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29 de septiembre de 2011

Algo de ejercicio



Abdominales, pesas, bicicleta.
Algo de ejercicio por la mañana, en la soledad de la mañana.
Tengo sed. Me canso.
Los brazos tiemblan, la espalda no se relaja.
Sudo.
Los cuádriceps hacen de mis piernas dos troncos palpitantes.
Y no es suficiente.
Mi rabo no se da por enterado y está duro.
Soy un hombre y la amo, hasta aquí todo parece normal.
La amo con todos mis músculos cansados. Es una luz que no se apaga en mi minúsculo cerebro.
Suelo pensar que soy idiota, porque toda la sangre se la lleva mi polla dejando seco el cerebro.
Pullover: doce kilos que elevo con los brazos por encima del pecho y hago descender por debajo de la cabeza estirado en el banco.
Las costillas están oprimidas, el abdomen tenso.
No me concentro porque mi pene, el que me hace idiota, exige alojarse en su boca, en ese mismo ejercicio. Y exige el roce con su minúscula tanga que se hunde en su sexo, como si lo hiriera.
Escupo saliva ¿por el esfuerzo o por la excitación? No lo sé, mi pene habla.
Si mi reina estuviera aquí, ahora, se sentaría clavada en mí, y no dejaría caer las pesas. Soportaría como un macho la presión salvaje de su coño atenazando mi miembro.
Con los putos pectorales tensos.
Y como un crucificado, me sentiría asfixiar.
No tengo el control. Por mucha disciplina, por mucho ejercicio diario que haga; no puedo erradicar su imagen cuando duerme; cuando abuso de su inconsciencia y meto los dedos en su raja. Cuando exprimo el pezón que asoma por encima de su blusa con los labios.
Apertura de brazos con mancuernas: extiendo los brazos semiflexionados para que mis pectorales de contraídos pezones se tensen, se rasguen; para que reviente el corazón si es necesario. Si puede…
Necesito que se extienda encima de mí, necesito que aplaste sus pechos en el mío y que mi pene recio se aloje y se frote entre sus muslos.
Dejo caer las mancuernas. No tengo el control, ni siquiera voluntad.
Bajo el pantalón y atenazo con fuerza el indómito rabo que supura ya viscosidades ignominiosas.
Lo maltrato hasta que mis cargados testículos duelen.
No hago caso de ese estímulo, el dolor no es suficientemente fuerte para que mi polla se rinda. La boca de mi reina amada enmudece mis gemidos y acompaña mi mano en el furioso vaivén del puño. Mete la lengua entre mis labios cuando mi pene es una fuente caliente que inunda el ombligo y el vientre de semen.
No está, estoy solo. Quedan unas horas para que vuelva.
Ya no oigo mis jadeos, la casa está silenciosa y fría.
El esperma se ha enfriado en mi piel y lo extiendo pensando en ella. Soy un hombre cansado, satisfecho, un bulto que respira, una conciencia perdida en un limbo... No sé bien que soy ahora.
El pene descansa lacio, aún palpita. Mi reina debe estar sonriendo.
Quedan cuatro series por hacer: bíceps y hombros.
Tengo que darme prisa ahora que la sangre llega a mi cerebro.
Ahora que la bestia está dormida.
Cuento cada repetición con la serenidad de un amor sereno, de un amor armónico; puedo evocar sus palabras y tengo memoria de los momentos vividos.
Ahora que mi polla está agotada y mis músculos obedecen a mi voluntad no soy idiota. No soy irracional.
No es cierto, no se cumple la premisa mens sana in corpore sano. No en mí.
Soy un cuerpo sano con esquizofrenia de amor y deseo.
No tengo el control.
No lo necesito.
Algo de ejercicio no puede hacer daño.
Mañana músculos dorsales y un beso negro…
La bestia despierta.
Es incansable.




