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28 de julio de 2014

Caminos


Se sigue un camino por la simple razón de que si alguien lo ha trazado llegará a algún sitio y tendrá un destino, una finalidad; pero las metas están demasiado lejanas y el camino se hace largo y monótono; es más seguro que pasar a través del bosque y sus ruidos.
Los caminos de los vulgares y mediocres, acaban con final feliz cuando son viejos y sus cerebros están desgastados. Podrían llegar a unos servicios públicos y los viejos beberían agua de los urinarios pensando que es una puta fuente de la vida, porque tanto esfuerzo merece un premio, tiene que ser así.
Una mierda...
He perdido mucha vida en pos de metas y ahora sé que no llegaré a ninguna. Mi meta es la muerte, simplemente. Me cago en los caminos, porque son fraudes.
Alguien estaba aburrido y se lo pasó bien desbrozando montañas y trazando sendas. Todos tenemos una finalidad, y es morir tras haber vivido mal. Los hay con suerte, pero no me consuela una mierda el bien ajeno. Que se lo metan en el culo.
Somos caminos que caminamos.
Hay un coño enorme goteando entre dos montañas sin árboles, en un paraje tan árido que no tiene explicación la existencia de esa coñomonstruosidad. Es como una flor carnívora que espera que me aproxime.
Mi camino no tiene bifurcaciones, lo he creado para no poder escapar. No es la odisea de Ulises, en mis caminos no hay aventuras, solo hay tristeza, desolación y absurdo. No hay un amor, no hay nada que querer. Podría correr, podría pasar entre piedras ocultándome, fuera del alcance de los labios vaginales que oscilan de deseo, de un clítoris que destila gotas que forman una laguna viscosa. Y no funcionaría, porque el coño es omnipresente, allá donde vaya, allá está, solo debo pasar por debajo, no hay nada más que decidir. Y camino y el coño me atrapa, me absorbe y muero. De todas formas debía de morir.
Y despierto con la sensación de pérdida de las ilusiones.
Hay caminos que conducen a prados verdes, de la misma forma que hay muertes que conducen al paraíso.
Eso no ocurre en mi mente, creo caminos que no conducen a nada, porque no me gusta lo conocido. Quiero un lugar y perderme en él, descubrirlo. Y sobre todo, saber que ningún hijoputa ha pisado ese espacio. Solo quiero una brújula y trazar mis metas para no llegar a ellas porque algo interesante ha llamado mi atención.
Un camino trazado conduce inexorablemente a un destino vulgar, porque de las manos de la humanidad solo puede salir eso: mediocridad.
Mis caminos conducen a mares monstruosos y asesinos, al espacio letal, a un arenal sin vida.
Cuando el camino se acaba llega el vértigo del fracaso, la vergüenza, el ridículo. Pero estoy solo, es mi camino, mi humillación no la ve nadie. Solo existo yo y mi mierda.
Siento ganas de llorar por todo ese tiempo perdido y los esfuerzos para llegar; pero sobre todo el temor de quedarme en medio de toda esa hostilidad.
Mis caminos son buenos para llorar, es en el único lugar que lloro. No le doy un espectáculo dramático de mierda a nadie.
Me convierto en algo atrapado y soy solo desolación. Un monolito de barro seco...
Aunque después de la primera impresión y recapacitar sobre lo que me he encontrado en la vida que otros han construido, no tengo miedo a la desolación.
Los caminos de mi mente quieren ser desalentadores. Y por eso las sanguijuelas se alimentan de mi glande y bebo sangre de venas anónimas, de cortes profundos en las ingles...
Mis caminos son circuitos de entrenamiento, más duros que la vida. Nadie puede enseñarme la dureza y la bestialidad, porque mi cerebro tiene más de eso que todas las materias grises de la humanidad.
Mis caminos son tenebrosos.
El cielo que los cubre es gris como el plomo, las nubes están tan bajas que el pensamiento rebota en ellas, y me oigo mil veces. No hay música, porque es banal. La música distrae de la miseria en la que se vive, distrae de los sueños infantiles que jamás se cumplirán. No hay música, solo mi respiración y mi pensamiento. Y caen rayos en el horizonte y sobre mí. Hay gatos sin patas que se arrastran pidiendo muerte, y yo no quiero matarlos. El ruido de los pasos en la grava es ensordecedor. Y no hay un solo declive en el camino, no hay cambios, es andar sobre una cinta continua, no hay movimiento.
