche durmiendo y ocupó su cuerpo un Pablo curtido y tal vez sordo.
Se me parte el corazón si pienso que Pablín grita aterrorizado y solito en su ataúd de inmóvil e insonora consciencia.
Los niños que mueren durmiendo no dejan cadáveres, nadie los entierra.
El niño que muere con los ojos cerrados grita por toda la eternidad auxilio.
Y nadie lo abraza.
Pablín, no llores, si lloras.
No temas, si temes.
Soy tú; pero sin magia. Sin miedo a hechos extraordinarios.
Tenías miedo a morir porque la vida te envolvía. Hasta que se separó un poquito de la piel y dejó de confortar para ser algo molesto en algunas ocasiones. Bastantes.
No sé en que momento la vida perdió importancia y tú moriste durmiendo.
Un profesor de matemáticas firmaba nuestros libros con una dedicatoria como despedida, se iba a otro colegio. "A Pablo, un extraño alumno".
Fue la primera vez que pensé que Pablín hacía tiempo que murió. Comprendí que era cierto. Era extraño a ese tiempo y lugar.
De vez en cuando le dedico un pensamiento. No cuesta nada y podría servir para tranquilizarlo un poco. Le miento diciendo que no morirá nunca, que los niños pequeños no mueren. Y sueño que toma mi mano y camina pequeñito a mi lado.
Sin que lo sepa, camina feliz de mi mano hacia la muerte.
Es un buen crío, no se merecía que yo ocupara su lugar.
Soy un cabrón...


Iconoclasta

11 de marzo de 2016

El dolor de amar



Si  te follara en una iglesia las imágenes girarían sus rostros aterrorizadas y avergonzadas.

Quisiera no ser placer, ser tu dolor. Porque el dolor anida y pulsa como una estrella durante toda la eternidad.

Y el placer es un cometa veloz, una estrella fugaz. Rápida como el semen se enfría fuera de la carne.

Quisiera que mi bálano doliera dentro de ti, que te corrieras entre lamentos de placer y dolor, con esquizofrenia. Aferrándote a tu coño con dedos crispados sin saber qué hacer con toda esa paranoia que soy y que te meto.

Con esta demencia de amarte.

Quiero ser tu dolor en lo profundo y agitado de tu coño y en tu cerebro, donde reside el alma, si la tenemos.

Seré más y más tiempo en ti.

Llenarte y expandirme en tu vagina húmeda y cálida mientras tu cabeza niega lo que está ocurriendo y no puedas detenerlo, ni quieras.

El amor no es bondad, es posesión, acoso y deseo.

Yo soy la cara oscura, sucia y obscena del amor.

Que se amen los ángeles con bondad, que sometan sus culos a Dios cantando loas y toda esa mierda; que yo te la meteré y marcaré tu piel hasta que desees mi muerte y no me permitas que saque mi boca de entre tus muslos.

Que sepa el planeta cómo te la meto y los hijos que podrían haber nacido, brillen derramados en nuestra piel y en la superficie de las cosas enfriándose.

Ofrendar lo no nato a la culminación del deseo.

Negar la reproducción bombeando, embistiéndote; con el rímel corrido haciendo de tus ojos un placer y un dolor que nos aboque a la eternidad.

Que respires con los pezones doloridos, con los muslos arañados.

Y que duela, que yo te duela hasta la siguiente follada, para que no me olvides, para que mi presencia sea constante en tu pensamiento y en tu piel.

Ser un doloroso injerto en ti.

Como no olvido el sabor a óxido salvaje que tu sangre deja en mi boca.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