Iconoclasta

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27 de septiembre de 2011

Una lección para niños



Hola niños, venid conmigo de la mano y os enseñaré este bonito lugar.
¿No es preciosa la luz del sol que da vida? Una tía buena está tendida al sol (si no estuviera buena, no tendría las tetas al aire). Y ahora mirad el maravilloso contraste de la vida: el enfermo con cáncer en la piel. Se muere de luz, de tanta belleza.
Bueno, alguna mala cosa ha de tener el mundo; pero en general está bien.
Mola.
El Valle de los Reyes, las magníficas y viejas pirámides. Tan difíciles de imaginar como fueron construidas. Tanta perfección, tanta astronomía al servicio de la arquitectura. Tan avanzados. Y mirad detenidamente las rendijas de las piedras, están selladas con la piel de los perdedores, de esclavos. Si observáis bien, podréis ver el fósil de un feto en la piedra. Seguramente, una mujer tirando de las cuerdas tuvo un desprendimiento de feto. Pero en general, está bien si no pensamos en los muertos y en los faraones tan poderosos y tan dioses.
Tomad nota niños, aceptad lo bueno, y desechad toda la mierda que hay entre las juntas y que rebosa como una jalea putrefacta, como un moho especialmente tóxico.
Las pirámides no fueron difíciles de construir, solo que aún hoy día, estas cosas dan vergüenza ajena y nadie quiere reconocer que se excita ante la podredumbre de la avaricia y la ambición.
¿Los egipcios eran inteligentes o es que tenían mucho dinero y muchas armas para robarles a otros el conocimiento? No creo que sea justo para los muertos que se les achaque toda la inteligencia a sus verdugos. Yo no le daría ni los buenos días a mi torturador, sinceramente.
Pero es bonito el planeta, son bellas las creaciones.
Las hermosas catedrales construidas con el hambre del pueblo. Tan góticas, tan altas… Ese olor a incienso permanente es para solapar el olor de los genitales quemados; sin embargo, ese perfume tiene valor de años. Es una maravilla.
Los palacios de los reyes y nobles olían a orina y mierda ¿Os lo han dicho los profesores?
La Catedral del Mar, es la catedral de los coños rasgados, de las pollas amputadas, de los niños muertos de hambre y reventados por dentro.
Las catedrales son así.
Prosigamos con la maravillosa música que fue creada para los ricos, para la gente de poder. Música hermosa cuyos ecos de los conciertos llegaban para acompañar el lamento de los que desarrollaban bubones de pus en sobacos e ingles. Un cuarteto de cámara para las ratas muertas que se vaciaban de pulgas contaminadas de muerte en las calles sucias y pestilentes.
Un hurra por las maravillas de la humanidad.
Otro por los ordenadores que transmiten a velocidad de giga-mierdas sus noticias, cerebros electrónicos con avanzados procesadores de texto que son capaces de divulgar un bulo como una verdad inamovible en cuestión de segundos. Ahora es todo tan limpio y tan rápido…
La amistad de cientos de seres conectados por una red que de tan falsa, tiene la esencia misma de la sociedad humana. Es el mismo reflejo. El mismo pensamiento, las mentiras hechas bits.
Y se globaliza el pensamiento unidireccional y uno dice la palabra y el resto repite y repite y repite.
Es hermosa la empatía, como están conectados los seres humanos, una réplica de una colmena. Y todos follan al mismo tiempo, sincronizados. Calientes por imágenes informáticas, por arteros pensamientos pseudo-filosóficos. Por palabras plagiadas trillones de veces en un vertiginoso engaño planetario.
Es lo hermoso de la humanidad, los avances, la sensibilidad de las artes y la técnica.
Mis pequeñines, vuestro futuro da asco; pero dentro de poco podréis hacer maravillosas presentaciones de imágenes con música de película sensiblera.
Lo hermoso, sois vosotros amiguitos, aún que os importa el rabo de la vaca la antigüedad de las piedras y pensáis en la maravillosa pelota, o en hacer algo prohibido por los mayores.
Os enseñarán a cuestionar a ser críticos; y os creeréis que alguna vez lo podréis ser, que apadrinaréis a un muerto de hambre y que vuestro trabajo trascenderá.
Que trascendáis, será una cuestión de suerte, si alguien así lo desea. La envidia es más poderosa que vuestra inteligencia por prodigiosa que sea.
Lo más probable es que os limpiéis los zapatos en las entradas de los grandes monumentos que descansan sobre cimientos fraguados en muerte, ambición y envidia. Que toméis una foto mal hecha y la colguéis en un muro de algún portal de internet.
La miseria no os la enseñarán, amiguitos, porque seréis parte de un estrato en unas ruinas e incluso vuestro pensamiento será ocultado por alguna vela olorosa, por una música new-age que servirá de fondo a una presentación de diapositivas de gran belleza.
Nadie os dirá la verdad porque la verdad ofende a quien la dice también.
A mí no. A mí me mola follar y poco más.
Venid amiguitos y os enseñaré el mundo de mierda, donde os bautizan y hacéis la primera comunión porque así se lo enseñaron a los padres de los padres de los padres. Y esos mismos, son los que os van a educar.
Pequeños míos, por toda esa mierda de maravillas, id con cuidado. No creáis nada, que no os guste. Y si os gusta, que sea sabiendo la verdad absoluta.
Y la verdad del mundo soy yo, sin disfraz. Admiro los monumentos por sus rendijas, por sus juntas supurantes. En artesonados y frescos apago mis cigarros.
Usad un buen protector solar, porque el cáncer os pude dar un disgusto.
No os arriméis demasiado a las cruces que cuelgan por encima de los genitales porque es la medida exacta para que os agachéis ante el santo falo.
No os creáis lo que dice internet. Porque internet es el alma corrupta y sin tapujos de los cobardes. Es el tiempo y lugar de los que no pueden deambular por el mundo sin ser identificados como no deseables.
Y fumad, porque fumar va en contra de las leyes, va en contra de la sanidad pública que busca doblegaros en nombre de una mejor calidad de vida. Luego comeréis mierda que os dará un cáncer mucho más lento y humillante: el del pensamiento, el de la dignidad. Un cáncer programado para que se desarrolle y no podáis disfrutar de la vejez; el poder quiere ahorrar en pensiones. Podría ser que yo pensara demasiado mal; pero he aprendido que nunca se piensa suficientemente mal, siempre sorprenden los marranos del poder, los cerdos de la ambición.
Id con cuidado, niños.
No es que os tenga cariño, simplemente me apetece alardear de sabiduría.
Porque la belleza de este planeta y la humanidad, me tiene asqueado.
Hay un colibrí que vuela libre, y aún no es una proyección informática de un holograma láser. Tengo suerte, pero no sé si vosotros la tendréis.
La hipocresía es puro cáncer y mata a los colibrís.


