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10 de septiembre de 2012

El trueno y yo




Me gustan tanto los truenos…
Presagian malos augurios en los cobardes cerebros humanos. Los truenos son terribles en su amenaza sonora como lo es mi silencio hostil. Somos iguales inquietando, odiando…
Despreciando.
Es mejor escuchar el molesto estruendo de una moto sierra que mi silencio o el rugido del cielo que hace recordar a la humanidad que no está a salvo.
Yo no ofrezco demasiado peligro, soy aburrido; pero prometo el más letal de mis pensamientos en mi último aliento. Cuando el corazón se me parta o mis pulmones no puedan ya coger aire, lanzaré mi último y primer pensamiento optimista: me voy, pudríos.
El trueno y yo somos iguales transmitiendo inquietudes.
El trueno tiene perdón por su naturaleza; pero mi silencio y mi desprecio son imperdonables a ojos de la bondad. Yo no tengo inocencia alguna, no soy un fenómeno atmosférico. Soy pura voluntad de rencor y aislamiento.
No existe nadie suficientemente valioso que merezca conocer mi verdadero sentir. Y si existiera semejante persona, no se merecería saber como soy, lo que soy.
Por otra parte mi voz no es elegante, conozco mis limitaciones y para hacer el ridículo, mejor estar callado.
Mi padre decía que usara la boca para comer y para respirar si me encontrara con congestión nasal. Aún no sabía que iba a deshacerme de todos los órganos fonéticos.
Le hago caso a pesar de que lleva años enterrado.
Ahora soy yo más viejo de lo que él era al morir. Mi padre es más joven que yo si existiera de alguna forma.
A lo mejor mi longevidad se debe a mi silencio.
Él hablaba más.
A veces el rayo y el trueno vienen juntos; igual seguimos pareciéndonos. El sonido de mi escupitajo a las bondades, amores y cariños rasga el aire como el relámpago y mi silencio hace el aire denso y pegajoso.
El rayo deja el olor del ozono en el aire. Mi silencio apesta a mierda.
No nos parecemos en nuestra duración, el trueno dura unos segundos con su eco. Yo duro muchos años, muchos putos años. Puede que la humanidad se haya acostumbrado a que la odie por ninguna razón en especial. Soy bueno odiando, soy pertinaz no sintiéndome bien.
No puedo sentirme bien en tierra de extraños. Soy extraño en el universo.
Exijo mi terreno, mi planeta particular.
Cuando recuerdo aquel trago de lejía bajando por mi garganta, vomito. Con la rapidez del rayo, claro. Y con un sonido líquido, lo que había en el estómago se estampa contra el suelo, como un cuadro abstracto. Fue tan doloroso y repugnante beber el cloro, que la operación para extirparme laringe, cuerdas vocales y el posterior tratamiento me supo a dulce, a chocolate.
No era un suicidio, solo quería mutilar mi capacidad para hablar, hacer mi silencio inquebrantable.
Aún así, a pesar del sabor y olor que se encajaron en mi mente como un trueno eterno, me masturbo con la mano mojada de lejía. No puedo permitirme el lujo de intentar gritar, porque todo lo que me falta en la garganta, duele. El cuerpo guarda memoria de lo que un día tuvo, y cuando es necesario utilizarlo, lanza mensajes de dolor para recordar que un día pude hablar. No importa, ya odio también mi cuerpo, mi cerebro.
El glande se empalidece al contacto con la lejía y me duele tanto… Quema tanto  en la llaga ya profunda y vieja, que la eyaculación sobreviene por alguna razón de reflejo, no hay voluntad. Luego meto la polla en un vaso con agua fría y me duermo pensando que soy un trueno, un breve trueno que asusta y desaparece sin sentirse bien ni mal. Simplemente existe el tiempo que debe, no hay horas de más, no hay tiempo que hastíe.
El trueno y yo somos iguales, en esencia.
El trueno disfruta de una breve y elegante vida.
El trueno y yo no tenemos la misma longevidad
Yo me muero de pena durante años y años.
A lo mejor el trueno no sería capaz de soportar una vida tan larga. A lo mejor soy un privilegiado al ser tan fuerte, tan monumental.
Me cago en dios…
Mi polla desea ser amputada, lo sé con cada masturbación que me hago con el cloro. Mi pene está cansado de estar pegado a mí.
Que se joda, como me jodo yo.
Que se joda mi cerebro.
Que se jodan todos.
Mierda puta… El trueno y yo no nos parecemos en nada.
Es todo una gran mierda.









Iconoclasta

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