6 de marzo de 2016

La leyenda de los amantes atómicos


Las emociones liberan una sutil energía que produce imperceptibles cambios en el entramado sub- atómico del planeta. Es un hecho que nadie ha comprobado; pero yo sí. Soy memoria perdida.
Dolorosa y triste memoria.
Hay pequeñas heridas en el aire, en el tiempo, en el pensamiento. Llagas cuánticas, aberraciones que son solo sensibles a los amantes, los que se corresponden de la forma más triste y solitaria.
Algo completamente inusual.
A eso le llaman la triste existencia. Una afinidad entre seres que desean lo mismo, pero no se localizan.
Y desesperan.
Hay una sintomatología muy clara: en un momento determinado pierden un latido del corazón o una respiración queda suspendida entre los labios porque ambos se piensan, ambos se escuchan a través de órganos sensoriales formados por nodos neuronales en el cerebro profundo. Desconocen su identidad, solo saben que existen en algún lugar, en algún momento. En alguna nostalgia sin explicación y entre los gemidos de un sexo que no consuela, que no es el que quieren, ni con quien quieren.
Despiertan tristes cada día.
La vida les ha estafado.
Es un mal arreglo curar la tristeza con compañía de consuelo, porque se convierte en frustración y llanto.
Hasta que llegue la muerte que todo soluciona. Que anestesia de la vida.
Por alguna razón nacieron con deseos difíciles de gestionar en un lugar que no está preparado para ello. Son seres que no caben en estadísticas ni en pilas bautismales.
Acarician sus propios sexos pensando en posibilidades quiméricas.
Sus tristezas en los despertares siempre iguales, nacen de las esperanzas rotas de encontrar un ser que pudiera llenar sus huecos, sus necesidades, sus ilusiones de vivir. La triste energía que los envolvía se hizo agresiva. Se hizo peligrosa en potencia.
Sin saberlo estaban a punto de unir sus grises y vitales fuerzas para crear una deformación en el entramado de las corrientes empáticas de la humanidad.
Su energías eran idénticas y se sumaron. Se convirtieron, sin poder evitarlo y sin control, en dos generadores conectados en paralelo, duplicando la potencia, amplificándola en un microsegundo al reconocerse ambos.
Una potencia poderosa por la desesperación, por la tristeza vital que los llevaba con paso firme y seguro hacia la salida de emergencia. Hacia el suicidio.
 En una tarde gris y fría, solitarias las calles, caminaban en direcciones contrarias, hasta que se cruzaron.
Ella lloraba serenamente pensando en la caída desde un puente de metal oxidado y aguas heladas. Su cabello dorado y mojado dejaría escapar desleídas hebras de sangre por las rocas. Él había llorado, se notaba en sus ojos enrojecidos de escleróticas radiadas por venas rojas de tabaco y solución salina en forma de lágrimas. Su puño se cerraba en el bolsillo en torno a una navaja de afeitar que liberaría la demasiada vida que había en sus venas.
Y ocurrió en un parque de viejos plátanos sin hojas, de grandes troncos verdes y corteza suave, una piel que en algunos lugares había desaparecido dejando cicatrices blancas. Vitiligo arbóreo...
Con sus ramas desnudas rezaban con verticalidad hacia el universo, como si le pidieran nuevas hojas. Cierta clemencia.
Era el decorado preciso.
Los columpios infantiles enfriaban el alma con su grisentería y quietud.
El ruido de la grava al caminar creaba un rumor funesto.
El amor se encendió de repente, rompió las conocidas dimensiones y creó una nueva innombrable. El encuentro, el sueño cumplido los hizo ajenos, extraños ante el mundo. Fueron transportados a otra atmósfera dentro de la misma Tierra.
Es un hecho extraordinario por lo escaso; pero obedece a leyes cuánticas de efectos mensurables.
Se abrazaron sin mediar palabra, gemían agotados...
La dimensión de su pasión se convirtió en muro infranqueable para ellos y para el resto de seres vivos y muertos.
Se encendió una fosforescencia púrpura a su alrededor. Los árboles tenían miedo, parecían temblar en aquel parque de un otoño desolado y tañeron las campanas de un viejo monasterio sin que fuera necesario.
Hubo gente que bajó de sus colmenas de ladrillo y cemento para admirar el suceso, porque era tarde depresiva de domingo, necesitaban alguna novedad, algún suceso extraño que hiciera su vida, si acaso por unos minutos, remotamente trascendente.
Los hallados dejaron de entender cualquier lenguaje hablado o escrito. Los gestos humanos se hicieron incomprensibles. Las voces no llegaban a penetrar en su dimensión. Su burbuja neuro-atómica era ahora su planeta. Eran ellos quienes veían a las bestias hablar y gesticular en aquella jaula colosal en la que se convirtió la Tierra.
Su planeta se detuvo en un eterno y suave alba. Un amanecer amable, de medias penumbras y claridad de oro que duró el resto de sus vidas.
La Tierra había desaparecido y se convirtieron en isótopos de amor sin saberlo, dulcemente.
Una de las dimensiones rotas fue el tiempo. Apenas se amaron eternamente durante unos minutos frente al mar y el horizonte de un nuevo amanecer.
Consumían la vida a velocidades de taquiones; pero en su mundo, en aquel accidente cuántico, se sentían eternos, vivieron decenios. Tal vez, aún estén vivos.
Los humanos golpeaban aquella púrpura bola de amor, les gritaban que dejaran de abrazarse: "¡Os estáis desintegrando, idiotas!".
Los hallados ya no estaban, habían viajado lejos. La gente solo veía una proyección, un holograma que se disolvía por momentos.
Y se hicieron leyenda en unos minutos. Se hicieron mentira, porque esas cosas son imposibles y los testigos dudaron de sí mismos cuando volvieron a sus colmenas. Alguien dijo que el agua estaba contaminada, que estaban intoxicados.
Los amantes atómicos fueron un insulto a la mediocridad, a la pasividad, a la banalidad...
Los amantes atómicos no conocían ni les importaba que hubiera una ley natural que prohibía el profundo amor, que quien amaba con todas sus fuerzas, con todas sus fuerzas quemaba su vida.
Porque el amor puro es una partícula cuántica que desarrolla una energía destructiva para el tejido humano, para la razón humana.
Para la civilización castradora de ilusiones.
Y desaparecieron dejando reflejos erráticos y caóticos en las pupilas humanas. No quedó nada, la naturaleza del planeta y del universo borró todo vestigio de aquella imposibilidad atómica de amor con la firmeza de un castigo.
Lo cierto es que el planeta no pudo hacer nada para vengarse de esa afrenta, viajaron a velocidades de dios. Se escaparon de las severas leyes tácitas.
Anatema humano. El pecado capital es trascender.
La humanidad respiró más tranquila, no tenía nada ya que envidiar. La mediocridad no corría peligro.
Como era de prever, quedó latente el fenómeno de amor atómico como una leyenda sin claro origen en la conciencia humana. Se designó un día de fiesta anual para celebrar paganamente a los amantes atómicos. Los cobardes, los que temían a la soledad, se exhibían bailando descalzos sobre  alfombras de vidrios rotos para demostrar que eran tan valientes como aquellos tristes enamorados que se desintegraron abrazados en una burbuja de amor cósmica.
Y los perros, en las playas lamen los pies ensangrentados de los cobardes ebrios que jamás morirán por amor.
Fue cierto, no es leyenda. Fui testigo desde mi tumba eterna y solitaria del endo-cosmos de los suicidas. Cuando me lancé desde lo alto de aquel edificio, ella se aproximaba, lo noté cayendo. Ya era tarde. Y cuando todos mis huesos se rompían, se creó una anormalidad cuántica que desapareció cuando mi cerebro estalló contra el suelo.
Morí en el preciso momento de cruzarnos, por eso sé de estas cosas.
Soy un muerto y mudo testigo.
Ella se suicidó poco después, lo intuyo. Ahora debe ser una tristeza flotante como yo; ya no nos podremos encontrar jamás.
Somos cuantos sin energía, restos de amor que flotan como la chatarra espacial en el vacío. Una fisión fallida.
Estuvimos a un paso, a una fracción de segundo de ser amantes atómicos.
Ahora solo somos quarks de la tristeza.