Iconoclasta

Ilustrado por Aragggón


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20 de septiembre de 2011

gggata



Hace tiempo que llevaba una cicatriz en su vientre. Profecía mortal. Por las tardes relamía el sabor a carne viva de un útero inexistente. La áspera lengua ayudaba a mantener pequeños hilos de tejido abierto, evitando la completa cicatrización.
Se acurrucaba a los pies de él, soltando ronroneos de dolor, quejidos desolados buscando alivio. Enroscaba el lomo cuando su mano le frotaba el triste llanto sin lágrimas.
Y se daban calor. Tibieza que no llenaba el ombligo vertical de profundidad infinita.
Pasaba las tardes maullando en silencio al borde de la ventana, mirando la estrella añeja que la llevaría al sitio donde su vientre recuperara la humedad y el bordado cósmico dibujara de nuevo la cuna natural que le habían arrancado.
Una bolsa con retazos de venas se pudre en algún rincón de esta tierra, llevándose consigo la brújula que le podría borrar las costuras de costras rancias.
Odia la cicatriz y el tiempo que la ha castigado.
Se arrepentía de ser un esqueleto infértil sin autonomía de movimiento, de vida.
Estaba cansada de ser la quimera hecha carne, saliva y sed.
Arrastraba con sus uñas la arena que no entierra la mierda de su vida y permanece cubriéndola por horas para tratar de borrarla un poco. El hedor la desesperaba y le regresaba el cansancio con mayor intensidad.
A veces, estiraba su cuello pidiendo un gesto de ternura que le arrullara… Y cerraba sus ojos conteniendo los ácidos que le carcomieron las retinas. Mirada borrosa de una realidad con claridad decepcionada.
Pedía un alimento que nutriera sus venas y le hiciera válido su celo.
De sus tetas fluía leche amarga que se perdía en el suelo. Caían gotas inválidas al no encontrar sentido al momento en que brotaban involuntarias. Se las bebía relamiendo angustia y pena.
Mató ratas viejas por instinto asesino con la rabia de haber sido parida inservible en la última vida. Les destruyó la cara con los colmillos dejándolas a medio morir para disfrutar su agonía.
No quiso ser más un adorno calefactor de noches de invierno. Mira un cielo morado como la cicatriz que detesta, que no borrará nunca.
Dejó que el mundo rodara sobre ella y que la densidad fuera la cirugía estética para borrar finalmente la incisión obligada que la dejó estéril. Medicina garantizada para su realidad infecunda e insoportable.
Se arrastra por en medio de la calle. La mitad de su cuerpo es una calcomanía en el asfalto. Las pupilas dilatadas enuncian su despedida. Nadie recoge una gata que no es de raza, nadie ayuda a morir al animal. El dolor que siente es el último y más pequeño que el que llevaba en vida. Los intestinos revientan y su sangre alimenta las piedras. Nunca sirvió, no tenía caso…
Yo… Miro al cielo morado como la cicatriz que no se borra.
Maúllo en silencio.
Ronroneo pena y nadie me ayuda a morir.
Aragggón

Perros cansados



No estoy cansado, solo un poco harto.
Es psicológico.
El perro descansa con media oreja colgando frente al bordillo de la acera. Como si esa pequeña altura fuera insalvable con el peso del dolor. Él sí está cansado.
Hace frío y no se mueve, se conforma con respirar tranquilo todo ese daño que tiene en su cabeza.
Qué miedo da ver algo tan cansado.
Qué pena…
Pobre perro.
Pobres perros, él y yo.
No me duele nada y tengo el corazón apretado, no bombea bien. Tal vez sea algo de fatiga. O simplemente el cansancio del perro herido me ha contagiado el agotamiento de la vida.
¿O es la muerte lo que agota? Esa muerte lenta por hastío, no eres nada salvo para alguien en algún momento de necesidad. Funciona así esto.
Yo podría acercarme al animal y curar su herida, o acariciarlo mientras muere.
No quiero que muera. Ya está bien de cansancio.
¿Confundo cansancio con dolor?
¿Confundo la muerte con la tristeza, el dolor y la fatiga?
Ahora tiene sentido aquella canción que decía: “Partirá la nave partirá. Dónde llegará, eso no lo sé”.
Sí que lo sé. Ojalá que el perro y yo no lo supiéramos.
Pero somos valientes.
Un hombre con una niña en brazos que mira el mundo con curiosidad, eso es lo que soy. La niña es transportada por un cúmulo de años, de muerte. Ella no lo sabe, es correcto. Hay cosas que deberíamos callar y no enseñar.
Deberíamos callar como los muertos. No debería pensar, no debería escribir.
Soy un hombre que lleva un ser humano en el brazo y se encuentra con un perro agotado. Agotado está bien es un término correcto. Parece que le queda poca vida, pocas fuerzas. Hay mañanas tristes por ninguna razón en especial. Son muchas mañanas así y tal vez de ahí nazca el cansancio mío y del perro.
Apuesto lo que quieras a que no cierra los ojos porque tiene miedo a morir.
¿Qué reacción tendrán los que alguna vez hicieron el intento de amarme cuando aparezca con mi frente sudorosa y ensangrentada frente a una acera a la que no he podido subir?
Sería la segunda vez que ocurre. Prefiero directamente arder en una explosión o algo así. Es muy triste no alcanzar la acera y morir ante ella. Para morir solo hay mejores escenarios.
“Qué cansada está la humanidad”, sigue diciendo la canción.
He dejado a la pequeña en su colegio, a salvo de las infecciones anímicas de los perros cansados y de la mía.
El perro no se ha movido, respira tranquilo, pero la sangre sucia de su oreja llama a las moscas y no hay tranquilidad posible con ellas. Tengo órganos que se han podrido y las moscas son una constante desesperante. Por ejemplo: en mi cerebro hay moscas, a veces se las ve volar por el interior de mis ojos y asoman sus patitas por mis lagrimales.
Siempre llevo una navaja para abrir cosas, venas, cuellos y sobres vacíos de ilusiones y de palabras.
El perro era blanco cuando nació, antes de que toda la miseria de la tierra hiciera de su color mierda.
Hay una canción que dice algo sobre la orilla blanca y la orilla negra. ¡Me cago en Dios! Me jode cuando las cosas adquieren esa triste connotación de irreal realidad en mi cerebro podrido.
No me gusta el surrealismo cuando paseo.
—Hola compañero —saludo a esa inconmensurable bola de pelo manchado de dolor y miseria.
No es grande.
Me mira tranquilo, piensa como yo: nada me puede hacer ya más daño.
—Te subiré a la acera.
Nunca hay personas malas para matar cuando sientes necesidad de ello, siempre aparece algo que da pena dañar.
Cuando abro la navaja, mi pene se pone erecto, todo mi instinto corre por las arterias desde mi cerebro podrido hasta la punta de la polla que está más sana que dios.
Alguien camina por la calle sucia.
Es una mañana también sucia. Es un niño que va hacia el colegio con un tambor colgando y me mira fijamente, la navaja en mi mano le hace acelerar el paso. El perro lame la mano que lo va a asesinar. Le beso entre las orejas a pesar de lo sucio, lo acurruco entre mis brazos. Es bueno consolar al moribundo.
Aunque no a todos, soy selectivo. Los hay que viven cuando deberían estar muertos. Son perros de dos patas, como yo.
Debe doler mucho su golpe, porque cuando hundo todo el acero necesario para cortar la vida en su cuello, apenas lanza un gemido.
“Triste es el destino mi capitán” dice la canción.
Sabía yo que estaba reventado de cansancio el animal.
Cuando deja de respirar, lo dejo en la acera con cuidado, para que manche el lugar por el caminan muchos odiosos; para que toda esa sangre ensucie zapatos anodinos que caminan con prisa hacia un lugar en el que parece la misma escena de ayer a la misma hora. Que caminan con el pensamiento vacío, sin desear subir ni bajar de la acera.
Hay pequeños deseos que marcan la diferencia entre vivir y existir.
No volveré a esperar la acera salvadora, a mí nadie me hará lo que al perro, a mí me darán patadas para apartarme más aún.
Me han dado patadas.
Es lícito ayudar a morir y morir. Tengo mis derechos.
“Que vamos juntos para la eternidad”, continúa cantando el teléfono en mi bolsillo.
No hay eternidad, pero la idea es hermosa.
Ese perro tiene sus derechos.
Mi mano aún conserva el calor de su lengua cuando me alejo.
Hundo la navaja en la ingle a través del pantalón y corto hacia el intestino. Cuando la femoral seccionada se retrae parece que me arrancan un huevo. Duele y mi boca abierta se apoya en el suelo cuando caigo. No tengo la elegancia del animal aunque soy bestia.
Y siento una pena infinita por haber ayudado a subir la acera al perro, estoy a cinco pasos del animal muerto. Él no ha muerto solo como yo, eso me justifica.
Soy un perro bueno, iré al cielo de mierda.