Y aún así, llego a una distancia en la que soy adolescente, me saludo; pero no hago caso al caminante y continúo metiendo en una bolsa de plástico transparente uñas ensangrentadas y sucias, colillas y trocitos de carne que huelen mal que salen de la tierra húmeda.
— ¿Por qué llenas esa bolsa con tantas miserias? —me pregunta el caminante.
—No sé, en algún momento nací y me encontré aquí. No hay otra cosa que hacer. Y el camino es infinito. Solo caen rayos. ¿Eres tú el creador, verdad? —me responde el adolescente.
—Soy tú cuando tengas cincuenta años.
—Te conservas bien, me gustará llegar a esa edad.
—Habrá dolor, joven yo. Y miedo.
—Pues que llegue pronto, porque esto es un aburrimiento, no me gusta recoger los restos de nadie, sus miserias, sus penas. Porque no hay seres vivos, si no se las metería a todos por el culo de nuevo para que las cagaran con sangre, donde quiera que sea que caguen.
Siempre hemos sido unos cínicos, de joven y de mayor, nos reímos de nosotros mismos, y decidimos cuanto despreciar lo que hicieron mal tantos muertos. Tenemos derecho, no pedimos todos esos campos vallados propiedad siempre de algún subnormal sin cerebro. No pedimos nacer para que alguien nos hiciera mierda la libertad.
Siento ganas de abrazarlo, porque era valiente, yo era valiente y sabía que era mierda lo que había en mis manos, y que nada variaría. No se lo dije a nadie, era mi secreto, mi madurez, mi sabiduría.
Y aún así, miré y miro el mundo buscando algo, en la triste realidad a sabiendas que voy a fracasar; pero tengo cojones y fuerzas para intentarlo hasta morir. Nadie me enseña nada, nadie me condiciona. Aunque duela, aunque me mate, lo haré. Buscaré lo bueno, sabiendo que no está. No tengo otra cosa que hacer, más que morir, soy tenaz.
Yo creo mis ilusiones y esperanzas y yo las mato.
Soy pesimista, pero jamás derrotista, cuando esté muerto hablaré de la paz.
Son tan densos mis caminos, tan metafísicos y existenciales, que temo quedar atrapado en toda esa trascendencia al enfrentarme a todo ese vacío. Y asustado sigo adelante.
Me haría una foto para mi perfil de las redes sociales: me colgaría de las orejas los testículos descompuestos de algún cadáver que a veces caen desde el cielo.
Temo el dedo en el gatillo que no cesa de realizar una presión cada vez mayor y mis células gritan que pare. Cada día estoy más sordo, y las células más afónicas.
Alguien toma un camino trazado porque sabe que alguien lo hizo, luego, no hay razón para no andarlo. No hay razón para temer; pero en mis caminos los hijos están muertos y eso duele infinito. Están podridos y sufren en una eterna y dolorosa agonía, sin reconocer las voces de sus padres. Están sucios de algas podridas que el mar arrastra a la playa de arena de cristales afilados. No llego nunca a los hijos muertos, me desangro antes y dejo un rastro de quince metros de tendones y piel.
Mis caminos tienen una razón para no recorrerlos, y yo ando por ellos, porque son mi creación, aunque me joda.
En mis caminos hay volcanes que convierten en ceniza las ilusiones y es difícil respirar. Imposible reír.
Mis caminos son tan importantes, que la vida y la muerte se confunde. Nunca sé cuando vivo y cuando muero, cuando camino o cuando me convierto en un mojón en la vereda.
Salgo de mi camino para volver a la realidad, con la esperanza de que habrá algo por lo que merezca la pena respirar.
El joven que era yo, se disuelve en una bruma iluminada por rayos, con su bolsa de miserias ensangrentada, sucia de colillas... Se ríe, me saluda con la mano.
—Seguiremos buscando, lo haré, aunque duela. No te preocupes, viejo yo. Husmearemos entre la mierda las cosas hermosas, y cuando fracasemos, volveremos a nuestros caminos a ser héroes hacia la muerte. Fracasados de sonrisas rasgadas.
Salgo del camino y me enciendo un cigarro frente al cuaderno abierto. Y escribo de mis ilusiones encima de la ceniza del cigarro que cae en el papel.
Se me escapa una risa y pienso que un fracaso más no importa, cierro el cuaderno.
Salgo al camino ajeno, al sol, al ruido y a la música. Tal vez haya algo más que banalidad. Aspiro hondo ante el próximo fracaso.









Iconoclasta

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