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3 de marzo de 2015

La curvatura de la dulzura


Hay voces  dulces de principio a fin, premeditadamente sensuales. Desde la primera sílaba de la oración hasta la última. Son bonitas, pero su profundidad, en caso de tenerla, se diluye en la monotonía, en la regularidad.
No soy fonólogo, por eso llevo desventaja, por ello he tardado más tiempo en descubrir su secreto.
Ahora su fonética atractiva hasta la desesperación, y el misterio que conlleva, tiene una explicación, un origen.
Disfruto de ello con pleno conocimiento.
Me embrutezco...
No intentéis hacerlo en casa, porque no existe una especie igual.
La he oído cientos de veces hasta entender. Esto no es un tratado informal y romántico, es la verdad tan profunda como sus cuerdas vocales están insertadas en su hermoso cuello.
Hay que escuchar atentamente cuando amas, es una norma de obligado cumplimiento. No se trata de atender al significado de las palabras, sino su dicción, su fonética pura; es  lo que da realmente sentido a todo lo incomprensible que me provoca. Es el sonido de ella misma. 
Este nivel de profundidad se logra cuando se ha aceptado plenamente como algo habitual e inevitable el movimiento de sus inmensos labios, cuando dejas de colapsarte, para simplemente admirar. Como la primera vez que un cuadro te impacta y con el tiempo, aprendes a admirar los detalles y fragmentos por separado.
Así es ella, la amas de repente y luego viene el conocimiento profundo, detalle a detalle, con pasión controlada, con la admiración de descubrir un nuevo matiz en su personalidad que incluye el cuerpo. Porque el alma sería un triste vapor sin la piel y la carne del que se alimenta a través de sus sentidos.
Su técnica, que ni ella mismo podría describir, estoy seguro que no ha pensado demasiado en ello; es una depuración basada en el impacto que un depredador podría usar para inmovilizar a su presa. Solo que ella hace gala de una sensualidad desproporcionada para el actual nivel evolutivo de la raza humana.
Aunque ella, en el fondo, sabe de su arte. Ríe satisfecha, la he visto en algún momento.
A veces está triste, porque tal vez cree que no es su tiempo. No aprecian la modulada curvatura de su dulzura.
En una alarde de tierna ingenuidad, ignora su peligro, su cautivadora trampa; como si no la hubiera.
Su voz comienza con un registro alto en las frases, es rotunda y firme; demuestra determinación y sabiduría; luego en un instante, en la última sílaba o palabra, según ella decida, se desliza hacia una ternura inusitada que vuelve el mundo del revés. Y te preguntas que ha ocurrido cuando sientes ese vértigo. Cómo has llegado a sentir esa repentina punzada de atracción.
Cuando te das cuenta de que es más que atracción, ya estás irremisiblemente enamorado.
Y con la siguientes mil frases, si la amas como es debido, consigues identificar con total precisión el momento en el que inicia la curvatura hacia la frecuencia de la ternura y el amor, para suspenderte en el abismo de su propia existencia y mostrar descarnadamente, su profunda sensualidad durante una fracción de un latido del corazón.
Es un depredador sofisticado.
Un animal de amor.
Así ocurre que cuando se adquiere ese conocimiento de su ser, la amas sin atender a la sintaxis, solo a su alma.
Es complicado, puede pensar que en algún momento soy idiota porque no acaba de entender que es lo que no comprendo de una frase de dos palabras.
Entonces su propia dulzura, su sensualidad se convierte en la tuya; porque esas cosas entran directamente en el sistema nervioso a través del oído y de la imaginación zarandeada sin piedad por su voz última.
Se concluye sin justificación, razón o lógica alguna, que la curvatura modulada por su voz hacia la dulzura, que a estas alturas es una sensualidad descarada; es la curvatura de sus pechos, desde el nacimiento en su primera costilla hasta el pezón erecto.
Exactamente el camino que recorre mi lengua para luego cubrir con los labios la cumbre y succionar hasta que sus labios dejen de hablar para separarse y abrirse en un gemido ante mi vampirización.
Que me susurre al oído que es una bruja, separando sus muslos.
Es la conclusión inevitable a su desmesura, a su genética predatoria de amor.
No entiendo sus palabras, solo ese último sonido que me lleva a la sensualidad que sus cuerdas vocales emiten y a sus pechos aplastados contra el mío.
Y cuya curvatura ya confundo.
No sé en qué momento confundí su fonética con la lujuria.
Ya no sé, mi amor.
No dejes de hablar, por favor...








Iconoclasta

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre me he sentido fascinada por tu escritura. Encontré casualmente tu blog hace ya algunos años y no hay texto que no haya sido devorado satisfactoriamente por mi ávida vista.

Es enloquecedor encontrar a escritores de tu talento sumergidos en la red con fácil acceso a tu trabajo.
Ojalá no encuentres mis palabras como banales halagos.

Tu más sincera seguidora
-M.

Iconoclasta dijo...

No -M. No hay nada banal en tu forma y redacción.
Solo mi emoción y agradecimiento por estos años de compartir emociones y el deseo de que sean muchos más. Escribo porque quiero hacer la vida más imtensa y me encuentro con tus letras.
Gracias, -M. Tú sí que sabes hacer la vida intensa también.
Besos.
Buen sexo.

Anónimo dijo...

Ha conseguido asombrarme de nuevo.
No preciso decirle cuanto me ha ilusionado su respuesta.
Yo carezco de talento para escribir, para transmitir algo siquiera.
Lo poco que puedo lo aprendí de usted. No es tan elegante, pero contienen secretos que quizá le interesarían.
Espero sean eternidades las que tenga el placer de leerlo.

Lo leo mejor que nadie, soy su única y verdadera lectora.

-M.

Iconoclasta dijo...

Y además misteriosa...
Ojalá tuviera oportunidad de leer tus secretos. Sería un honor.
Y no creo que carezcas de talento. Porque consigues atrapar con tus palabras intensas.
De nuevo, -M. mi agradecimiento y besos.
Y mi curiosidad.