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15 de septiembre de 2011

El sueño de mediodía



El sueño del mediodía vence a Dios. Es un buen momento para masturbarse.
A MÍ también. Tenemos alguna cosa en común.
¿En qué piensa Dios cuando se masturba?
Sé positivamente que no tiene mi poderosa imaginación o no hubiera creado esto.
Aunque para los creyentes y los patriotas está bien. No necesitan gran cosa porque un cerebro estéril no crea inquietudes.
No son creativos y no pueden imaginar a Dios haciéndose una paja en su paraíso, en su cielo o en su universo paranoico.
He comido bien. Estoy caliente…
Yo me masturbo ante la resistencia del ano que se opone a mi lengua.
Puedo masturbarme con la dureza del excremento que empujo con mi pene.
Me deshago en semen ante la imagen de ella sujetando su vientre presionado por mí. Dentro y profundamente…
Dios siempre come bien, tiene que estar muy caliente aunque sus perversiones son infinita e inescrutablemente peores.
Me imagino lamiendo su regla, revolcándome en los meados que se le escapan por orgasmos de indecente e inusitada intensidad.
Pero Dios no. Dios se masturba ante el reventado sexo infantil.
Dios nos envía su poderoso semen regurgitado sobre los podridos pechos que se pudren de cáncer.
Dios se la menea soñando con invadir un coño lleno de pus y miseria.
Dios penetra por el culo al niño de color negro ceniza que no tiene carne bajo la piel.
Dios sueña con meter su aséptica, sagrada y pequeña polla en la boca del muerto sin piernas ni intestinos.
A Dios lo tendrían que incinerar en una pira alimentada de excrementos. Por malsano; ser creador no es excusa para masturbarse con tanta miseria. Hay que tener estilo, clase, ética…
Y sobre todo, no hay que aburrir.
Dios es un degenerado que castra a sus creaciones, solo sueña con llenar agujeros que previamente ha corrompido.
Tengo sueño y YO y Dios nos masturbamos al tiempo.
Pero yo follo lo que me ama porque amo.
Él sueña que folla toda esa miseria porque su puta creación no es más que el reflejo de su mente enferma.
Dios no ama, simplemente ignora mientras su pene lanza un semen transparente y sin fuerza. Tiene que chascar los dedos para crear, no disfruta con ello. Está aburrido. Su aparato reproductor no sirve y no sabe como arreglarlo.
El Gran Creador…
Dios se hace una paja ante la virgen que pare un niño con su himen intacto.
YO me la casco ante el himen sangrante que ha ensuciado mi pene.
Cuando hemos comido, cuando nuestras barrigas están llenas, llega el sopor y con ello las ganas de sexo. YO y Dios somos iguales.
El sueño de mediodía llega para Mí, para Dios y para los otros.
Él extiende su sexo podrido, su imaginación corrupta por todos los que en él creen.
YO solo gozo y pienso que siente envidia de mí, y en algún rincón de su podrido ser todopoderoso, debe sentir asco de si mismo.
Dios creó el mar, la tierra, el cielo, los animales y los hombres; pero algo no fue bien, algo falló en su cerebro blando, en todo ese poder mal administrado.
Es lo que tiene el azar: crea dioses con una limitada imaginación que practican un extraño sexo.
No comió bien, su digestión se hizo pesada, ergo sus masturbaciones fueron aberrantes.
Pesadillas…
Tengo sueño. Tengo mucho sueño.
Y estoy caliente.
Como Dios; pero con más gracia, con más placer.
Haciendo menos daño.