Iconoclasta

5 de marzo de 2016

Primero una cosa, luego otra

No es que no quiera, es que no puedo hacer dos cosas a la vez. Me falta masa encefálica. Soy monocanal.
No soy listo.
Soy eficaz en cada cosa, en cada momento.
No quiero hacer varias cosas a la vez como quien optimiza el tiempo. Tengo tiempo y absoluto desprecio a su paso. Hay cicatrices que lo demuestran.
No importa lo que queda de vida, solo me importa el momento preciso.
He visto peces muriendo, boquear en la arena. No hacían otra cosa, no se despedían de nadie. La muerte estaba fija en sus ojos vacíos.
Primero  te jodo, gozo, gimes, me arañas, abres tus putas piernas deseadas y te inmovilizo el coño con labios, dientes, lengua. Succiono, te desesperas y aprietas mi cabeza con tus manos para que me ahogue en tu flujo impío.
Sin una sola palabra que interfiera en los gemidos y jadeos.
Metértela y amenazar tus pezones con mis dientes feroces.
Dejar hilos de baba prendidos entre tus labios y los míos.
Acariciar suave tu coño anegado de mi leche. Sin mirarnos.
No puedo amarte y follarte, sería hacer las cosas a medias.
Soy un animal con poca razón, es mi naturaleza.
Luego, con la respiración ya normalizada, sin el bum-bum del corazón en la garganta, te abrazaré. Te diré sonriendo de amor: "Cómo  te amo, puta mía".
Y sonreirás y me morderás el labio con travesura lujuriosa. Yo diré: "¡Ay!". Y felinamente relamerás tus labios.
Te volveré a decir que todo está bien. Que es donde debemos y como debemos estar.
Holgazanearás en la cama y yo calentaré pizza.
Hablaremos tranquilos, planeando para los próximos instantes salir al cine y cenar o pasear. Y besarte sorpresivamente cuando vamos de la mano. Apresar tu coño en la oscuridad del cine, y tú soportar no gemir entre el público.
Eso será en las próximas horas, o tal vez no, porque contigo todo plan se desbarata de una forma maravillosa.
Y yo no soy lo suficientemente listo para evitarlo.
Solo sé que ambos pensamos en las bestias del deseo que duermen ronroneando plácidamente dentro de algún lugar de nosotros.
Primero te jodo, luego te amo y fundo mi vida con la tuya. No importa el orden, solo importa hacer una sola cosa bien. No caer en la mediocridad.
Artistas que no respirarán tranquilos hasta culminar la obra. Exclusividad para el presente.
Si te estoy amando, no puedo violarte, no puedo tomarte en el ritual animal más primigenio, más voraz.
Dijéramos que tu coño y tu alma son planetas en direcciones opuestas.
Y que mi cerebro no es eficaz.