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5 de septiembre de 2011

Semen Cristus (16 final)



Candela y Josefina se dirigen charlando animadamente hacia el hogar de Semen Cristus, por el camino se encuentran con otras vecinas del pueblo.
Junto al camino de la casa se encuentra el todoterreno de la guardia civil y la cabo apoyada en él.
— Buenos días, Candela —saluda la cabo Eugenia.
— Buenos días Eugenia ¿vienes a misa?
— Hoy sí, por fin —dijo suspirando— ayer no pude asistir por un accidente de tráfico en la comarcal y me llevó mucho tiempo el atestado.
La mujer policía se unió al grupo de quince mujeres y enfilaron el camino hacia la casa. Un sendero de grava bordeado de macizos de margaritas y claveles rojos.
La fachada de la casa, restaurada y estucada en color salmón, tenía dos grandes letras caligráficas sobre la puerta de entrada SC.
Cuando entraron en la casa, la voz de Semen Cristus, bajó desde el desván:
—Benditas seáis, tomad mi cuerpo. Que el placer sea con vosotras.
El comedor se había transformado en un vestuario con dos filas de taquillas, y bancos en el centro. Las mujeres se desnudaron, y se vistieron con las bragas y sujetadores que llevaban en sus bolsos. Sujetadores negros translúcidos y bragas negras con una cruz roja sobre la parte delantera; estaban abiertas en la entrepierna. A medida que se vestían con aquella lencería, jadeaban excitadas. Candela se acariciaba contenidamente la vagina esperando que el resto de mujeres acabara de cambiarse.
Las mujeres subieron en silencio al desván. Sobre una cama sencilla y cubierto por una sábana roja con una cruz negra, se hallaba Semen Cristus.
—Te amamos Semen Cristus —pronunciaron las dieciséis voces al unísono.
Cada una de ellas se acercó a la cama y besó la sábana allá donde se encontraban los genitales de Semen Cristus
La última mujer besó un miembro duro y erecto que elevaba la sábana.
—Candela, madre querida. Libera el cuerpo.
La mujer se acercó a la cama y localizó en la sábana una abertura por la que metió la mano y sacó por ella el pene endurecido de su hijo dios. Acomodó también fuera de la sábana sus testículos y alisó la tela para que cubriera el resto del cuerpo.
Y así comenzaron todas a salmodiar una letanía de deseo y placer que se convirtió en un concierto de gemidos. Una a una durante su rosario obsceno, besaba y manoseaba el Sagrado Pene. Cuando todas hicieron su ritual, el pene de Semen Cristus se encontraba congestionado y sufría espasmos de placer, la respiración de Semen Cristus se había acelerado y trataba de demorar la inminente eyaculación. Su pecho hacía subir y bajar la sábana rítmicamente.
—Madre Mía, ven y ofrece mi leche, que gocen mi semen.
Candela volvió a acercarse a la cama, se sentó a un lado y aferró el pene caliente y viscoso. Las mujeres se llevaron las manos a sus sexos separando las piernas, sus dedos estaban brillantes de su propia humedad y Candela con la mano libre, acariciaba su clítoris casi brutalmente. Al tiempo que Semen Cristus gemía, las mujeres elevaban el tono de sus gemidos y el ritmo de las caricias.
Cuando las piernas de Semen Cristus empezaron a temblar ante la proximidad del orgasmo, Candela ya lamía el glande amoratado, para luego metérselo en la boca sin dejar de tocarse, torpemente. Había momentos en el que se le salía de la boca y volvía a metérselo desesperada.
—Madre ahí está mi leche para que el mundo se bañe en ella.
Candela se retiró y mantuvo el pene en su puño, firme y vertical para que todas lo vieran. Un primer chorro de semen se elevó unos centímetros por encima del miembro. La mano lo agitó con más fuerza y escupió más lefa viscosa, la mano de Candela estaba cubierta del caliente semen de su hijo.
Las mujeres gemían y llegaban al orgasmo desflorando sus vulvas hacia Semen Cristus.
Candela se untó la vagina con el caliente esperma y gritó cuando el orgasmo la obligó a arquear la espalda.
Las mujeres desfilaron ante la cama del hijo de dios y mojándose la punta del dedo corazón con el semen derramado entre la sábana, se santiguaron en el pubis y se tocaron el clítoris.
Salieron en silencio de la habitación.
Antes de salir, Candela le preguntó a Semen Cristus que aún jadeaba.
—Dime Semen Cristus ¿está bien mi hijo?
—Tu hijo es feliz, María. Tu hijo sonríe y canta en un mundo de luz y sonidos celestiales. No necesita nada, no te necesita. Sólo te ama y desea verte pronto.
Candela descubrió el rostro de Semen Cristus, al que ya no reconocía como al hijo que parió y le besó la frente.
Aquellos ojos no eran los de Fernando.
Ya llegaban las voces animadas de las devotas desde el vestuario.
—¿Convoco a misa de ocho?
—Sí, Madre querida.
Cuando llegó al vestuario se formó otro revuelo de risas y voces y las dieciséis viudas satisfechas, tomaron camino del pueblo para continuar con sus quehaceres diarios.
Alguna le pidió a Candela que la anotara a la misa de la tarde para el día siguiente.
Para el turno de la tarde, había doce viudas apuntadas para la misa.
A medida que iban saliendo de la casa, las mujeres depositaban dinero a través de la ranura de una caja de madera que había a un lado de la puerta principal de la casa.
Ecijano es el pueblo con más viudas por metro cuadrado.
La cabo Eugenia redactó y mecanografió debidamente los atestados por las muertes de los catorce varones que murieron por distintos accidentes en aquella “quincena negra”, como la llamaron los forenses.
En su profunda paranoia las devotas Sementeras han acordado pedir la beatificación en vida de Semen Cristus en el Vaticano.
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El padre José no olvidó la conversación con Carlos, simplemente hubieron muchas muertes en aquel pueblo durante las dos semanas siguientes a su charla con el marido de Candela. Muchas misas fúnebres, muchos servicios. Demasiados para aquel pueblo.
Dos semanas de pesadilla, y de un mal interpretado dolor de las viudas.
Era todo demasiado extraño, fue demasiado fácil que murieran tantos hombres en tan pocos días.
Se dirigía a pasar la tarde con su colega el párroco del pueblo vecino. Al llegar a la altura de la casa recién remodelada de María detuvo el coche a la entrada del camino de grava y se dirigió a la casa para hablar con María con el pretexto de que le diera un remedio para su tobillo. Se lo debía a Carlos.
Tras llamar varias veces al timbre nadie respondió.
Se dirigió hacia el establo, una de las puertas estaba abierta, sin entrar gritó desde la entrada.
—¡María!
En la penumbra de aquel maloliente establo, no se podía atisbar movimiento alguno; pero sí podía escuchar sonidos de pisadas y el ronquido tranquilo de un cerdo.
Entró y la penumbra lo envolvió también a él.
—¡María, soy el padre José!
Silencio.
Avanzó hasta la pocilga del cerdo, acostumbrando sus ojos a la penumbra.
Cuando llegó a medio metro de la jaula, el animal se puso en pie apoyando las patas delanteras en el barrote de acero de su pocilga y lo miró directamente a los ojos, mostrándole amenazador sus enormes colmillos.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Y sintió humedad en su zona lumbar y un gran dolor en el vientre.
Cuando se dio la vuelta llevando las manos a las púas de la horca que lo había atravesado, vio a Jobita, la viuda de Gerardo empuñando el astil de la herramienta.
El cerdo roncó con ira y sintió como los colmillos de aquel enorme animal le destrozaban el cuello.




Iconoclasta

Las imágenes son de la autoría de Aragggón




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3 de septiembre de 2011

Semen Cristus (15)



Cuando entró en el establo, se encontró con un crucificado en la cruz, éste tenía la cabeza cubierta con un pasamontañas, la piel de su cuerpo era más morena que la del Cristus que ella conoció. Y por su forma de respirar, parecía estar ansioso, nervioso.
María la miraba expectante. La mujer se santiguó ante el cuerpo crucificado y echó tres monedas en la caja metálica.
Se escuchaba el zumbido del vibrador y el tubo de vidrio se agitaba temblón con el pene del nuevo Cristus embutido en él.
María se situó tras Candela que en aquel momento rezaba concentrada frente a la cruz, en una mano llevaba una hoz que levantaba a medida que se acercaba a la feligresa.
Fernando había podido ver a su madre y a María entrar en el establo a través de las hierbas del campo que lo ocultaban. En el momento que las mujeres desaparecieron en el interior del establo, se puso en pie y corrió en su busca.
Cuando entró a gatas a través de la puerta entornada del establo, la santera estaba muy cerca de su madre, con la hoz en alto. Se hizo con una azada que encontró semienterrada en un rimero de paja y avanzó hasta las mujeres.
El cerdo lo observaba avanzar con los ojos brillantes y en un inusual silencio.
María esperaba tras ella con la hoz en alto, Candela se había bajado los pantalones y tenía una mano metida dentro de las bragas.
—Hazme gozar, Sagrado mío —rogaba en voz alta.
Fernando se puso en pie, con la azada en alto y descargó un fuerte golpe con el plano de la hoja en la  espalda de María, ésta cayó al suelo con un grito de dolor y la hoz voló de sus manos.
Candela se subió los pantalones.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó la atemorizada voz del crucificado desde el interior del pasamontañas.
—¡Puta loca de mierda! —Candela se abalanzó sobre la semiinconsciente María golpeándola en cara y pecho.
—No, Candela. Déjame a mí, que no te lleve la ira. Esta víbora ha de responder directamente ante Mí.
Candela dio dos pasos atrás. María no podía moverse por el dolor, tal vez su columna estuviera afectada.
De una caja de herramientas, Semen Cristus, el único, cogió un martillo y unos clavos oxidados. Colocó una tabla en bajo la cabeza de María, extendió un brazo de la loca a lo largo del madero y clavó la mano izquierda atravesando la palma de la mano.
El intenso dolor hacía que María contuviera sus convulsiones para no desgarrar la mano. Cuando sintió el clavo entrar en la mano derecha, no pudo dominarse y su cuerpo se revolvió en el suelo desgarrando más aún los cartílagos afectados.
El cerdo se puso en pie sobre sus patas traseras , apoyando las patas delanteras en los barrotes de hierro de su pocilga gruñendo, con su mirada inteligente clavada en María; de sus colmillos caía una baba espesa y su pene se mostraba excitado entre sus patas traseras y en el sucio suelo.
Candela subió a la cruz por la escalera que usaba María, rozando la piel del falso Cristus. Llegó hasta la balda donde se encontraban las hormonas y jeringuillas.
Inyectó cuatro dosis en los pechos de María, clavando la aguja en los pezones.
María pensaba que no había nada más doloroso que las manos atravesadas por clavos. Se equivocaba.
La aguja entrando en el pezón puso a prueba su lucidez mental, y el líquido inyectado en aquel tejido sensible y glandular se convirtió en fuego dentro de su carne.
Semen Cristus y Candela fumaban observando a María. Tal vez pasaron veinte minutos hasta que sus pechos se inflamaron desmesuradamente, sus pezones se abrieron y dejaron manar una sangre muy clara que se deslizaba por los costados de su cuerpo grasiento. Y sus gritos se hicieron insoportables.
La piel de los pechos se hizo oscura, en los pezones se tornaron verdosos y una costra blanda y húmeda se formó en ellos.
Fernando había recogido la hoz del suelo y se acercaba a María.
La punta de la hoz se clavó con fuerza en la garganta de la santera, un fuerte tirón y se abrió la carne hasta la papada. Durante un minuto se estuvo retorciendo en el suelo, desangrándose, intentando contener la sangre con las manos.
Murió mostrando sus sucias bragas manchadas de menstruación.
Parecía que el cadáver dejaba escapar todo su fétido olor. El cerdo gruñía nervioso en la pocilga y el crucificado intentaba liberarse de las ataduras en la cruz.
Semen Cristus subió por la escalera y preparó una jeringuilla de heroína que clavó en la vena del crucificado. Le administró tres dosis seguidas; las tres papelinas que tenía en la pequeña estantería junto a una sucia y ennegrecida cucharilla y una caja de ampollas de hormonas de uso veterinario.
Fue en la tercera inyección cuando las costillas del crucificado empezaron a contraerse con fuerza, hasta que en poco menos de dos minutos el cuerpo quedó colgado en la cruz con la lasitud de un cadáver. La orina llenó el tubo de vidrio y sus intestinos se vaciaron quedando pegadas las heces entre sus nalgas y el madero vertical de la cruz.
Semen Cristus cortó las ligaduras de los pies y después las de las manos, no dejó caer el cuerpo. Con suma facilidad lo cargó en el hombro manteniendo el equilibrio en la escalera de madera y lo extendió con cuidado en el suelo.
—Hemos de ser cuidadosos con el cuerpo, lo envolveremos con sábanas tras haberlo limpiado, tenemos que evitar que se magulle; cuando lo llevemos al campo de tu marido, no ha de quedar ningún rastro de este lugar en su piel ni en la ropa que le pongamos.
Candela corrió hacia la casa en busca de sábanas, en la entrada de la casa había un llavero  y cogió las llaves de la furgoneta.
Salió del cuarto de María presurosamente con un lío de sábanas entre los brazos y la ropa que suponía que pertenecía al falso hijo de María.
—Limpia bien la paja que tiene pegada en la piel —dijo Semen Cristus incorporando el tronco del cadáver.
Candela rompió un trozo de sábana y la utilizó para limpiar suave y metódicamente la piel del cadáver. Cuando se aseguró de que no quedaban restos adheridos en la piel, extendió una de las sábanas en el suelo. Semen Cristus dejó caer suavemente el cuerpo en la sábana. Hicieron la misma operación con la parte inferior del cuerpo. Cuando estuvo razonablemente limpio de restos de paja y suciedad, lo envolvieron con dos sábanas limpias.
En dos sacos introdujeron la paja manchada de sangre que había en el suelo y cortaron en pequeños trozos el madero.  Metieron también las jeringuillas y frascos de hormonas.
Candela abrió las dos puertas del establo, y caminó deprisa hacia la furgoneta con las llaves en la mano. Condujo hasta el interior del establo.
Cargaron el cadáver del yonqui y cubrieron el cuerpo de María con paja.
—Tu marido está con mi Padre, Candela. Está feliz y tranquilo. Ahora vamos a la alameda que limita con el campo, allí lo he dejado. Descansa ya en paz.
Candela creyó desmayarse; pero Semen Cristus, el cuerpo de su hijo, metió la mano entre sus muslos y le acarició el sexo con ternura.
—Sé fuerte Candela.
Se sintió imbuida de valor y resolución.
Subió a la furgoneta y se dirigieron al campo.
Cuando llegaron al tractor, el motor aún funcionaba. La sangre había manchado la camisa y los pantalones de Carlos y su mueca de dolor congelado, la boca abierta y su piel cerúlea, provocó el vómito de la mujer que se contuvo a duras penas.
Fernando la acompañó hasta la furgoneta.
—Siéntate mujer, no salgas. Serénate.
Semen Cristus cargó el cadáver en su hombro adentrándose cien metros más allá de donde se encontraba el tractor. Desplegó la gran lámina de plástico para invernadero que había dejado allí antes de ir a la casa de María. Carlos la llevaba en el tractor para proteger la fruta que recogía de pájaros y granizo.  Dejó caer el cadáver y vistió el cuerpo con la ropa que había encontrado Candela, cuidando de que su piel desnuda no entrara en contacto con la tierra.
 Dejó el cadáver sentado en la tierra con la espalda apoyada en el tronco de un chopo, dando la espalda a la furgoneta. Clavó una jeringuilla en el pliegue del codo izquierdo y tras cerrar el puño de David en el mango del cuchillo, lo dejó a su lado, muy cerca de la mano que se apoyaba fláccida en la tierra. En el bolsillo de la cazadora, metió la cartera del padre de Fernando tras limpiarla con un trozo de sábana y dejar las huellas de la mano muerta del cadáver en ella.
Cuando volvió a la furgoneta, Candela aún lloraba ocultando la cara entre las manos.
Semen Cristus la atrajo hacia su asiento y besó sus labios, sus lenguas se encontraron y Candela sintió que sus pezones se erizaban y endurecían. Cuando Semen Cristus metió la mano entre sus piernas, las separó cuanto pudo ofreciéndose a él.
Las adolescentes manos hicieron presa en su sexo agitado de dolor, miedo y deseo.
—Debemos volver, hemos de acabar el trabajo en el establo, nos arriesgamos a que empiecen a llegar feligresas y encuentren el cuerpo de María. Todo saldrá bien, bendita Candela.
De nuevo en el establo, Candela sacó al cerdo de la pocilga.
Semen Cristus cavó una fosa en la pocilga, y metieron allí el cuerpo.
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Iconoclasta