Iconoclasta

2 de marzo de 2016

El arte de los esclavos


Es incluso infantil, y tan predecible la reacción de los humanos con los asuntos de dinero...
Tienen idéntico comportamiento y superficialidad los ricos y poderosos que los obreros más humildes.
Dale dinero y poder al analfabeto y tendrás un honoris causa en todo aquello que le salga del culo.
Lo cual quiere decir, y es un hecho, que el dinero no hace mejor a nadie. Solo lo hace envidiado mientras lo tiene, un respeto servil que forma parte del genoma humano como un gen defectuoso más.
Y así ocurre, que en el momento en el que se empieza a valorar el tiempo y el trabajo, cuando se ha de pagar algo remotamente justo al trabajador, el arte y la ornamentación pasan a ser cosas no necesarias.
Por eso hay edificios viejos que presentan estatuas, cornisas embellecidas, columnas decorativas, estucados artesanales que hoy día ya casi se desconoce su técnica, etc...
En cuanto el arte y la artesanía se dejó de pagar con hogazas de pan y vasitos de aceite rancio, el arte, sobre todo en la arquitectura se fue directamente al carajo.
Tras cada obra de arte y arquitectura, hay una ingente cantidad de esclavos y explotación humana.
Solo hay que tener memoria histórica para comprender la abundancia de arte y decoración en otros tiempos.
La gracia está en la opresión de los pobres. En cuanto los pobres piden dinero por trabajar, el arte desaparece de las vías públicas.
Otra cosa parecida al asunto de los perros de dos patas que usaba la aristocracia y los funcionarios de élite de gobiernos tiránicos en cualquier país, que aún está vigente. Tiene un buen y exacto reflejo en la película Los santos inocentes, de Mario Camus, 1984; basada en la novela de Miguel Delibes. Paco (magnífico Alfredo Landa) es el perro del señor del cortijo, un perro en toda regla, que hasta con una pata rota, sigue las presas de su amo y lame su mano. Consigue revolver las tripas a cualquiera.
Magnífica película, un diez sobre diez.
Hay que decir, que la humanidad es un conjunto de seres serviles y cobardes, que se adaptan pronto a la miseria para convertirla en su "cómoda" y "tranquila" forma de vida. La imaginación y las inquietudes de libertad tienen un índice demográfico deprimentemente bajo.
Aunque poco ha cambiado esta explotación. Solo ha cambiado su orientación de artística, a consumista y tecnológica. En lugar de crear estucados y capiteles decorativos en los edificios, los perros de los poderosos montan teléfonos móviles o celulares en Asia y cosen ropa para prestigiosas casas de moda.
Más de lo mismo, no les pagan con arroz o tortitas, pero les dan el equivalente en dinero para que no puedan comprar carne.
A mí no me afecta, me parieron en esta mierda de sociedad  y mantengo una sana indiferencia, un justo pago  a la misma que sienten por mí en los malos momentos. Cada perro se rasca su oreja.
Pero no voy a ser un subnormal ciudadano que cree que vive en una maravillosa sociedad y que dice que no todo está tan mal.
Prefiero ser malo, ser detestable que un repugnante hipócrita o fariseo de tiempos modernos que alega que no todo está tan mal porque le da la vuelta al contacto de su coche de mierda, y éste arranca.
Idiotas los han habido en todas las épocas y a medida que avance la ciencia médica, habrán más. Desde el momento  en que empezaron a morir menos niños al nacer todo se estropeó. Porque no hay león que se alimente de ellos.
Compro esclavitud, como si fuera un ricacho de mierda de viejos tiempos. Quien no lo quiera ver, que se arranque los ojos; pero sobre todo, el cerebro, porque no le sirve de nada más que para sonreír como un imbécil.
Me gustan las viejas fachadas de los esclavistas.
Buen sexo.



Iconoclasta
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