Las imágenes son de la autoría de Aragggón
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2 de septiembre de 2011

Dios de carne y semen.




No lo he inventado, mi fantasía no da para tanto.

En los resquicios de mi mente deja sus gotas blancas de leche viva, resana las grietas y lo siento en mis tragos dulces escurriendo por mi garganta olvidando mis pecados.

Deshago su carne cuando presiono mi lengua en el paladar; es el cuerpo y la sangre divina, redentor de mis torturas.

Me encomiendo a él y hace llover con su brizna cálida que baña mis áridas memorias, les otorga vida en la convulsión de sus espasmos.

Tengo la certeza de su existencia cuando compruebo el salado sabor de su glande que me llena la boca. Me iré con la desdicha de que después de la vida no existe nada, porque no estará él. Es un temor que consuela frotando mi clítoris y el sosiego es carnal. Después de la muerte no hay dios que me lleve al paraíso, no hay clímax ni gloria. La muerte es una interminable anorgasmia.

Me arrodillo ante él y hunde mi cabeza entre sus muslos... El cielo sobre mí.

Su mirada dibuja un “gratia plena”.

No es humano, pero es divino sin ser el Dios ordinario.

Toca mi corazón saboreando mis pezones, sorbiéndolos hasta dejarlos endurecidos; hunde sus dedos y revienta con ellos la rabia de un calor recopilado por años.

Es la carne hecha Dios, el semen omnipotente vertido en mi piel. Un caminante vagabundo redentor sin más seguidor que mi coño empalado por él.

No es espíritu porque su carne vibra con fuerza y me arrastra arrancándome del suelo con su endurecido miembro. Y colgar de su cuerpo cruz nunca sería sacrificio, no hay clavos en mis extremidades, solo sus dedos entrelazando los míos y su pene clavado en mi raja coronándonos como reyes.

Los dioses vulgares no follan y son castos. El mío me diviniza con cada empalme y reza entre mis labios musitando salmos carnales.

Le entrego mis aguas para que camine por ellas y separe los mares de mis piernas.

Es el universo naciendo en la cópula sagrada… Sangrante.

Aragggón.

Ardides y destierro



¡Qué se llenen los infiernos de santos y ángeles! ¡Qué se pudran las divinidades benditas y malditas!

Para que el demonio vomite de constipación santa.

No sirve de nada ser bueno, mucho menos ser malo.

Yo me largo de los paraísos y los infiernos. Crearé un planeta donde no exista el bien ni el mal, donde solo pisar el suelo derrita las almas y carcoma los cuerpos. Un territorio de vientos corrosivos que pulvericen esqueletos y la sed sea interminable. Ojalá que haya curiosos que asomen sus ojos para verlos caer como canicas y su dolor sea por culpa.

El dios de alma blanca, trae el culo reventado por el rabo de su diablito consolador. Ambos eyaculan en los rostros de sus fervorosos…divino bukake, ¡qué lindos!…

Mi tierra es el rincón de la mentira.

Y quiero estar sola con mis engaños.

Que se empalmen los sexos sucios y limpios y hagan con ellos la orgía de la desolación y el infortunio. Yo puedo acarrear costales de pena para levantar mis muros y que se vengan abajo con mi propia respiración. Sudaré extenuación porque de eso me sobran los tejidos, las grasas, la sangre.

Cuando mis uñas esculpan las lajas, colocaré estatuas violadas a la entrada principal y planearé la decoración de mi reino con colgajos de clítoris desgarrados en memoria de mis orgasmos vendidos.

Los dedos sin yemas escribirán blasfemias en el trozo de madera astillado que colgaré en mi cuello.

Pieles de serpiente hechos trenzas como adornos en mi espejo empañado.

La bandera rezará a media asta por un luto eterno.

Millones de batallas.

Todo es caída, todo es pérdida.

No hay gloria.

No hay paraíso.

Siempre condena.

Soy más poderosa que un artificio. He cruzado caminos de espejismos y tentaciones. Ni Satán ni Dios son tan creativos como yo.

Los pájaros de picos arrancados solo sueltan graznidos de tangos mortuorios y agitan sus alas quebradas sin plumas en danza agónica. Son mis palomas mensajeras que llegarán a los mundos de las divinidades para dejar colgajos de hastío y envenenen sus atmósferas ridículas.

Camino con el destierro a cuestas para ser molestia estéril en donde ancle mi estancia. Llevo conmigo el exilio de dioses y demonios para cambiarlo por ardides que me mantienen en constantes muertes.

Cansancio y pena hacen sombra bajo mis tobillos.

Seré la fatiga de unos párpados en llanto, el desespero de la navaja perdida para unas venas que arden por reventar.

Voy al limbo en búsqueda de mi armadura, lejos del bien y del mal.

Sola.

A pesar de la penumbra mi brújula estrella su aguja en el centro de mi ombligo, me lleva, me atrae…comienzo mi viaje.

Aragggón.

Vida Prozac.



Hay un cerebro deforme y mutilado debajo de mi cráneo. Quiero que sea aspirado por una de mis fosas nasales (total ya está el camino trazado, los imbéciles dejaron surcos). No me gustaría que vieran el trozo que me falta. He tratado de rellenarlo con píldoras blanquiverdes para que el hueso no se hundiera y disimulara el vacío.

No tienen buenas ideas los psiquiatras, el olor que desprende esa masa verde gelatinosa sorprende a todos mientras paso. Hubiera sido mejor rellenar con estopa y tener la tranquilidad de la absorbencia y el silencio en mis pasos.

Lo he lastimado.

He quitado el brillo de su mirada con alguno de los cientos de efectos secundarios.

Es resistente a la reacción alérgica y hoy se tiende en agonía a besar el dedo que me cuelga asomado de la camilla.

Veinte miligramos cada doce horas no dieron claridad a mi vista para descifrar las palabras que decían que me quería. Hay que nacer imbécil para destruir a un hombre de tan buenas intenciones.

Y sigue aquí a pesar de la pestilencia que desprendo. La habitación es fría como lo eran mis palabras.

Pensar que se abrirá mi boca y un gas repugnante hará virar el gesto de quien cosa mis labios… Esos que él no deja de besar y que con gusto rellenaría de algodones con su propia lengua para encontrar un pretexto de no perder momentos junto a mí.

He quedado con la mirada abierta. Los diminutos músculos de mis párpados son torturantes, siempre lo fueron. Me obligaron a ver lo que no deseaba y caían densos ante situaciones de amor.

Duplicaba la dosis cuando el hombre que me amaba sudaba cansancio. A veces solía ser responsable de los dolores que lo lastimaban. La culpa no es sanadora, es adicción repetitiva.

Una gota acaricia por detrás de los globos oculares. La viscosidad putrefacta anuncia que no cabe un prozac más. Ni siquiera pude lograr la sonrisa artificial que los anuncios publicitarios prometieron. Risas sádicas, malvadas, burlonas, hirientes… Solo eso mi retorcido cerebro pudo reproducir.

El hombre que quiere deja gotas saladas en la punta de sus zapatos. No hay retorno y sus pasos se manchan con los restos de mi cerebro en un charco verdoso.

Mierda al nacer, mierda en mi final dejando rastros de un cráneo vacío.

Soy la prueba clínica de la incapacidad de resistir a una sobredosis de vida.

Aragggón

124123082011